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1. La confusión entre capitalismo y mercado

untitled Rafa Rodríguez

  1. 1. La confusión entre capitalismo y mercado

(Sobre el fetichismo de la economía ortodoxa)

Desde sus orígenes, la ciencia económica ortodoxa se ha orientado hacia la construcción de modelos que presentan al capitalismo como el sistema que ha logrado alcanzar la cima de la racionalidad evolutiva (y por lo tanto sin alternativa). Un recurso empleado para esta construcción ha sido el fetichismo, entendiendo este concepto en el sentido que lo solía utilizar Marx, como “ocultación o confusión, consciente o inconsciente, de los elementos estructurales de una realidad social, provocando una percepción deformada de la misma”.

Hay dos técnicas fetichistas especialmente utilizadas para presentar al capitalismo como un sistema eficiente, que responde al interés general y que tiende al equilibrio mediante mecanismos endógenos: por un lado la nebulosa confusión entre capitalismo y economía de mercado (que es sólo parte del mismo) para otorgarle a ésta una función constitutiva de la sociedad y, por otro, la ocultación de su realidad institucional, monetaria, biofísica y cultural, para mostrar a la economía y a la sociedad aislada de cualquier relación de poder (y de sus conflictos), de los modos de vida comunitarios y de las irreversibilidades o pérdidas de calidad del entorno, aunque la economía capitalista es una economía monetaria estructurada por relaciones de poder y autoridad, determinada por las culturas, limitada por la realidad biofísica del planeta y sostenida por el sistema de Estados.

 De esta forma la economía oficial ha convertido su actividad descriptiva en prescriptiva, avalando las posiciones “técnicas” más favorables a las políticas procapital.

 Sobre el mercado

El mercado es en teoría “un mecanismo impersonal (sometido por lo tanto a leyes económicas independientes de una voluntad determinada), muy eficiente para estimular el crecimiento económico, que determina automáticamente los precios y cantidades de bienes y servicios, a través de la toma de decisiones descentralizadas a gran escala por agentes privados (jurídicamente iguales), y que lo tanto es capaz de armonizar espontáneamente los intereses opuestos de estos agentes”. El aumento y la caída de los precios señalan la existencia de escasez o abundancia a productores y consumidores, por lo que éstos actuando en su propio interés corrigen los posibles desequilibrios (Ingham).

 Mercado y sociedad civil

La economía oficial presenta al mercado como el mecanismo constitutivo de la sociedad civil a la que le proporciona el vínculo a través de los cuales se organizan y relacionan los individuos, negando en la práctica cualquier otro lazo social distinto, por lo que entiende a la sociedad civil como un conjunto social formado por individuos preexistentes, separada del Estado.

 Esta construcción se realiza a partir de la ficción del “estado de la naturaleza” elaborada por los filósofos protoliberales del XVII y XVIII, que era en realidad un relato de la sociedad de su época sin instituciones políticas (absolutistas) con la finalidad de legitimar al nuevo poder político mediante la ficción de la existencia de un pacto social contractual y por tanto fundamentarlo en la voluntad popular y no en la divina. En todo caso, el núcleo de estas ficciones (la del estado de la naturaleza con una finalidad de liberalismo político y la de sociedad civil de liberalismo económico) coinciden aunque por causas distintas en negar el papel de las instituciones políticas en la constitución de la sociedad y sustituir los vínculos fundamentales sociales y políticos por vínculos económicos.

 El mercado como totalizador social

La economía oficial dota en la práctica al mercado de una función constitutiva no sólo de las relaciones económicas, lo que ya es inexacto, sino de todas las relaciones sociales y políticas, presentándolo como el motor del sistema que lo orienta permanentemente al equilibrio (en el sentido de que no genera fuerzas endógenas que lo alteren – Benetti-) porque es autosuficiente y hace que funcione por si mismo, sin intervención del poder político y sin hacer explícita la necesidad de crecimiento continúo.

 De esta forma, al identificar al mercado (la parte) con el capitalismo (el todo) no solo establece el modelo ficticio de una sociedad cohesionada compuesta solo por individuos que buscan su interés personal (excluyendo cualquier referencia a la naturaleza moral de las personas y sin necesidad de la intervención del poder político) y actúan a partir de las indicaciones que les proporciona el mercado (autorregulación), gracias a la compatibilidad recíproca de sus acciones individuales (Benetti).

 Exclusiones e inclusiones

Para ello, desde sus comienzos y a través de un largo proceso, ha sido clave para este modelo reducir el objeto económico solo a los bienes mercantilizables y a su vez incluir como tales actividades económicas que no son mercantilizables:

 Así, por un lado, excluye del contenido de la economía a los bienes comunes, reservando su objeto solo para los bienes que cumplen todas las siguientes condiciones (Naredo):

 a) ser directamente útiles;

b) poder ser apropiados de forma efectiva (propiedad privada);

c) tener valor de cambio (precio)

d) y ser producibles mediante factores que en todo caso pueden ser sustuidos por capital monetario (único factor al que considera limitante).

 Por otro, incorporara como (falsas) mercancías al dinero, el trabajo y la tierra (que no son objetos producidos), desinsertándolos de la realidad institucional, social y ecológica, lo que, al gestionándolos a través de pseudomercados, provoca respectivamente, de forma estructural, crisis financieras e inflación, miseria humana y desigualdad y degradación ambiental (Polanyi).

 La economía oficial prende que, por vez primera en la historia, el mercado totalizador (en cuanto a su ámbito) pero excluyente (en cuanto a su objeto) se convierta no solo en el medio básico de coordinación económica (Ingham) ante la creciente especialización del trabajo, sino en el mecanismo impersonal que organiza las pautas de conducta individuales y colectivas, incluidas las de contenido no económico, a pesar de los conflictos políticos y sociales irresolubles que cuestionan permanentemente la racionalidad del sistema.

Nota 1. La segunda parte sobre «El fetichismo de la economía ortodoxa», que abordará «las ocultaciones de realidad institucional, monetaria, biofísica y cultural» la publicaré la próxima semana.

Nota 2.  Este artículo es deudor de las ideas de cuatro de los grandes: Polanyi, Benetti, Ingham y Naredo.