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Días de fútbol y rosas (o de por qué es progresista que gane el Barça el miércoles)

Andrés Sánchez

El miércoles se juega la final de la Champions, y he decidido ir con el Barça. Aunque no soy precisamente un entendido, me parece que hace un buen juego (al menos eso me dicen mis amigos, incluso los madridistas) y el modelo del equipo (entrenador vinculado al proyecto, centralidad de la cantera y apuesta por valores “por hacer”) me parece más atractivo que el “mercado de los galácticos”. Cualquiera que me conozca debe estar preguntándose qué demonios hago hablando de fútbol. Me ha parecido una buena excusa para hablar de política.

Un título (o tres, como puede ser el caso del Barça esta temporada) se puede ganar de muchas maneras. A los directivos les es igual, como a la mayoría de los aficionados. Pero no lo es. No sería lo mismo que la liga la hubiera ganado el Real Madrid con su juego cicatero y ramplón que este Barcelona. El éxito del Barça lleva a que todos en el mundo del fútbol (especialmente el Real Madrid) piensen en cómo van a mejorar y desagraviar a su afición. Una liga para el Real Madrid dudo que hubiese significado nada más que un trofeo más para ese equipo. Esto debería hacer pensar a los progresistas qué nos está pasando.

Desde mi punto de vista, “progresista” y “de izquierdas” no son sinónimos. No tanto por que crea en progresistas de derechas y otras criaturas como por que son dos perspectivas diferentes.

Vaya por delante que como en toda categoría política, en éstas subyace la idea de conflicto. En cualquier definición que hagamos aparecerá la idea de que la política tiene que vérselas con dilemas, es decir, con la decisión sobre alternativas válidas y, al menos en un sentido reducido, legítimas: no hay criterios técnicos globalmente aceptados que permitan resolver la cuestión. Está abierta y hay que decidirse.

No hay conflicto si dos (al menos) no se enfrentan. Pero no es el mismo conflicto el que enfrenta conservadores/progresistas e izquierda/derecha. Los progresistas no se definen principalmente por oponerse a los conservadores, sino por su relación con el mundo y la vida, con su papel en la historia. Lo que hacía a Erasmo un progresista no era la Inquisición, sino su defensa de una sociedad no regida por los principios morales de una religión. Darwin no fue progresista porque sus contrarios fuera enemigos de la razón, sino porque nos ayudó a entender mejor el mundo y a nosotros mismos. La inquisición o los escépticos al darwinismo podían haber sido tolerantes hermanas de la caridad y ellos seguirían siendo progresistas porque ampliaron nuestras vidas.

No siempre es sencilla, porque no tenemos un “catecismo”, sino criterios para razonar: ¿es progresista el aborto? ¿Y la eugenesia? ¿Era más progresista el Roosevelt pacifista o el de Normandía? ¿Puede el ecologismo ser tan progresista como quienes querían emanciparnos de la naturaleza? Lo importante es que el progresismo nos permite dar respuestas no arbitrarias a las cuestiones que nos plantea la contingencia, la apertura y el conflicto de la vida.

Estas cuestiones pueden abordarse desde la perspectiva de la izquierda y la derecha. En este caso, sí nos definimos por oposición a otro: hay un “nosotros” y un “ellos”. Si los progresistas nos descubren un mundo (en el que no estamos solos), la izquierda muestra que no estamos solos (en el mundo).

El progreso es hijo del tiempo, la izquierda es hija del espacio. El progreso delibera; la izquierda contabiliza. El progreso es reflexivo, la izquierda es emotiva. El progreso quiere triunfar, la izquierda ganar.

Triunfar o ganar: parecen lo mismo, pero se triunfa en las gradas y en el corazón y la mente de las personas; en el marcador del partido sólo se puede ganar. Por eso resulta más difícil triunfar sin ganar que ganar sin triunfar.: son más habituales los izquierdistas conservadores que los progresistas de derechas.

Los partidos de izquierda se han abonado en los últimos años a ganar sin triunfar. Para los líderes de los partidos es muy racional: es más fácil y arriesgan menos. Cuando la derecha es presentada como homófoba, racista, fundamentalista de mercado y confesional no hay que preocuparse demasiado con ser progresista., basta con ser suficientemente de izquierdas. Ganar 1-0 de penalti injusto en el último minuto. Lo contrario de lo que ha hecho el Barça.

Tuve esta discusión con una amiga este fin de semana. Ella cuestionaba mi distinción entre “izquierda” y “progresista”. Pero no soy yo quien lo hace: es la izquierda oficial. Nunca hemos tenido gobiernos tan de izquierdas… y tan poco progresistas. Como en la película de Jack Lemmon, basta con el suficiente vino para que todo parezca un jardín de rosas… hasta que la ficción se cae.

Y así estamos los progresistas. Embriagados de izquierda, esperando a que todo se nos caiga encima. O esperando a un Guardiola (y a un Messi, y a un Inhiesta, y a un Xavi, y a Eto’o, y a un Puyol…). Para ganar triunfando. Suerte el miércoles.

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