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Millán Astray se cuela en la celebración del 12 de octubre (España, la nación y los símbolos)

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Rafa Rodríguez

El bloque social que construye la nación obtiene una ventaja estructural para la hegemonía política. En los comienzos de la época contemporánea, las élites de las clases dominantes españolas optaron por la continuidad ideológica con el antiguo régimen y por lo tanto fracasaron en la construcción de un estado liberal y nacional. Tras la constatación de este fracaso (simbolizado en la crisis de 1898) el ámbito transversal de construcción comunitaria se fragmentó social, ideológica y territorialmente. El franquismo acentuó la sectarizacion del proyecto de construcción nacional española (el venceréis pero no convenceréis de Unamuno). La prueba material de este fracaso es la ausencia de símbolos nacionales compartidos e incuestionados.

Con la democracia se abrió la posibilidad de un nuevo consenso (ahora ya no liberal sino republicano) pero de nuevo los poderes fácticos optaron por una estrategia defensiva dándole prioridad al cuerpo ideológico tradicional (en torno a la monarquia, el españolismo centralista y etnicista, la iglesia católica tradicional, el liberalismo económico e incluso los toros) que le aseguraba una base electoral en torno al 20 – 30% (y que en situaciones límites les ha bastado para darle base social a los golpes militares).

Uno de los símbolos nacionales más importante es la fiesta nacional (indiscutida por ejemplo en los estados icónicos de la revolución liberal como EEUU o Francia). El 12 de octubre estaba ligado al sectarismo ideológico franquista (raza y conquista – que simboliza la alianza ejército, iglesia y monarquia-) por lo que es incompatible con la nación republicana (virtudes cívicas democráticas, estado social y pluralidad nacional).

El PSOE en una primera etapa, durante su oposición a la UCD (ese partido que usó la derecha para transitar del franquismo a la democracia), reivindicó que fuese el 6 de diciembre, aniversario del referéndum constitucional, el día nacional pero tras la plena asunción por el felipismo de su papel de liderazgo del estado mediante su fusión con las élites económicas tradicionales tras haber pivatizado las grandes empresas públicas, el gobierno del PSOE ideó una gran operación política de construcción nacional que pivotaba precisamente sobre el 12 de octubre: utilizar el quinto centenario del «descubrimiento de América» para impulsar un modelo de estado descentralizado administrativamente pero conectado al nacionalismo tradicional de las élites económicas. Se trataba de articular Madrid, como centro financiero indiscutido impulsado por el viento a favor de la globalización, formando un eje con dos territorios claves para la hegemonía (Cataluña – la contestación nacionalista – y Andalucía – la contestación social -) organizando dos grandes eventos coincidentes: las olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. Para ello previamente en el año 1987 el PSOE abandonó la idea de declarar el 6 de diciembre como fiesta nacional y promovió la ley 18/1987 con un artículo único (probable la ley más corta de la historia) en la que «Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre».

Sin embargo la crisis del cuarto y último gobierno de Felipe González (1993 – 1996) impidió la maduración del proyecto y el triunfo de Aznar en las elecciones de 1996 implicaó una vuelta al nacionalismo español más rancio y la pérdida progresiva de protagonismo en la celebración del 12 de octubre, que se ha ido reduciendo a un desfile militar sin apenas trascendencia en los medios de comunicación.

La celebración de este año, marcado por el cambio político y la crisis del bipartidismo, ha tenido unas connotaciones especiales. El rey, con uniforme de capitán general de los ejércitos (simbolizando su poder fáctico) ha arropado la alianza entre el PP, Ciudadanos y la gestora del PSOE bajo el paraguas «nacional» de Cristina Cifuentes, mientras desfilaba una innombrable X bandera del tercio de la legión, en ausencia de la oposición.

Desde la narración simbólica el argumento no ha podido ser más imaginativo. El tercio de la legión con cabra incluida (llamada Miura) al que este año le ha tocado desfilar era el que se llama «Millán Astray» (el fundador de la legión y destacado golpista) precisamente cuando este personaje ha vuelto a la actualidad por dos acontecimientos: una obra de teatro y una película en la que se recordaba el encontronazo con Unamuno en Salamanca durante la apertura oficial del curso universitario aprovechando el 12 de octubre de hace exactamente 80 años, cuando Don Miguel, arrepentido ya de haber apoyado el golpe, no pudo aguantar el discurso fascista en el que se atacaba a vascos y catalanes e improvisó una hermosa arenga en la que reivindicaba su condición de vasco ante la que el general le espetó al rector aquello de «viva la muerte y abajo la inteligencia», y un segundo acontecimiento por la contestación ultra contra la decisión del ayuntamiento madrileño, presidido por la alcaldesa del cambio Manuela Carmena, de suprimir el nombre de Millán Astray del callejero (otro instrumento importante del imaginario colectivo) en cumplimiento de la ley de la memoria histórica (democrática).

En estas circunstancias la persona encargada de anunciar las unidades militares que entraban en el desfile no se atrevió a gritar que era el tercio de Millán Astray pero el responsable militar de la unidad a su paso por la tribuna gritó para reivindicar al fundador de la legión su programa político de «viva la muerte», dotando así de mensaje a la nueva alianza política que sustentaba la celebración de ese imposible día y de esa forma también imposible de concebir la nación.