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A favor del uso inclusivo de la lengua y contra Pérez Reverte y la RAE

Francisco Garrido.

Pérez Reverte atiza de lo lindo a Francisco Rico, en las páginas de El País, por no apuntarse a la cruzada contra el lenguaje inclusivo de género en la RAE. Nada de extraño tiene esa actitud pues las intervenciones públicas de este afamado novelista rebosan de un uso provocadoramente machista y grosero de la lengua.

Todo viene, según leo, de asuntos internos de la Real Academia Española de la lengua. El asunto en cuestión procede de un escrito de unos profesores andaluces que demandan la intervención de la RAE contra una instrucción orientativa de la Junta de Andalucía sobre la conveniencia de usar en las aulas un lenguaje inclusivo desde la perspectiva de género. Hablan estos profesores en su escrito de «prevaricación lingüística» y con ello se delatan como soplones  de la policía lingüística ideológica que es la RAE. Las armas las carga el diablo y la RAE es hoy, mas que nunca, un peligro para el castellano. Es lo que tiene mantener instituciones inútiles que se reconvierten en útiles para lo peor: la defensa del uso sexista del lenguaje.

La lengua no necesita policía alguna, en lo que es esencial, en la gramática los hablantes mandan. El pueblo, que es el único soberano de la lengua, habla como quiere y puede y en esa continua dialéctica entre querer y poder, la lengua cambia continuamente. Todo lo que se dice y se escribe, si tiene significado socialmente compresible y consolidado, es válido. Muchos de los usos que luego fueron celebrados como innovadores  de la lengua comenzaron siendo tachados de violadores de la lengua. ¿Hablamos de Góngora? ¿Hablamos de Rubén o de Juan Ramón? ¿O hablamos, por hablar de otra lengua, de Joyce?

La lengua es un cuerpo vivo en continuo cambio y el actor de ese cambio es anónimo por más que se exprese, en ocasiones, a través de las grandes obras literarias. Al igual que no hay producción administrativa de sentido, como decía Merleau-Ponty, tampoco hay producción administrativa de  gramática.

La instrucción de la Junta de Andalucía, aludida, no dice como los individuos deben de hablar, como hace la RAE, sino como debe de hablar el Estado. La lengua no necesita, es más le daña, ninguna policía lingüística como la RAE o esos profesores-confidentes andaluces que se chivan a la RAE. El lenguaje inclusivo de genero no pretende imponer normativamente como los individuos deben de hablar sino advertir sobre lo que realmente hablan y si quieren hablar lo que hablan… y ofrecen formas de nombrar y hablar, distintas al uso patriarcal. Por ejemplo, usar el masculino genérico de “hombre” para designar a la humanidad no está ni bien ni mal dicho pero dice, expresa, lo que dice: una imagen patriarcal del mundo, tan falsa como injusta. Al igual que cuando escribo » dios» y no «Dios» estoy diciendo cosas  sobre mis creencias haciendo un uso económico y creativo de las mayúsculas y las minúsculas, también lo hago cuando escribo «ciudadania» en vez de «ciudadanos». Técnicamente el lenguaje inclusivo de género explora posibilidades expresivas y potencialidades estructurales  de nuestra lengua que los sesgos patriarcales ni presentan.

Por estos motivos los usos lingüístico de las instituciones públicas, como la enseñanza en este caso, deben estar delimitados normativamente. Y al igual que el Estado no puede fomentar la exclusión en las acciones públicas que emprende,  tampoco lo puede  hacer en un tipo determinado de acciones públicas, tan relevantes socialmente, como son los «actos de habla». Las palabras contribuyen a hacer mundos, como nos enseñó Goodman o Lakoff,  y el  mundo que hace el uso sexista del leguaje es un mundo patriarcal y discriminatorio. ¿Deben los poderes  públicos democráticos fomentar la discriminación en el uso de la lengua? Lo que no se dice ni se nombra no existe, el lenguaje inclusivo no opone una lengua femenina frente al uso patriarcal de la lengua, sino una lengua universal, es decir, una lengua más lengua, por que la lengua lleva la universalidad inscrita en ese núcleo duro de la gramática como demostró Chomsky.

La  semántica  y la  pragmática  de la lengua no es  pues neutral con respeto a los conflictos de poder que se dan  en el contexto social donde se forman. Negar esto es como negar la lucha de clases o la dominación de género; lo hacen aquellos que tienen una posición dominante en esas mismas relaciones de poder que niegan. Los que más lo niegan son los que más lo practican. Ellos mismos, como Pérez Reverte, son la prueba de que aquello que niegan es una evidencia.  Por eso el empeño del discurso patriarcal, del que Reverte y la RAE representa una versión especialmente tosca,  en  afirmar la supuesta  irrelevancia del género en la lengua. Si realmente  esto es así  ¿por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzos a su combate? Como en las viejas tramas de la novela negra, seguir la pista de los beneficios del crimen es seguir la pista del criminal.

Un comentario

  1. «…en lo que es esencial; la gramática los hablantes mandan. El pueblo, que es el único soberano de la lengua, habla como quiere y puede y en esa continua dialéctica entre querer y poder; la lengua cambia continuamente».

    No estoy para nada de acuerdo. El laísmo y el leísmo son incorrectos, encima mío y detrás tuya también lo son y ‘me acuerdo que’ o ‘me alegro que’, exactamente igual. Y son incorrectos por una razón, no se puede justificar ninguno de sus usos sólo porque el pueblo los utilice erróneamente.

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