Roció Cruz
Hoy, mientras en el Parlamento andaluz se hablaba de presupuestos, reformas y planes futuros, un grupo de padres y madres ha alzado la voz para recordar lo más urgente: sus hijos.
No han pedido lujos. No han pedido privilegios. Solo han pedido un aula. Un espacio digno donde sus hijos e hijas con necesidades especiales puedan aprender como cualquier niño. Porque, aunque la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía de Andalucía dicen que todos tenemos derecho a la educación, en su realidad diaria ese derecho se convierte en lucha, papeleo, súplica y lágrimas.
Ellos no quieren compasión, quieren justicia. No quieren palmadas en la espalda, quieren soluciones. Porque cada día que pasa sin ese aula es un día que sus hijos pierden oportunidades que no vuelven. Un día que se siente como un retroceso, como si la sociedad les dijera: “No importáis tanto”.
Uno de los padres presentes hoy contaba con la voz quebrada:
“Solo queremos que nuestros hijos aprendan, se sientan incluidos, tengan amigos, no estén encerrados en casa. ¿Es tanto pedir?”
No, no es tanto. Es un derecho. Es humanidad. Es decencia.
Hoy su protesta ha sido pequeña en número, pero inmensa en dignidad. Mientras algunos los ignoraban, ellos se sostenían la mirada unos a otros y repetían para sí mismos: “No nos vamos a rendir.”
Ojalá quienes deciden presupuestos y aulas miren a estos niños a los ojos y comprendan que la educación inclusiva no es un favor: es un deber.
Porque medir el valor de una sociedad es sencillo: basta con mirar cómo trata a quienes más lo necesitan.
Hoy, en el Parlamento andaluz, unos padres recordaron esa verdad.
¿Quién los escuchará?
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