Portada / Andalucismo / Cuando arde la memoria

Cuando arde la memoria

Rocío Cruz

La noche del 8 de agosto, Córdoba no dormía. El aire, cálido y quieto, se rompió con el fulgor de unas llamas que comenzaron tímidas y se volvieron voraces. En segundos, el resplandor anaranjado iluminó paredes y arcos centenarios, lugares donde la historia se había acumulado en silencio durante siglos. El humo subía como un suspiro oscuro, mezclando el olor a madera quemada con algo que no se ve, pero se siente: el miedo a perder un trozo irremplazable de nuestra memoria colectiva.

Las llamas fueron vencidas. El fuego físico cedió ante la rapidez y el esfuerzo, pero en su lugar quedó otro incendio, invisible y mucho más persistente: el de las palabras cargadas de odio, los comentarios que destilan racismo, las miradas que niegan lo que somos. Porque, como toda catástrofe que roza lo simbólico, este incendio ha sacado a la luz una herida que nunca llegó a cerrarse del todo.

Hoy, 10 de agosto, esa herida tiene nombre y fecha. Hace exactamente 89 años, Blas Infante, el “Padre de la Patria Andaluza”, caía asesinado por soñar una Andalucía mestiza, orgullosa de todas sus raíces. Su crimen fue creer que lo musulmán, lo cristiano y lo judío podían convivir como capas inseparables de una misma identidad. Lo mataron a tiros, pero no pudieron matar su idea. Y sin embargo, viendo cómo crecen hoy voces que niegan esa pluralidad, es difícil no sentir que las brasas de la intolerancia siguen encendidas.

El incendio de Córdoba nos deja una lección que va más allá de la restauración de muros o techos: nos recuerda que el patrimonio no es solo piedra y arte, sino también el mensaje que encierra. Y ese mensaje —el de la convivencia, el respeto y la mezcla que nos define— es mucho más frágil de lo que queremos creer. Se rompe con discursos de odio, con la indiferencia, con la renuncia a reconocer que la diversidad no es amenaza, sino raíz.

Proteger lo nuestro no es solo custodiar edificios. Es impedir que las llamas del racismo consuman el espíritu que los levantó. Es recordar que Andalucía es hija de muchas manos y muchas voces, y que borrar cualquiera de ellas es amputar una parte de nosotros mismos.

Hoy, en el aniversario del asesinato de Blas Infante, las brasas aún humean en Córdoba. Que este fuego no sea excusa para dividirnos, sino una llamada urgente a defender la idea por la que él dio su vida: que nuestra historia, con todas sus capas, es el mejor antídoto contra el odio. Porque si dejamos que el miedo y el desprecio se impongan, no solo perderemos edificios… perderemos el alma misma de esta tierra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *