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Por Maria Linares. El autoritarismo masculino ejercido a nivel social, actúa como gendarme que vigila tanto para impedir una rebelión de las mujeres como para frenar cualquier proceso de humanización por parte de los hombres. Aquel hombre que entiende la situación de la mujer, esto es, que limpia, lava y plancha tanto como su compañera, será considerado en muchos países y medios sociales como un débil físico y mental. Vemos así como el tótem de la ‘virilidad’ clásica se levanta tieso, seco, antipático, supuestamente amenazante. No necesita sacrificios rituales. Es peor, él es el vampiro chupador de los millones de horas de trabajo invisible, descalificado, no asalariado.

El autoritarismo masculino

toro

“En la familia, el hombre es el burgués y la mujer representa el proletariado”.

F.Engels

María Linares

En el “Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels ya expresaba su preocupación sobre el futuro de las mujeres, quienes según él, tendrían que escoger entre seguir siendo madres de familia o ser trabajadoras asalariadas. Creía Engels, que las mujeres no debían encargarse de las dos tareas.

Pero en virtud de una de las tantas aberraciones más del sistema capitalista, la mujer ha aceptado con resignación las dos tareas, endosando así una sobreexplotación que elimina para ella todas las conquistas logradas por la clase obrera en cuanto a la reducción de las horas de trabajo. Si la mujer protesta contra su situación extenuante –doble jornada de trabajo-, será acallada por la sociedad entera, por la moral y la cultura, que no toleran ningún estallido de ‘histeria femenina’ en este sentido.

El autoritarismo masculino ejercido a nivel social, actúa como gendarme que vigila tanto para impedir una rebelión de las mujeres como para frenar cualquier proceso de humanización por parte de los hombres. Aquel hombre que entiende la situación de la mujer, esto es, que limpia, lava y plancha tanto como su compañera, será considerado en muchos países y medios sociales como un débil físico y mental. Vemos así como el tótem de la ‘virilidad’ clásica se levanta tieso, seco, antipático, supuestamente amenazante. No necesita sacrificios rituales. Es peor, él es el vampiro chupador de los millones de horas de trabajo invisible, descalificado, no asalariado.

Implacable guarda-fronteras de la división del trabajo, el tótem –autoritarismo masculino- aparece inevitablemente a cada paso en el camino de la liberación de la mujer. Estará presente en todos los sectores de la actividad laboral para arrancarle a la mujer de las manos su instrumento de trabajo, para cerrarle los caminos de la dirección política, etc. Cuando no pueda imponerse por la fuerza, nuestro tótem se disfrazará de oveja. Tomará actitudes protectoras, paternales, -esto es, sólo una máscara-, porque intentará desplazar a la mujer. Cuando sea vencido por el raciocinio, se replegará (siempre momentáneamente) adoptando una pequeña actitud de docta ironía autosatisfecha. Lo conocemos bien, sabemos cuál es su ideología y su razón de ser.

Como el eunuco cuando guardaba las llaves -¡que aseguraban a la mujer!-, allí está, el tótem, incrustado en la conciencia social para continuar proporcionando mano de obra semi-esclava, para preservar la reconstitución privada de la fuerza de trabajo, allí está al servicio de las clases dominantes para confundir al pueblo, para impedir que la mujer tome plenamente conciencia de sus posibilidades creativas, las cuales, masivamente dirigidas hacia la producción social, provocarían un extraordinario salto adelante. Allí está, porque si la mujer entiende hasta qué punto ha sido deformada, hasta qué punto ha sido explotada, se negaría en seguir suministrando trabajo invisible, trabajo no asalariado. Sólo así, los fundamentos de la sociedad de clase se derrumbarían antes de la hora.

Publicado en http://www.aporrea.org

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