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Andalucía y el paradigma

 

 

 

Pilar González. Estamos en tránsito. Vivimos un cambio de época, un tapiz tejido con millones de intrahistorias individuales que adquiere todo su significado cuando se contempla como historia colectiva. Somos protagonistas pequeños de un cambio grande. Los cambios de época no son nuevos en la historia de la Humanidad, ya han ocurrido antes y seguirán ocurriendo después de nosotros. Los distinguimos al comprobar como se transforman cualitativa y simultáneamente las relaciones de producción, las relaciones de poder y la cultura.

Son los modelos productivos los que generan sociedades diferentes. Y no a la inversa. La nueva etapa histórica inaugurada por la crisis del capitalismo (ahora llamado globalización, como si no hubiéramos aprendido de los poetas a distinguir el nombre exacto de las cosas) ha producido una sociedad en la que el avance de la desigualdad se hace insoportable y el retroceso de los derechos conquistados por la mayoría social conlleva el beneficio de las élites.

Así como el retroceso de los derechos opera de forma semejante con alcance universal, la desigualdad se convierte en brecha cuando afecta a los colectivos sociales más vulnerables. Y cuando afecta, también, a los territorios más vulnerables. Porque la lógica del capitalismo es de hierro: jerárquica, excluyente, piramidal. Y en ella hay colectivos y territorios de segundo orden, de tercera clase; hay daños colaterales y espacios periféricos lejanos del núcleo central donde el poder es sustantivo. Porque en el paradigma del capitalismo, sólo hay un objetivo: el beneficio. Todo lo demás es instrumental. Todo. Todas. Todos.

Lo bueno es que esa no es la única lógica posible. Lo singular de este tiempo en tránsito es que quienes somos de tercera clase y habitamos un territorio periférico de segundo orden podemos generar una lógica inversa. Como el terciopelo de las amapolas: horizontal, en común, social, inclusiva.

Por eso Andalucía es mucho más que una bandera. Es un motivo. Es mucho más que un complemento circunstancial de lugar. Es un sujeto. Es algo más que un marco instrumental. Es un objetivo.

Y, como en Paralelo 36 estamos en tiempo de redefinición de objetivos, sostengo Andalucía como uno de ellos. Porque al capitalismo no se le vence únicamente con la abstracción intelectual. Gracias a Gramsci conocemos qué es la hegemonía y sabemos quien la tiene. Y no somos nosotros.

Porque la realidad que podemos cambiar es aquella en la que tenemos la raíz y las alas, la que nos rodea y nos da significantes y significados.

Porque la cultura y la identidad no son esencias, sino construcciones humanas que hacemos y rehacemos constantemente durante la vida. Y por ser vitales son valiosas y tienen significado más allá del instrumentalismo.

Porque el paradigma común de la izquierda hace aguas cuando se concreta en Bruselas, en Nueva York, en Ushuaia o en Bangalore.

Porque en Andalucía sabemos de cooperación y de síntesis. Y de yuxtaposición, su contrario.

Porque el dolor de la mayoría social es invisible mientras forma parte de la intrahistoria, pero se convierte en motor cuando emerge, visible, al fin, a la superficie de la Historia.

 

La fotografía es de Sofía Serra. Poeta, fotógrafa.

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