
Rafa Rodríguez (*)
La aparición del capitalismo ha necesitado la concentración de todo el poder político, que estaba disperso en el Antiguo Régimen, en la institución a la que llamamos Estado. Históricamente, la oligarquía (las élites con poder económico) ha controlado directamente el poder del Estado, aunque al mismo tiempo ha habido un amplio movimiento político para su democratización.
El control directo del poder del Estado por la oligarquía era posible porque restringía el derecho de voto a un porcentaje pequeño de la población (la ciudadanía). Es lo que se llama el Estado liberal censitario. Solo tenían derecho al voto los varones que poseían un determinado nivel de renta y fortuna. Para hacernos una idea de esta restricción, en España, la ley electoral que se derivó de la constitución de 1845 solo reconocía el derecho al voto del 0,8% de la población total.
La oligarquía también ha optado en muchas ocasiones para no perder el control del Estado por la utilización fraudulenta del sistema electoral (por ejemplo, durante el régimen de la Restauración) o por la dictadura y el fascismo (por ejemplo, la de Primo de Rivera o el franquismo). El control directo del Estado por la oligarquía es sinónimo de violencia y represión contra la izquierda y las clases populares.
La concentración del poder político en el Estado, al succionar todo el poder político que tenían los distintos micropoderes en las sociedades precapitalistas, ha permitido la aparición de la sociedad civil como espacio sin poder político, pero con poder económico y por lo tanto como espacio autónomo diferenciado del poder político.
La existencia de la sociedad civil ha engendrado la aparición de la idea de nación como construcción política para legitimar constitucionalmente al Estado que ejerce la soberanía (centro único del poder político) en un territorio delimitado.
La nación, al convertirse en un sujeto político activo que contiene a todos los ciudadanos del Estado (personas con derecho político al voto), ha generado, a su vez, un espacio comunitario de pertenencia no ya de los ciudadanos, sino de todos los pobladores del Estado, más allá de sus lazos de relaciones cotidianas.
La conjunción entre la sociedad civil y la nación, dio lugar a la aparición de la opinión pública y a los partidos, sindicatos y movimientos sociales como formas de participación y representación.
Esta nueva realidad política agudizó la tensión entre la restricción de los derechos políticos que solo tenía una parte de la población (los ciudadanos) y el sentimiento de pertenencia a la nación de la totalidad de la población. Los sectores excluidos del sufragio han transformado al Estado liberal censitario en el Estado democrático, basado en el sufragio universal y las libertades necesarias para ejercerlo, donde coincide la ciudadanía con la totalidad de la población. Ha sido una lucha larga que solo ha triunfado en determinados países, sobre todo tras la II guerra mundial, donde las Constituciones han tenido que reconocer el derecho al voto de las mujeres y sectores racializados, últimos sectores a los que se les ha reconocido el derecho al voto. Al mismo tiempo, la fortaleza del movimiento obrero organizado conectó la lucha democrática con el despliegue progresivo del Estado del bienestar.
En la democracia la oligarquía pierde el control directo del Estado y tiene que desplegar nuevos instrumentos para un control indirecto, elección tras elección. Desde entonces el conflicto social se centra en obtener el apoyo y la representación de la mayoría social.
(*) La imagen representa una obra del pintor Xesús Vázquez, (Pentes, Ourense,1946), una figura clave en el desarrollo de la pintura española desde la década de 1980.
Paralelo 36 Andalucia Espacio de pensamiento y acción política
