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• ¡El arte abandona la galería! ¿a dónde va?

tristeza

 

Adolfo Vázquez Rocca.

El negocio del arte es un sistema de celos.El registro, la documentación y el tránsito de obras se ha emancipado del fetiche sacralizador del Museo. La consigna de Adorno del museo como mausoleo anunciaba ya la puesta en circulación de las obras, su operación de fuga o salida hacia el público por otro medio, hacia la interactividad que la Web posibilita; la de sus galerías virtuales, sus espacios telemáticos, sus portales de arte y revistas digitales.

Esta insubordinación de las obras, y el abandono del museo, ha radicalizado la desconfianza de la institucionalidad del Arte sobre los medios y tecnologías digitales. De allí que la industria cultural haya tomando recaudos respecto de los derechos a la exhibición, la propiedad intelectual de las imágenes –sometiendo cada vez más a la cultura a una lógica mercantil y del espectáculo– socavando con ello el potencial crítico de la producción visual, convirtiéndola en una práctica soft y cosmética, políticamente correcta. La institucionalidad cultural se dota así de sus sistemas inmunológicos para reeducar el exabrupto y librarse de las cáusticas estrategias con la que los artistas han querido instalar debates política y socialmente relevantes en la agenda iconográfica del inconsciente colectivo del continente.

 
Pese a todo –no somos ingenuos– el negocio del arte es un sistema de celos. En él la función de las obras consiste en convertirse en objetos de deseo[1]. En cuanto una obra atrae el deseo, aparecen a su lado las rivales queriendo apropiarse del anhelo de que disfruta. En todos los objetos brilla el anhelo de los otros. El mercado los hace sensuales, el hambre de deseo los hace bellos, la obligación de llamar la atención genera lo interesante.
Desde hace dos siglos está en marcha el aburguesamiento de la codicia. Tras la alta burguesía, esa codicia también ha abierto una creciente sensualidad a las clases medias.Desde sus inicios, y de acuerdo a este sistema de seducción, el Museo de arte ha coexistido con las exposiciones de mercancía. En el siglo XIX son pocas las diferencias entre aquellas estrategias expositivas utilizadas en museos, pasajes comerciales y Exposiciones Universales.
Ante esto algunos artistas han estado especialmente interesados en provocar una ruptura respecto de las habituales actividades de la producción, contemplación y apreciación artísticas[2]. Abogando por un decidido rechazo de los aspectos mercantiles del consumo de arte[3] al mismo tiempo que muchos de ellos intentan imbricar su actividad artística en un contexto más amplio de preocupaciones sociales, políticas y ecológicas opuestos a la producción de objetos diseñados según criterios utilitaristas y funcionales del establishment cultural.
     

El arte contemporáneo surge del desmantelamiento de los conceptos de autenticidad, originalidad y autoría como práctica compartida por las instituciones del museo y la Historia del Arte. A lo largo del siglo XIX todas estas instituciones aunaron sus esfuerzos para encontrar en la firma, en el certificado del original, la garantía que asegure la propiedad. La deconstrucción de las nociones de autoría y originalidad provocó un cisma en el estatuto mercantil del arte, sustrayendo ciertas obras y autores del régimen de la seducción.

Con los mencionados gestos de deslegitimación, empezaba la disolución de la frontera entre la antigua cultura de elite y la cultura popular, no sólo como fenómeno estético sino como síntoma del posicionamiento del artista en un nuevo orden y dentro de la nueva naturaleza consumista del capital.

Este proceso de dislocación encuentra su punto de mayor alcance en la formulación del concepto ampliado de arte. “Esta formula la practicó Joseph Beuys cuando quiso articular vitalmente lo ético, lo político y lo artístico, la practicó Marcel Duchamp cuando afirmó su idea de arte como filosofía crítica y la explotó Andy Warhol gracias a su prodigiosa habilidad para disolver todo gesto artístico en la esfera de las comunicaciones y el mercado o, en otra palabras, volver mercancía a la obra de arte”[4].

Ese proceso de disolución de la estética moderna, que había sido intelectualmente estratificada e integrada a un orden socio-económico específico, absorbió y aún sigue coptando a un gran cúmulo de artistas modernos que no atinaron a tomar la suficiente distancia sobre su propio oficio, para comprender los modos en que su práctica artística encaja en el gran andamiaje de la economía política moderna.

La cuestión ya no es la de ser pintor, vídeoartista o instalador, la de manejar los medios del arte, sino que la cuestión es la del estar-presente y más aún, de ser visible en la escena de los medios. De este modo, tenemos que la posmodernidad no produce tanto un nuevo arte como arte para un nuevo medio.

Paralelo a estas elitistas prácticas mercantiles y al obsceno gusto decorativo e indigesto en auge, se produce una tendencia a aligerar el Arte de su contenido crítico, de su actitud transgresora, innovadora y –por momentos– corrosiva, se trata de una particular tendencia a despolitizar y abaratar conceptualmente el Arte, restándole toda fuerza de ruptura e innovación. El arte contemporáneo ha dejado de ser cáustico como lo fueron las vanguardias de principios del siglo XX. No debemos ser ingenuos y pensar que el arte de hoy ha  roto radicalmente con la tradición sacralizadora de las Bellas Artes del siglo pasado, hacerlo significaría subestimar cándidamente la habilidad con que el sistema de convenciones institucionales ha logrado reingresar constantemente el gesto iconoclasta al inventario calculado (razonado) de las desviaciones permitidas, para neutralizar el ademán irreverente y reeducando el exabrupto[5].

 

Aquel  artista consciente de esas estrategias mercantiles y que  se adhiere al programa de la continuidad arte-vida, opera bajo diversas estrategias para perpetrar el atentando cultural por antonomasia: poner las obras en libertad, en libre circulación. De esta manera las obras abandonan la galería para actuar directamente en la realidad gracias a una disposición artística y política determinada. Este es el sentido de la proposición horizontal de Joseph Beuys: “cada hombre es un artista”[6], opera la apertura de la experiencia estética creadora en el espacio público horizontal, legitimando las capacidades de mucha gente que –teniendo voluntad expresiva y sensibilidad artística- no se veían a sí mismos como artistas. El arte adquiere así un alcance social y una dimensión político-espiritual, de prodigalidad extrema, íntimamente socializadora.En estas transformaciones del estatuto de lo artístico también ha entrado en crisis la noción misma de autor y el arte se ha vuelto difuso como oficio o actividad específica ejercida sólo por artistas y virtuosos. Se desvanece así la utopías de trascendencia mediante el arte y se desarticula desde dentro del sistema de las artes el proyecto mismo de monumentalidad sistemática en la obra de arte.

La inflación de las exposiciones: la feria de arte

La estrategia institucional de distribución del arte ha devenido en una estetización de lo banal amparada por un proceso de masificación del gusto y del juicio estéticos y  en la perdida de sentido histórico hasta convertir las obras en mercancías y ornamentos superficiales, averiados en su sentido;  el proceso de globalización del consumo de arte, donde el gusto se da como «elitismo de masas» que consumen información artística pero con una actitud de shopping propia de la sociedad del espectáculo y el imperio de la moda, devorando las producciones artísticas, sobre todo  el de las formas audiovisuales (video, cortometraje) que exigen un menor esfuerzo.

Prolifera así una estética que reivindica el «mundo del arte», es decir, «todo lo que tiene que ver con el arte exceptuando el arte mismo»[7]: la empresa cultural que gira en torno al artista, desde los críticos conciliadores, los curadores convertidos en súper-estrellas, pasando por los compradores hasta los snobistas, la farándula y los pseudo-intelectuales. Como sucede en la democracia electorera, en el mercado del arte hay una delegación explícita de la responsabilidad interpretativa en el Otro que, a fin de cuentas, no tiene ningún interés en que la teoría entorpezca el espectáculo.

El comisario o curador se ha convertido en el maestro de ceremonias, cobrando un excesivo protagonismo. Más que de curatorias, habría que hablar de estrategias curatoriales. En los noventa se implementó la figura del mediador, en gran parte como figura de legitimación institucional. Por eso, habría que diferenciar entre el comisario-creador y el comisario funcionario, aunque luego las posiciones siempre resulten más híbridas. No hay que olvidar que hasta la invención del museo de arte moderno habían sido los propios artistas quienes se encargaban de articular exposiciones.

El discurso contemporáneo en torno al arte nace, no de la historia o la filosofía y la investigación, sino de la prensa: el reino de la opinión enlatada. El reino de «los que no tienen tiempo». Y es éste el tipo de discurso emocional que nutre la fundamentación «conceptual» que se exige dentro del escaparate posmoderno. Desde el Salón hasta el Premio. Desde el aula hasta el bar. Desde la indagación del profesor al interrogatorio del curador y la beca. La prensa esnobista es la sangre que corre por las venas del «arte contemporáneo».

La crítica disfuncionalResulta imposible organizar tal compendio de informaciones dispersas como cuerpo teórico, como construcción que escamotea a la razón para convertirse en discurso del balbuceo y los lugares comunes de las Bellas Artes. Con exclamaciones que mientras más vehementes son, cuanto más «ruido» hacen, cuanto más teatrales y afectadas, más logran ocultar la pobre formación estética y el casi analfabetismo filosófico e histórico de los administradores de la cultura –incapaces de entender y valorar el sentido de la producción cultural de los “artistas contemporáneos». Pese a todo cabe consolarse pensando que esta opinión que predomina suele ser la opinión de una generación –la del político (con su “inteligencia funcionaria”)– que se está desvaneciendo.

La «responsabilidad» de intentar adquirir una solidez teórica es hoy una empresa imposible en un universo cultural y académico que solo expone e inaugura muestras con sensibilidad de folletín, con delicados sentimientos y un sutil toque de hipocresía, con licencias para la opinión generosa y condescendiente ante el “buen tono rupturista”, ante el exabrupto calculado… como ademán y simulacro de la trasgresión real.

 

En las últimas décadas hemos visto el agravamiento de una cultura espectacular y mediática que ha abandonado cualquier tipo de política cultural que guardara relación con la producción y transmisión de la complejidad social, y con la toma de conciencia crítica de los fallos y faltas de nuestra sociedad. Produciéndose así una dimisión generalizada de todo tipo de compromiso cultural, un compromiso que ha de ser siempre un compromiso político. La gente se confunde cuando piensa que lo político en el arte es únicamente una estetización de los síntomas de los males de la sociedad y de los conflictos que la articulan. Una visualidad híbrida, difuminada en los titubeos de la democracia de los consensos, rendida al nuevo estatus galerístico del paraíso neoliberal, al arte de formulario, el de los fondos y becas “concursables”.Mientras a comienzos del siglo XXI un amplio sector del mundo del arte se alineó con esa espectacularidad, homogeneidad y evanescencia de la cultura dominante, existen otras prácticas, que aunque al margen del poder, de los circuitos y de las instituciones de “La Cultura”, tienen un auspicioso futuro en razón de su heterogeneidad y su carácter horizontal y socializante. La cuestión es, sin embargo, cómo asegurar la existencia de estas prácticas en términos de producción, en términos de información, de presentación y de encuentro con públicos variados, públicos socialmente diferenciados y mercados alternativos, a los cuales acceder mediante una suerte de procedimiento alternativo de circulación de bienes, al modo de las licencias abiertas que hoy ponen en jaque a la industria musical

 

Ante la ambigüedad, inmediatez y sensualidad de la producción artística el curador –el administrador de la “conciencia del arte»– ejerce la función de hermeneuta y editor de la obra expuesta, produciendo el texto para un catálogo, una cartografía de la exposición, un texto para la prensa, un acta para un jurado, uno para la institución, otro para la pedagogía y la sociología del gusto, finalmente un texto para autentificar una obra; en suma, una estrategia de mercadeo a través de una amplia gama de producciones textuales -en un comercio de frases- cuyo objetivo tácito es el de publicitar: hacer publico y formar un público para la obra. A menudo los curadores arman -trazan- una narrativa propia en la que las obras tienen apenas el papel de ilustración, un pequeño papel en la gran novela del arte donde el propio ‘comisario-escritor’ oficia de editor, esto es, establece las condiciones adecuadas de producción de obras, las que luego valida sobre la base de estos mismos criterios -a los que el cuando actúa de ventrílocuo del artista- llama diagrama de trabajo.Una lectura política es aquella que señala las condiciones de producción de la escena referida por unos agentes. De tal manera, la lectura del libro me obliga a declarar cuál es la plataforma desde la que sostengo la lectura, pero al mismo tiempo, habilita la investigación sobre la política de lectura que el editor del libro ejerce desde su propio diagrama de trabajo.

 

Pero en su fuero íntimo las obras desean sustraerse al régimen de visibilidad, es decir, replegarse sobre sí misma. Casi nada en ella ofrece superficies vulnerables a la mirada. La obra permanece plegada, enrollada en sí misma, encuadernada en sí misma, por así decirlo, cerrada. Su día de exposición y despliegue no es hoy, tal vez ya no lo sea, tal vez no lo sea nunca. No obstante tiene una forma de existencia, aunque no una del tipo habitual. La presencia de la obra no es ni la presencia de su valor ni de aquello que contiene de visible. No se revela en su plenitud, se mantiene en un ángulo agudo respecto al mundo, la curiosidad no puede leerla hasta el final y consumirla, la mirada choca con las cubiertas. En algunos casos el pliegue es tan denso que uno ni siquiera puede convencerse de si en realidad hay obras en el interior. Uno vacila involuntariamente entre dos hipótesis: dentro hay algo, dentro no hay nada”[8].La idea de pliegue y repliegue remite a la estrategia que a partir de la década del 80′ diversos artistas conceptuales latinoamericanos (entre ellos Eugenio Dittborn)  empiezan a utilizar para poner en circulación sus obras. Renuncian a la pintura, al grabado y a la escultura tradicionales y se apropian de los procedimientos trazados por la neovanguardia, a saber, la combinación y la interacción multimedia (fotografía, grabado, serigrafía, vídeo etc.) en el intento de recontextualizar el arte latinoamericano, en el caso de Dittborn a partir de las denominadas Pinturas Aeropostales, serie realizada en técnica mixta, en un soporte especialmente configurado para ser doblado y enviado en sobres dibujados por el propio artista. Esas obras sólo se concretizan después de un cuidadoso proceso de pliegues y de su envío a diferentes ciudades del mundo a través de la red internacional de correos, trasladándose de un lado a otro como si fueran simples cartas. Cuando llegan a sus destinos las Pinturas Aeropostales son desdobladas y expuestas junto a sus sobres en diversos contextos y espacios expositivos.  Así estas obras asumen plenamente la globalización de la cultura y apuntan a la reconstrucción crítica del canon occidental del arte.
Pese a estas estrategias para burlar los sistemas de distribución y tránsito de “bienes culturales”, las inversiones de los artistas en sus obras son altas y esto hay que tenerlo en cuenta. En estos objetos que llamamos “obras de arte” están sedimentados vida, ideas, tensiones. ¿Dónde está la pared blanca en la que pueda ser extendida la totalidad de superficies plegadas? ¿No sería bueno que existiera una pared así? ¿O esas obras han rehusado por su cuenta dicha pared? ¿Se han resignado ante su imposibilidad de ser descubiertas? ¿Están enfadas con la pared blanca? En aquella otra pared hay un cuadro blanco sobre fondo blanco o sólo un espacio, el vacío de un cuadro robado por su propio pintor?

 

Sloterdijk: ¡El Arte abandona la galería! ¿A dónde va?Las obras no dejan percibir nada sobre sus experiencias con paredes y galerías. Su historia previa cuenta poco en el momento. Su estar por ahí tiene algo de repentino y casual. Ahora permanecen plegadas en sí mismas ante nosotros, no alegan nada en su defensa, no muestran enojo, no toman ninguna iniciativa contra sí mismas, se preservan. Reclaman algo de espacio al margen, sin jactarse de su existencia. Están en el margen, humildes como estanterías en una bodega; puestas, no expuestas; colocadas unas junto a otras, no presentadas en primer plano[9].

¿Están tristes esas obras? ¿Tienen nostalgia de las grandes paredes vacías? ¿Se sienten no realizadas en su íntimo ser-para-la-compra? ¿Simulan ante las grandes exposiciones una capacidad para el exilio de la que se arrepienten secretamente?

¿Pueden los artistas ensimismarse y convertirse en autistas, abandonar el arte sin exponer? Pero qué es lo que tendrían que abandonar realmente, tal vez sólo el sistema de galerías y visualidad social. Es decir aquello en lo que ya no está el arte, sino más bien donde se le encubre y enmascara

 
Este fue, sin duda, el sentido del gesto iconoclasta de Beuys[10] (1921-1986) con su declaración de abandono del arte, con el que puso en operación el sueño vanguardista de la disolución del arte en la vida. Quizás haya que poder fracasar como artista para avanzar como hombre. Quizás deban descansar incluso los mismos poderes creadores de obras como terrenos ya demasiado explotados durante largo tiempo. Los desmontajes de la felicidad creativa muestran al arte la dirección para hacerse a un lado.A Beuys, precisamente, no le interesaba exponer. Para Beuys exhibir fue siempre sólo una excusa para hablar de la utopía del Arte ante audiencias numerosas. Aunque su obra fue asimilidad por la institucionalidad artística, Beuys fue un ácido crítico el sistema del Arte y se resistía a que su obra quedara confinada a galerías, museos y páginas culturales de la prensa del espectáculo.

Pese a la apuesta absoluta de Beuys por la utopía del continuo arte-vida, éste no es un tiempo del cual esperar mucho.

Pronto saldremos también de la sala de Exposición y ninguna distancia hablará  ebria de una futura gran felicidad. Pero lo visto es lo visto. ¿Qué es visibilidad? Quizás la cotidianeidad de la revelación. ¿Qué es entonces revelación? Que algo nos ilumine con su visibilidad. Cuando estamos al aire libre. Cuando estamos tan afuera del marco de lo institucional que el mundo se muestra.

NOTAS

[1] SLOTERDIJK, Peter, “El arte se repliega en sí mismo”, En Revista Observaciones Filosóficas, Sección Estética, 2007. http://www.observacionesfilosoficas.net/elarteserepliega.html

[2] BATTCOCK, Gregory, La idea como arte; documentos sobre el arte conceptual, Editorial Gustavo Gili, S.A., Barcelona, 1987, p. 9

[3] VASQUEZ ROCCA, Adolfo, «Baudrillard; cultura, narcisismo y régimen de mortandad en el sistema de los objetos» , en Revista Almiar, Margen Cero (Madrid; España) / Nº 31 / diciembre 2006 – enero 2007, http://www.margencero.com/articulos/articulos3/baudrillard.htm

[4] VALENCIA CARDONA, Mario A., “Los orígenes del arte crítico: La metáfora Rothko”, En Revista de Ciencias Humanas, UTP, 2005.

[5] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, «La crisis de las Vanguardias artísticas y el debate Modernidad-Posmodernidad», En Revista Arte, Individuo y Sociedad. Revista Científica de la Facultad de Bellas Artes, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID – Año 2005 – Vol. 17. ISSN 1131-5598 pp. 133 – 154. http://www.ucm.es/BUCM/revistas/bba/11315598/articulos/ARIS0505110135A.PDF

[6] BEUYS, Joseph, BODENMANN-RITTER Clara, Joseph Beuys: cada hombre, un artista: conversaciones en Documenta 5-1972, Editorial Visor, Madrid, 1995.

[7] GARDNER, James, ¿Cultura o Basura?, Acento Editorial, Madrid, 1996, p. 24.

[8] SLOTERDIJK, Peter, “El arte se repliega en sí mismo”, Documenta XI. Kassel, En Revista Observaciones Filosóficas, Sección Estética, 2007. http://www.observacionesfilosoficas.net/elarteserepliega.html

[9] SLOTERDIJK, Peter, “El arte se repliega en sí mismo”, Documenta XI. Kassel, En Revista Observaciones Filosóficas, Sección Estética, 2007. http://www.observacionesfilosoficas.net/elarteserepliega.html

[10] Beuys el utopista, el pintor, el escultor, el diseñador gráfico, el performer, el teórico del arte, el político, el poeta, el dandy, el hombre de las cavernas, el profesor, el líder carismático, el chamán, el padre de familia, el héroe de guerra incombustible, condecorado dos veces con la Cruz de Hierro, el que se reconvirtió en político pacifista y militante del partido verde alemán.

Adolfo Vásquez Rocca
Doctor en Filosofía y Teoría del Arte

Publicado en Repilica21

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