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Nos han vuelto a fallar: la derecha dice no a la jornada de 37,5 horas y deja atrás a miles de familias

Rocío Cruz

Otra vez, quienes deberían cuidar de la gente han decidido mirar hacia otro lado. Las derechas han bloqueado la ley que bajaba la jornada laboral a 37,5 horas semanales. Y no es solo un número. Son horas que podrían haberse convertido en tiempo con los hijos, en un rato de descanso, en una visita pendiente a los abuelos. Son horas que podrían habernos devuelto un pedazo de vida.

En Andalucía, donde demasiadas personas ya viven al límite entre sueldos bajos y trabajos precarios, esta decisión duele el doble. Duele porque mantener jornadas largas significa seguir agotados, seguir sin ver crecer a nuestros hijos, seguir postergando nuestros sueños.

Pensemos en María, que trabaja en un supermercado de Sevilla. Con la jornada actual llega a casa cuando sus hijos ya han cenado y solo le queda media hora para acostarlos. O en Carmen, auxiliar de enfermería en Jaén, que hace malabares para atender a sus pacientes y a su madre dependiente. O en Raúl, que lleva un taller en Granada y apenas tiene tiempo de llevar a su hijo al fútbol los fines de semana. Para ellos, esas horas menos significaban tiempo de calidad, salud, respiro.

Y si hay quienes lo sienten más fuerte, son las mujeres. Porque ellas siguen siendo las que se levantan antes para dejarlo todo preparado, las que salen corriendo del trabajo para cuidar, las que renuncian a ascensos, a tiempo, a salud. La jornada de 37,5 horas era un pequeño respiro, una forma de decirles: tu tiempo importa, tu vida importa.

Pero no. Han decidido que no. Que la economía de unos pocos vale más que la vida de muchos. Que las madres sigan estirando las horas como si fueran de goma, que los padres sigan llegando cuando los niños ya duermen, que los abuelos sigan esperando visitas que nunca llegan.

Reducir la jornada laboral no es un lujo, es justicia. Es permitir que la gente viva un poco mejor. Cada hora menos de trabajo es una hora más de vida. Por eso esta negativa no es un trámite cualquiera, es un golpe a la esperanza de millones de personas que solo piden algo tan básico como poder trabajar para vivir, no vivir para trabajar.

La lucha no puede parar aquí. Porque no se trata de política, se trata de nosotros, de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestras vidas. Y eso, no lo puede decidir quien nunca ha tenido que elegir entre trabajar o cuidar, entre descansar o llegar a fin de mes.

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