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Guiando a la rata por el laberinto ( y II)

Francisco Garrido. Pudiera parecer que esta critica a la cienciometría dominante comporta una descalificación de todo sistema de evaluación de la ciencia, y una vuelta a la arbitrariedad de los expertos; no es así. Muy al contrario nuestra critica se sustenta sobre el hecho de que el modelo actual es mucho más arbitrario y centralizado que el anterior. La evaluación plural, pública y en abierto es imprescindible en un sistema de ciencia y educación cada vez mas complejo y globalizado pero lo que se está imponiendo es exactamente lo contrario.

Evaluar no es medir ni comparar.

 Evaluar no es lo mismo que medir y comparar: La evaluación se puede, y se debe, realizar sobre criterios epistemológicos y objetivos  plurales sin mediación mercantil, monopolio o centralización. Hoy, por el contrario, una lengua (ingles), una zona geográfica (el eje atlántico anglosajón), unas disciplinas (física y ciencias naturales), una metodología (cuantitativa mecanicistas) y un conjunto de revistas (la mayoría procedentes de esas zonas y disciplinas) monopolizan y centralizan la producción de la verdad y de la excelencia científica y académica.

¿Qué necesidad hay de un ranking competitivo entre universidades? ¿ A que demanda responde la clasificación de las revistas en virtud de un indicador tan simple y pobre como el del Factor Impacto? La evaluación no es un juego de suma cero, la medición comparativa necesariamente si. Pero resulta que la ciencia y la educación no son así , no son un juego de suma cero. Hay algo un mucho de adulteración y de perversión de la esencia del conocimiento científico en la aplicación de criterios de juego de suma cero, cuando la ciencia   es un juego de naturaleza cooperativa.

A la única necesidad que responde esta adulteración es a la mercantilización de la ciencia y la educación. Para establecer un mercado es necesario crear, o tener, un sistema de formación de precios ( una teoría del valor). En este caso veremos como la teoría del valor consiste en que no hay teoría del valor , o mejor dicho,  que no existe una estimación objetiva del valor sino que este es estimado arbitrariamente por medio de instituciones ocultas y  cuyos intereses están enmascarados por las las reglas del juego.

Que se hable de ti aunque sea mal.

El indicador de excelencia en base al número de citas que origina un articulo está inspirado en los medidores de audiencia de la radio, y posteriormente aplicado a la televisión, al comienzo de los años cincuenta del pasado siglo. Algo similar a lo que ahora copian también las páginas web las blog o las ediciones digitales contabilizando los impactos o visitas. El sentido de estas mediciones de audiencia es evidente; generar un precio para la publicidad, es un mecanismo de autorregulación del mercado de la comunicación.

Pero el mercado de la comunicación no aspira, ni valora, a la verdad sino al beneficio económico por medio de la ampliación del mercado potencial de compradores de los productos publicitados. Es un mercado totalmente ciego a la calidad y exclusivamente sensible a la cantidad.

¿Qué sentido tiene por el contrario aplicar un dispositivo análogo a la medición y evaluación de la excelencia científica? ¿Puede acaso determinarse la verdad a través de medidores de audiencia? ¿Si la astrología tiene más audiencia podemos deducir que es más verdadera? ¿Si la Biblia obtiene más citas que el Origen de las Especies supone este dato que el creacionismo es una teoría más robusta científicamente   que el evolucionismo?

Las respuestas son obvias y ni el más empecinado defensor del Citation Index se atrevería a responder positivamente. Luego ¿cuál es el sentido de esta aparente patraña intelectual? Pues aunque parezca sorprendente, el objetivo es muy similar al de las mediciones de audiencia: generar, también, un mercado de la ciencia y la educación, sólo que en esta ocasión se trata de un mercado político y cuasi monopolístico. En la fabricación de este mercado político de la ciencia se utiliza un método de formación de los precios; un mecanismo arbitrario tal como ocurre en las reglas de los juegos deportivos (¿Por qué valen un punto una casta determinada , por que el ensayo vale …?) De esta forma encontramos que la “cienciometría” (¿) suma dos tipos de indicadores muy populares como son la audiencia de medios y las reglas deportivas para así legitimar el mercado monopólico de la verdad. Esto tiene consecuencias tanto políticas ( la ciencia, es la fuente fundamental de legitimación) como económica (la ciencia, y no la tecnología,   es también la principal fuerza productiva). Quien controla la ciencia controla el sentido (significado) y el valor (precio).

 La decisión oculta: la simulación de la objetividad y el automatismo.

En la era del capitalismo de los algoritmos, las decisiones políticas y económicas aparecen como tomadas por reglas y dispositivos automáticos; nadie parece estar al final del túnel de las decisiones. Pero esto es sólo una apariencia ideológica que necesita de la simulación de objetividad y automatismo.

Esta simulación la realizan estos dispositivos cienciométricos (citas, factor de impacto, ranking) que operan al modo que en el deporte de competición de masas, generando un efecto de objetividad y automatismo aparentemente imparcial y desideologizado. Esta operación permiten una doble   conversión de la ciencia y la educación en mercancía (cosas intercambiables en el mercado) y en tecnología ( conocimiento aplicado al servicio de la reproducción ampliada del capital).

Cuantificar no es banalizar: La arbitrariedad rigurosa; el resultado es riguroso pero el criterio es arbitrario.

La cuantificación de la producción científica y la excelencia académica  se realiza por medio de indicadores cualitativos arbitrarios que comportan un proceso de banalización. El tipo de arbitrariedad que se maneja es del mismo que se emplean en la fundamentación de las reglas deportivas; lo que podemos denominar una “arbitrariedad rigurosa” ( los fundamentos originales son arbitrarios pero las normas y resultados son rigurosos). Puede ser que los movimientos posibles de las piezas del tablero de ajedrez sean originalmente arbitrarios, pero los movimientos (normas) que pueden efectuar los jugadores y los resultados ( victoria, tablas o derrota) son rigurosos.

La “arbitrariedad rigurosa” es típica de los juegos deportivos de competición pero cuyo origen y fundamento evolutivo está en otro sitio; en el entrenamiento y aprendizaje de   habilidades (velocidad, resistencia, coordinación, cooperación etc) útiles evolutivamente. La desconexión con estos juegos evolutivos, en el siglo XX, produce ese espacio cultural autónomo que es el deporte.

Por ello el deporte alcanza en nuestro tiempo, una fuera extraordinaria   como dispositivo cultural de disciplinización biopolítica, Nos entrena y prepara para la competencia absolutano en una economía sino en una en una sociedad de mercado pues representa la separación entre el valor de uso original de los juegos evolutivos y el valor de cambio (arbitrariedad rigurosa) de las reglas deportivas.  ¿Que mejor universo simbólico que el deportivo para legitimar socialmente el nuevo mercado de la ciencia y la educación ?

El problema pues no reside en la cuantificación , por otro lado un momento imprescindible en ciencia; ni l en la evaluación pública ; también imprescindible, sino en la “arbitrariedad rigurosa” de los sistemas de medición basados en indicadores cualitativos banales institucionalmente producidos. Paradójicamente todo esto nace a partir de la legítima demanda de objetividad e imparcialidad en la evaluación científica. La cienciometría pervierte esa demanda por medio de la “arbitrariedad rigurosa” deportiva. El resultado es el contrario al demandado; la interiorización de la máxima arbitrariedad gobernada por la subjetividad oculta de los intereses de la mercantilización.

 

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