Rafael Rodríguez de León | La crisis socava los cimientos de todas las instituciones gestadas en el último cuarto del pasado siglo proporcionalmente a la intensidad con que cada territorio la está sufriendo, porque esta crisis, que no tiene vuelta atrás, implica una ruptura global y radical con el pasado.

El nacionalismo andaluz, que siempre ha resurgido durante las crisis porque es cuando se reactiva la sociedad andaluza, debe renovar su discurso y aportar nuevas funcionalidades al cambio tal como lo hizo durante la transición política. Es más, sólo es posible su renovación por la profundidad del cambio que provoca esta crisis sistémica.
LA RENOVACIÓN DEL NACIONALISMO ANDALUZ
La transformación del nacionalismo andaluz requiere la asunción de cinco contenidos esenciales, con radical claridad, sin ambigüedades:
a) Su profunda sincronización con la defensa de la democracia frente a la dictadura de los mercados, este nuevo fascismo global del siglo XXI.
b) Su plena ubicación dentro de la izquierda.
c) Un claro europeísmo sobre todo ahora cuando se agudiza la crisis del Estado-nación.
d) Su imbricación con la ecología aportando y recibiendo sinergias para un proyecto político igualitario adaptado a la crisis del capitalismo (no hay capitalismo sin crecimiento).
e) Ocupar la primera línea en la defensa de la autonomía andaluza.
Esta renovación tiene que producirse al mismo tempo que se está transformando la democracia, la izquierda, la Unión Europea, el ecologismo y la funcionalidad de nuestra Autonomía, de ahí su dificultad conceptual. Es más, el nuevo nacionalismo andaluz debe tener un papel activo en esas transformaciones al mismo tiempo que se nutre de ellas y debe hacerlo en un tiempo record porque la crisis en el estado español se acelera cada día y este otoño, sin ir más lejos, va a ser especialmente duro.
LA DEMOCRACIA
La democracia en el Estado español, a pesar de su baja calidad por haberse gestado en una transición sin ruptura con la dictadura franquista, es la única y deseable vía de transformación. Una pretendida vía ‘insurreccional’ que niega la existencia de la democracia en España, la no representatividad de los parlamentarios o la ilegitimidad de toda la clase política es sólo una representación mediática ‘de plató’ de lo que fueron las revoluciones en el siglo XX, cuyos efectos reales son reducir la base social de la izquierda. La victoria democrática en las urnas de una mayoría de izquierda es el camino para el cambio en sociedades complejas e impide, además, que se produzcan déficits democráticos estructurales tal como ha ocurrido en las construcciones políticas surgidas después de procesos de asalto al poder (impensable en Estados democráticos).
La ruptura que necesitamos para una regeneración democrática puede producirse por el acceso al Gobierno del Estado de una gran coalición de izquierda con un programa común de cambio (democratización, federalismo, nuevo modelo económico y defensa de los servicios públicos universales) que rompa con la alternancia PSOE – PP que hasta ahora hemos vivido, y cuyo primer paso debería plasmarse en las próximas elecciones europeas previstas para la primavera de 2014 (que pueden tener una naturaleza radicalmente distinta a las celebradas hasta ahora).
Se trata de pasar de un modelo raquítico de democracia para la gestión del crecimiento a un modelo de democracia para la transformación en la crisis. Esto implicaría una amplia alianza de clases y de territorios que proporcionase una mayoría suficiente construida sobre la hegemonía de los valores progresistas de libertad, la igualdad y la solidaridad.
LA IZQUIERDA
Estamos viviendo, entre otras, la crisis del bipartidismo que se ha agudizado entre mayo de 2010 y julio de 2012, es decir, desde que Rodríguez Zapatero cambio su política (con “reforma exprés” de la Constitución incluida) y se adaptó a las exigencia de los “mercados” hasta que el gobierno de Rajoy decidió un contraprograma político de desmantelamiento del estado social. Las encuestas electorales incluso pueden cuantificar su provisional defunción cuando la suma de PP y PSOE no alcance el 50% en la intención de voto.
Este septiembre vamos a empezar a vivir la larga agonía del Gobierno del PP cuando solicite el “rescate” a la Unión Europea, con tensiones que se trasladarán tanto al PSOE como a IU, quienes deben evitar las respectivas tentaciones de pactar con el PP, el recorte de derechos y libertades (PSOE) o de caer en actitudes populistas y ultraizquierdistas (IU).
El “rescate” cuyo objetivo principal va a ser el “saneamiento” del sistema financiero español que ha pasado de ser considerado “un modelo para el mundo” a “el gran problema” va a exigir el trasvase de fondos públicos mucho más allá del préstamo de los 100.000 millones. El PP intentará compensarlo con recortes insalvables a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos, que a su vez no tendrán más remedio que trasladarlo a la financiación de los servicios públicos, incluidos los empleos y sueldos de los que trabajan para la prestación de estos servicios.
El PP espera que con ello se pueda conseguir un triple objetivo: sanear el sistema financiero, deteriorar las comunidades autónomas y la democracia más cercana y cambiar los actuales servicios públicos universales por una segmentación en tres escales: privado y de alta calidad para los ricos, servicios públicos de baja calidad para los que trabajan y beneficencia para los parados sin subsidio y los inmigrantes sin papeles.
Además, hundiría a los gobiernos de izquierda, como el de Andalucía, cuya identidad se basa precisamente en la defensa de los servicios públicos universales y de calidad. Pero, en realidad, lo que puede provocar