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La crisis europea en su contexto

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Ante la agudización de la crisis de la deuda en los estados periféricos de la zona euro es conveniente recordar de forma muy simplificada el contexto que hemos ido construyendo para explicar el cambio de época al que estamos asistiendo.

El capitalismo (equilibrio con desigualdad y crecimiento) se enfrentó conscientemente a finales de los años sesenta a sus dos grandes límites, uno interno (la tasa global decreciente de beneficio del capital productivo) y otro externo (los límites biofísicos del planeta), profundamente interrelacionados, pero su estrategia fue la de no aceptarlos sino emprender una huida hacia delante que chocó directamente con la realidad de un mundo globalizado que no permitía nuevas expansiones. La salida fue la expansión ficticia de la demanda mediante la creación de una nueva generación de activos financieros al margen del control de los estados, que forman parte de los agregados monetarios, sustentada en el crédito bancario y la deuda soberana de EE.UU. (posible por la naturaleza del dólar como monede reserva internacional), potenciando además la hegemonía del capital especulativo y la mercantilización de la sociedad (comunidad).

La crisis financiera de las subprime rompió bruscamente esta ficción amortizando parte de esos activos y provocando una gran recesión al mismo tiempo que “obligaba” a los estados a convertir otra parte de la ingente deuda privada en deuda pública. Ahora asistimos a una segunda fase de la amortización de esos activos ficticios, esta vez en manos de los estados, centrada en la crisis de la deuda de la zona euro por su debilidad institucional (que, entre otros efectos, ha hecho posible una más fácil conversión de la deuda privada en pública entre los estados miembros más involucrados en el modelo especulativo) pero que posiblemente se traslade también a EE.UU y otros estados fuertemente endeudados como Reino Unido o Japón, provocando un nuevo ciclo recesivo y una probable reestructuración del poder mundial que se enfrente de otra forma al verdadero problema: los límites del propio sistema capitalista en la globalización.

La ciudadanía, que ha vivido al margen de la comprensión de este proceso, experimenta ahora una situación de empobrecimiento y paro en un contexto de tremenda incertidumbre sobre el futuro inmediato y está encauzando su malestar contra la clase política que desde luego no ha cumplido con sus funciones de trasladar a la opinión pública el relato de la realidad social relevante ni ha gestionado la crisis con un mínimo de comprensión de la perspectiva. Al contrario, en Andalucía, tanto el PP como el PSOE, en la junta o en los ayuntamientos, ha potenciado un modelo económico desarrollista y especulativo, fuertemente dependiente de centros de decisión externos, que se ha derrumbado estrepitosamente ante los primeros embates de la crisis.

Nuestra lucha es porque la ciudadanía logre hacerse con la dirección del proceso a través de una profundización en la democracia y para ello la clave está en la potenciación de la acción política entendida como un trade off (un intercambio) entre objeto y sujeto; entre perspectiva y comprensión colectiva de la realidad; entre ideas, sentimientos e intereses; entre presente y futuro; entre lo local y lo global. Nunca ha habido tanta distancia entre los polos del intercambio y por eso hoy más que nunca es necesaria otra forma de hacer política basada en la flexibilización creativa que impone nuestro tiempo y nuestro espacio, en la construcción colectiva de las decisiones y de los relatos sociales.

Para el empoderamiento de la ciudadanía hay dos grandes campos. En primer lugar la potenciación de las estructuras comunitarias que han sufrido el embate de la mercantilización de la sociedad. La comunidad es la estructura de defensa social contra la dominación de los poderes no democrático mientras que su deconstrucción produce el individualismo que permite la impunidad de la manipulación y dominación sobre “la multitud”. En segundo lugar, lograr la máxima autonomía económica de las formaciones sociales para poder resistir la subordinación e instrumentalización con que los enloquecidos poderes económicos financieros intentan someter a estados y territorios y, desde la autonomía, diseñar un modelo para la transición de acuerdo con los límites reales, sobre la base de un reparto equitativo de los recursos y la renta.

Así, enfatizamos una estrategia para Andalucía basada en la democracia política, el fortalecimiento de nuestros vínculos comunitarios y la autonomía económica (andalucismo) para asirnos a la realidad frente a la negación de la misma por la locura de los que han optado por lo imposible y que ahora ya carecen de cualquier perspectiva que no sea el mantenimiento de sus privilegios.

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