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Anhelo de Andalucía

Me ha parecido oír el gran rumor de la epopeya andaluza y sólo quiero seguirlo.
José Luis Serrano

Me gustan las y los heterodoxos, las personas que van sumando aprendizajes a lo largo de sus vidas y los hacen síntesis. Me gustan quienes se atreven, quienes son capaces de vencer al miedo y a la inercia, quienes imaginan caminos no trazados. Me gustan en la vida en general y, naturalmente, en la política, porque si la vida es incertidumbre para la mayoría, sobre todo en este tiempo de hierro, la política es el constante desafío de la inteligencia para hacer mejor el mundo común que habitamos. Me gustan porque descubren, porque no miden, porque yerran en sus cálculos, porque saben de éxitos y fracasos como impostores reversibles y, a pesar de ello, no tienen miedo (o si lo tienen lo aguantan) ni a uno ni a otro.
Pero me gustan, sobre todo, porque frente a sí mismos y a sus entornos asumen la tarea más pequeña de titanes y titánides: generar esperanza.

Acertarán y se equivocarán. Y les animaremos y criticaremos. Pero nadie nos robará el instante de alegría de esta foto de Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo. Nadie podrá quitarnos, tampoco, la certeza de que aquí no hay clan de tortilla con aspiraciones de élite, sino compromiso y memoria. Por eso, antes de que aumenten las dificultades, este es un buen instante para pedirles que también haya causa común: la sujetan con sus manos. La causa que simboliza la bandera andaluza, verde, blanca y verde. Es la única que cuando se agita en el aire no significa patria, sino matria que quita penas y hambre; significa pueblo, geranios, amapolas, gente trabajadora, cultura y dignidad.

Porque desde la carrera de San Jerónimo, donde está el Congreso de los Diputados, no se ve el mar ni se ve Andalucía. Ni aunque te asomes a la azotea. No se ve más allá del asfalto de la M30, o la M35, o la M40, que ya no sé cuántas circunvalaciones de Madrid se hicieron con los fondos de cohesión europeos (¿para cohesionar Madrid consigo mismo?). La vista y el pensamiento se pierden en el páramo de Castilla. Andalucía está tan lejos de Madrid, tan lejos del centro del poder, que todos los olvidos de quienes por allí se mueven se justifican en su memoria frágil y en que el tren, como el compromiso, vuela sólo a la ida.

La costumbre de la invisibilidad sólo podemos quebrarla desde este lado de Despeñaperros, sólo nosotros podemos llevar el mar hasta Madrid, como ocurrió en la historia reciente con aquel clamor de estrellas del 4D y el 28F, cuando Andalucía no fue punto de partida sino causa común.

Y por ser común se hizo posible. Y por ser social hizo valiosa. Y cambió la realidad. Andalucía ejerció sola, serena, valiente y lúcida su derecho a decidir en aquellos días fundacionales. Frente a todos los obstáculos, con dolor, frente al orden y sin más desorden que la esperanza. Y ese coraje cívico nos constituyó en sujeto, en sujeto político. Dejamos de estar en el mapa y empezamos a ser en el mapa. Por encima de nadie pero como quienes más. Y ese desborde de ciudadanía nos dotó del más valioso patrimonio: el de la razón democrática que convierte en ley la justa reivindicación de un pueblo.

Y lo que nuestros y nuestras mayores hicieron por nosotros fue útil para las demás comunidades. Y todavía tuvieron anhelos de Humanidad. Porque el anhelo de Andalucía es siempre anhelo de Humanidad. De lo que vino a continuación también tenemos memoria: elegimos a quienes administraran ese patrimonio. Y ocurrió lo que ocurre siempre con los malos administradores: que convierten en inanes las victorias y desactivan la esperanza. Y, de paso, sacan tajada.

Y volvimos a la pobreza, al paro, a la emigración, a la corrupción, a los abusos del poder. Y volvimos al silencio y al dolor.

Pero el tiempo de los administradores se cumple y tenemos tantas ganas de alegría, tanta energía y tantas razones con nombre como hijos e hijas hemos parido en estos años sin futuro, como los suspiros de las abuelas mientras estiran la pensión para alimentar a toda la familia y sonríen, como lágrimas de rabia por cada empleo que nos falta queriendo y sabiendo ser útiles. Por eso necesitamos personas heterodoxas capaces de correr riesgos y de convertir la alianza electoral en una oportunidad cierta para ganar, para que el silencio y el dolor no se instalen de nuevo en nuestras vidas. Por eso nos necesitamos todas y todos quienes queremos cambiar, de nuevo, la realidad.

Y eso será posible si Andalucía es, de nuevo, causa. Porque es sujeto y cobijo, porque es común y justa y porque tiene tanta fuerza como el mar para cambiar la realidad. Si sumamos la memoria acumulada de lo que hemos sido, la certeza nítida de lo que no queremos ser y la rabia proyectiva de lo queremos ser, tal vez tengamos una oportunidad de alumbrar un tiempo diferente.

Tal vez entonces el mar llegue a la carrera de San Jerónimo. El mar. Los mares de Andalucía.

Pilar González

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