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Reflexiones de una mala madre

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Reflexionando sobre las declaraciones de Anna Gabriel, no me extrañaría que se hayan malinterpretado. Por si así fuera, les propongo otro análisis posible.

Cuando esta mujer habla de otro modelo de crianza, en comunidad, no habla de los vínculos, ni de perder la patria potestad o la tutela de nuestros vástagos. Sus argumentos están en otra línea, son más profundos y cuestionan el modelo relacional, pero sobre todo castigan a la línea de flotación del modelo heteropatriarcal de familia en el que estamos sumidos.

La maternidad, dentro del modelo de familia tradicional, constituye otro modo de control de la sexualidad femenina, ligada a parámetros como son la fidelidad sexual que es uno de los elementos más controladores y sometedores del patriarcado. Entiendo en las argumentaciones de la portavoz de la CUP la reivindicación sobre otros modelos relacionales, donde criar hijos no pase por la familia biparental tradicional (ya sea heterosexual u homosexual), sino más bien, en un espacio relacional donde se pueda comprender que las crianzas pueden pertenecer a un núcleo mucho más amplio dotado de corresponsabilidades varias.

A algunas mujeres se las tilda de «malas madres» si llegan a exponer abiertamente que la maternidad, tal y como está recogida en este modelo capitalista, está sobrevalorada. Pero lo cierto es que muchas mujeres reivindicamos nuestra poliédrica existencial más allá de la única proyección a través de la fidelización del cuidado de nuestros hijos e hijas. No hablo de amar, ¿quién pone en duda eso?, ni hablo de vínculos, ¿quién cuestiona eso?. Yo hablo de que se abra un debate con interlocuciones diversas desde el respeto donde otras formas de construir la «familia» y «la crianza» sean posibles.

Estamos en plena crisis civilizatoria (crisis económica, crisis ambiental, crisis de los cuidados), y en este escenario algunas mujeres como Anna Gabriel se atreven a decir públicamente que optarían por ser madres si el modelo en el que sustentara ese espacio fuera distinto. El capital ha convertido a la maternidad en una atadura, en alianza con el patriarcado que controla a las mujeres en su libertad sexual con contratos como el matrimonio, la pareja u otras fórmulas similares.

Yo he elegido mi fórmula, que es la tradicional, por una obligación kármica o porque así se presentaron las cosas, pero entiendo otras posturas y me muestro abierta y respetuosa a las mismas. Pero además, en este modelo individualista donde las «madres helicóptero» resulta que son las buenas madres que protegen muchísimo a sus hijos, hemos perdido los valores tradicionales que enfrentaban la crianza desde una óptica mucho más solidaria y colaborativa. Nuestros hijos nos pertenecen en tanto en cuanto son una responsabilidad por el hecho de haberles dado la vida, pero nada más. No son nuestras proyecciones vitales ni somos las dueñas de sus destinos. La maternidad es un proyecto bello, precioso, pero como fin en sí mismo es sometedor y excluyente.

Por favor, absteneos de plantear cuestiones legales, ni Anna en sus declaraciones ni yo misma, creo que cuestionemos el estado de garantías sociales y sobre todo el derecho de los padres y madres a criar a nuestros hijos en base a nuestras ideologías y confesiones. Y por eso mismo, hemos de ser conscientes de que existen otros modos y que han existido a lo largo de la historia. La antropología está llena de esos ejemplos, que no solo se limitan a las cuatro tribus africanas que, para colmo de males, son usadas como ejemplos negativos, llámandolas «asalvajadas».

Amo a mis hijos, por encima de todas las cosas que amo, pero más amo verlos libres y felices. Y quiero que mucha gente les quiera, cuanta más gente mejor, por si yo falto y para que nunca estén solos. Que sus vínculos sean potentes con muchas personas, que no sólo pertenezcan al núcleo familiar primario, «el de sangre». Y aunque yo esté inmersa en un modelo de familia tradicional (estoy casada con mis papelitos y todo), entiendo que otros modos son posibles, y también entiendo que las instituciones ligadas al concepto de familia pueden constituir una cárcel para el pensamiento feminista que opta y defiende la liberación desde la equidad. ¿Soy una radical? Posiblemente, sí. Pero que la gente opine eso de mí no me preocupa, más me preocuparía que mi nombre saliera en los papeles de Panamá, o haber sido imputada en cualquier caso de corrupción.

¿Soy una mala madre? Que sean mis hijos los que opinen sobre ello, o las personas que se relacionan con ellos. Me remito a ese dicho africano tan hermoso: para educar a una niña hace falta un pueblo. Pues eso, que se puede ser madre con hijos de varios padres, que tu compañera más cercana puede ser una mujer y no ser tu pareja sexual, que una comunidad puede implicarse en educar, amar y proteger con garantías. Me lo creo y lo defiendo. Se podrán decir muchas cosas de mí, pero jamás se podrá poner en duda mi capacidad de amar.
Yo quiero ser una mujer libre y criar en libertad. Pero sobre todo quiero que mis hijos lo sean.
Laura Frost.

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