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La ética es cosa de pobres

greedy_suit_1Por Andrés Sánchez

@andresash

El día 27 de febrero se publicó en la revista de la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU un interesante artículo sobre los resultados de varios estudios que combinaban encuestas y experimentos conductuales que relacionaban la ética del individuo con la clase social. Como cabía imaginar, cuanto más alto se está en la escala social menos ético es el individuo. Se adjunta después de estas líneas un resumen de dicho artículo.

Lo que me gustaría destacar es algo que no aparece en este estudio, y que ayuda a ponerlo en su contexto y darle sentido. Son las consecuencias políticas de que la ética aparezca como un fenómeno de la clase social, y que resumo en tres.

Primero, se ha socializado la ruptura del contrato ‘socialdemócrata’ (o democristiano en otras coordenadas), que políticamente fue demolido hace 30 años por los neoconservadores Thatcher y Reagan. El compromiso con una sociedad igualitaria, en la que contábamos con una escala de valores compartida en general, y en el que las clases altas y los poderes fácticos entendían que contenerse era una forma de hacer sostenible su situación saltó por los aires de facto, y también ya en las cabezas y corazones de la gente. Es lo que en España, donde nunca ha existido realmente ese contrato social porque para eso ha estado el ejército desde (al menos) el siglo XIX, se ha traducido en el criminal “España, antes rota que roja”.

Segundo, las clases sociales vuelven a la arena de la política. Precisamente como consecuencia del punto anterior, porque lo que había puesto entre paréntesis “la cuestión de clase” era… el acuerdo entre las clases. La política, que no deja de ser la pretensión de llevar el poder de lo privado a lo público, cuando es dinamitada vuelve al estadio anterior: a la privatización (otra vez) del poder. Las clases sociales vuelven a jugar su papel político, o mejor dicho, prepolítico, de definir el espacio público y qué poderes quedan sometidos a aquel y cuáles no, así como de quiénes se constituyen en actores políticos. Personalmente pienso que la ‘lucha de clases’ es un caso particular de la dinámica social, pero también apostaría porque estamos entrando de nuevo en ese escenario. La pulsión ácrata, individualista por enemiga del compromiso, que ha vuelto a traer a escena el asamblearismo, tiene poco de alternativa y mucho de antipolítica; son ínfulas de liberación que refuerzan la privatización del poder con utopía del poder personalizado, como si todos pudiésemos ser reyes (un planteamiento más infantil que democrático). El sueño del liberalismo (individuo-consumidor-rey) produce monstruos.

Y tercero, la confusión entre qué es antes, la clase o la conciencia, el huevo o la gallina. Como buenos evolucionistas, sabemos que la respuesta es el huevo y mutatis mutandi el problema está en la clase. El neomoralismo, que cree que ha sido la codicia que la que ha desencadenado la crisis; que espera la conversión de la humanidad a valores de austeridad, solidaridad, etc. no puede estar más equivocado. Pensar que primero es la (a)moralidad y después la desigualdad no es correcto: no son poderosos y ricos porque carezcan de escrúpulos (y de eso trata el último estudio reflejado en el artículo), sino que estar en el vértice de una sociedad hace racional liberarse de las obligaciones y limitaciones. Por tanto, lo que necesitamos es menos predicar, y más política. ¿Cambiar conciencias? Mejor construir mayorías políticas y aprobar leyes que limiten el poder fáctico (lo sometan a la política democrática) y que incrementen la igualdad. Esto los ecologistas lo sabemos bien: leyes y acuerdos vinculantes internacionales como el Protocolo de Montreal han permitido controlar el problema del agujero en la capa de ozono; todo lo contrario de la caótica situación de los residuos domésticos, donde ha primado el voluntarismo y la concenciación… con penosos resultados.

En definitiva: roto el acuerdo social logrado por el movimiento obrero el siglo pasado, lo último que debemos hacer es participar en dinámicas que contribuyan a la reprivatización del poder (y ahí tenemos el asamblearismo como salida en falso). La politica es prioritaria frente a la “moralización”. Tanto para recuperar la democracia (republicana al fundarse en el ciudadano más que en el individuo-rey liberal) como para establecer un nuevo acuerdo social. En el que la igualdad ha sido redefinida desde la perspectiva de la ecología política.

A continuación se incluye el resumen traducido del artículo que me ha servido de excusa para traer a colación estas ideas sobre política, ética y clases sociales.

Los ricos mienten más (y hacen trampas)

Yasmin Anwar (Berkeley, Universidad de California)

Los investigadores del campus de Berkeley (Universidad de California) han dirigido siete estudios distintos en los que han encontrado que las personas de las clases altas son más tendentes a mentir y hacer trampas cuando apuestan o negocian, a conducir menos respetuosamente y a apoyar comportamientos poco éticos en el trabajo.

Las tendencias inmorales de los individuos pertenecientes a clases altas están impulsadas, en parte, por sus actitudes más favorables hacia la codicia”, dice Paul Piff, estudiante de doctorado en Berkeley y autor principal del artículo publicado en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences”.

Cuando ponemos el foco en estos asuntos, nuestra investigación -al igual que otras- señala el papel que la desigualdad desempeña en conformar los patrones de conducta ética y el comportamiento egoísta, y apunta asimismo a ciertas vías por las que dichas pautas podrían ser modificadas”, señala Piff.

Para investigar cómo se relacionan clase y ética, los investigadores analizaron las actitudes de más de 1.000 personas procedentes de clases baja, media y alta. La clase social se determinó mediante la escala MacArthur de estatus socioeconómico subjetivo, y los encuestados revelaron sus actitudes hacia comportamientos inmorales y la codicia. Tomaron parte asimismo en tareas diseñadas para medir de facto su comportamiento.

En dos estudios de campo sobre el comportamiento en la conducción de vehículos, motoristas de clase social alta cortaron el paso a otros conductores con una frecuencia cuatro veces mayor que el resto, e invadieron pasos de cebra, sin permitir cruzar a peatones, con una frecuencia tres veces mayor.

Otro estudio mostró que, ante escenarios de un comportamiento sin escrúpulos, los participantes de clase alta declaraban hacer esos mismos comportamientos con una mayor probabilidad que los pertenecientes a otras clases socioeconómicas.

A los participantes en el cuarto estudio se les asignaron tareas en un laboratorio, y se les invitó a coger un par de caramelos de un bote reservado para los niños que estaban de vista en aquel. Los participantes de clase alta cogieron el doble de caramelos que sus compañeros de otras clases.

En el quinto estudio a los participantes se les dio el rol de un empleador que está negociando el salario con alguien que busca un empleo indefinido. Entre otras cosas, a los ‘empleadores’ se les dijo que ese puesto que ofrecían sería eliminado pronto, y que eran libres de dar esa información en el proceso. Los participantes en el experimento de clase alta engañaron con mayor frecuencia al solicitante de empleo reteniendo esa información.

El sexto consistía en un juego informático de dados, donde se realizaban cinco tiradas para cada jugador y éste debía comunicar su resultado. Quien obtuviera la mayor puntuación recibiría un premio en metálico. Lo que no sabían los participantes en el experimento era que el juego estaba amañado, de tal forma que los jugadores no podrían recibir más de 12 puntos por las cinco tiradas. Los participantes de clase alta comunicaron con mayor frecuencia puntuaciones por encima de ese límite, lo que indicaba una mayor tasa de ‘trampas’, de acuerdo con el estudio.

El último estudio halló que las actitudes ante la codicia eran el predictor más importante de comportamientos poco éticos. A los participantes se les mostraron malos comportamientos en el lugar de trabajo, como coger dinero de la caja, aceptar sobornos o cobrar más lo estipulado a los clientes. Estos comportamientos eran compartidos por aquellos que veían beneficiosa la codicia, fueran o no de clase alta, dicen los investigadores.

Estos resultados tienen consecuencias muy claras sobre cómo el incremento de la riqueza y el estatus conforman las pautas de comportamiento ético, y sugiere que los diferentes valores sociales de quienes tienen más y quienes tienen menos ayuda a dirigir aquellas tendencias”, afirma Piff sobre los hallazgos acumulados.

Los coautores del estudio provienen de Berkeley (Universidad de California) y de la Universidad de Toronto. La investigación fue financiada parcialmente por la Fundación Nacional de la Ciencia de EEUU.

Enlace al artículo original: http://www.futurity.org/society-culture/among-the-wealthy-more-cheats-and-liars/
Traducción: Paralelo36

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