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Los titiriteros y nuestras culpas “políticamente correctas”

DURO

Francisco Garrido.Todos los retrocesos en las libertades públicas suelen comenzar con una buena causa. Se pide que se relajen las garantías procesales para combatir la violencia de género. La policía puede intervenir   en Internet y en la red para luchar contra la pedofilia o el blanqueo de capitales. Las libertades de reunión y de manifestación se restringen para reprimir el yijadismo. Las fronteras se cierran para impedir la penetración de terroristas o el tráfico ilegal de emigrantes. Pedimos que se retiren los libros y la cátedra al profesor que difunde ideas machistas o homófobas. En los espectáculos deportivos se constriñe severamente la libertad de expresión del público con la escusa de prevenir la xenofobia y el racismo. ¿Qué demócrata no está de acuerdo en defender todas esas causas?

Son las buenas causas las que sirven a los malos fines, porque presuponen que hay una disociación radical entre causas o fines y medios (instrumentos). Y consideran  así que la democracia (libertades y derechos) o las garantías constitucionales y procesales son medios instrumentales (imperativos hipotéticos en términos kantianos) y no medios y fines en si mismos   (imperativos categóricos). Por ello las causas separada de los medios en política , en el  derecho o en la  ética actúan como causa perversas que terminan sirviendo a los fines contrarios a los que decían servir originalmente.

Esta lógica perversa de la causa absoluta, sea esta la  que sea; es especialmente notable y tóxica en lo tocante a la regulación de la libertad de expresión artística o intelectual. ¿Debemos prohibir loa obras de arte que defiende ideas o posiciones éticamente repudiables? ¿Debemos prohibir los chiste machistas, racistas, o xenófobos? En fin ¿debe la ficción ser un campo sometido a la regulación jurídica? Las obras intelectuales, opiniones o postulados teóricos ¿deben ser también reprimidas legalmente cuando pensemos que expresan ideas contarías  a los derechos humanos, por ejemplo? ¿El humor debe tener límites éticos? ¿Prohibimos las películas de Tarantino? Yo soy de la opinión que la respuesta es no; las expresiones artísticas o intelectuales han de ser combatidas con otras expresiones artísticas  o intelectuales.  Pues de lo contrario   se nos iría el niño con el agua sucia.

La cultura de lo “políticamente correcto” ha sido un gran éxito de lo movimientos sociales igualitaristas en el campo de la hegemonía cultural y  han conseguido excluir en el canon de la corrección social la desigualdad , las humillaciones y  las  vejaciones a los colectivos excluidos. Hasta aquí estamos ante el relato de un avance que hay que defender y conservar,   el problema surge cuando lo que son cánones discursivos y estéticos se quieren convertir en obligaciones y restricciones normativas. Entonces lo que es hegemonía se convierte en coacción  y en imposición legal del canon de la corrección política. Como no se puede cambiar la realidad, la izquierda posmoderna, opta por cambiar las palabras y por imponer por decreto-ley el nuevo uso y significado. El problema es que el paso de la hegemonía cultura a la coerción legal de lo “políticamente correcto” tiene, más tarde o más temprano, un coste enorme en los derechos, libertades y garantías; un precio muy alto para solo cambiar, no el mundo, sino la conversación.

El “giro nominalista” de esa izquierda posmoderna que quiere, y ha conseguido en parte, convertir en deiito las opiniones o las representaciones   es producto de la impotencia política y de la deriva idealista de una izquierda que ha llegado a traducir la ecuación hegeliana entre razón y realidad, a una versión donde todo lo real es lingüístico y todo lo lingüístico es real. Y en esta indistinción entre representación y realidad, entre nombrar y ser, la izquierda posmoderna se acaba situando en un territorio enormemente cómodo y favorable para el pensamiento más conservador: la represión de las libertades intelectuales básicas como son la libertad de expresión y la libertad de pensamiento.

Lo ocurrido con los titiriteros de Granada en Madrid, más allá de la brutalidad judicial cuasi fascista; denota lo peligrosos que son los efectos perverso de las causas absolutas. El precio de ignorar parcialmente, para los nuestros, las libertades intelectuales es la democracia misma. A los titiriteros granadinos , a las feministas de Sevilla que pasearon en procesión el coño insumiso y a tantos otras victimas de la libertad de expresión; los han encarcelado y procesado la extrema derecha judicial y el PP, pero también nosotros y nosotras que hemos creído que había una forma buena de eludir la libertad ,un modo progresista de reprimir los derechos de expresión, una manera democrática de no ser demócrata. Cada vez que pedíamos la intervención legal contra un chiste machista, contra una película racista o violenta, contra una opinión científica xenófoba; estábamos abriendo las puertas del infierno autoritario por donde ahora han pasado los titiriteros granadinos.

La derecha defiende la actuación judicial atacando a los que la critican; acusan a la izquierda de pretender que las leyes que persiguen opiniones o expresiones solo se le apliquen al enemigo ideológico. No les falta razón aunque le sobre mala leche. En demasiadas ocasiones hemos querido saltarnos las garantías constitucionales y procesales si el delincuente (un violador o un racista que agrede a emigrantes) no nos gustaba ideológicamente. Pedimos la censura contra los apologistas del franquismo, como los grupos de rock nazis, contra la manifestaciones xenófobas sin percatarnos , no solo de nuestra miope parcialidad, sino de que al final quien tomaría la senda que se abría por medio de nuestras contradicciones, seria el monstruo autoritario.. Hemos hecho leyes malas para reprimir la libertad de expresión de los malos pero al final va a resultar que las leyes malas se aplican  solo a los buenos. Perdón por la parte que a mi me toca, que es, creo, la del silencio indolente y cobarde.