Rocío Cruz
En Andalucía la danza late fuerte, aunque muchas veces parece que lo hace a pesar de todo. Cada curso, miles de niños, niñas y adolescentes llenan los pasillos de los conservatorios con zapatillas gastadas, mallas con remiendos y una ilusión infinita: convertir el arte en vida, hacer de la danza su manera de estar en el mundo.
Pero mientras ellos sueñan, los muros que los rodean se desmoronan. Conservatorios sin mantenimiento, techos que gotean, instalaciones que parecen detenidas en el tiempo… Lugares que deberían ser templos del arte se convierten, poco a poco, en símbolos de abandono. Los padres se preguntan cómo es posible que un centro oficial de enseñanza, donde se forman futuros profesionales, parezca más un edificio olvidado que una escuela de prestigio.
La Junta de Andalucía habla de la importancia de la cultura, de las artes escénicas como motor de identidad y de desarrollo, pero lo cierto es que, en la práctica, la danza ocupa un lugar secundario, casi invisible. Y, sin embargo, cada plié, cada ensayo hasta la extenuación, cada lágrima y cada sonrisa de estos jóvenes son una prueba de que el arte no solo es necesario: es vital.
La danza enseña disciplina, esfuerzo, sensibilidad, creatividad. Es una escuela de vida. Quienes hoy se visten de negro para ensayar, quienes sacrifican horas de ocio y de descanso para entregarse a una coreografía, son también quienes mañana subirán a los escenarios a representar a Andalucía en el mundo.
Por eso duele tanto ver cómo se desprecia su esfuerzo con edificios que se caen a cachos, con presupuestos que nunca llegan, con promesas que se evaporan. Duele comprobar que, en la tierra de Lorca, Falla o Paco de Lucía, los futuros bailarines tengan que aprender entre goteras.
La danza no puede ser un lujo ni un adorno, porque es un lenguaje universal que nos conecta con lo más humano. Cuando una administración olvida eso, no solo deja a un puñado de estudiantes en el olvido: condena a toda la sociedad a perder belleza, talento y cultura.
Ojalá llegue el día en que los conservatorios de Andalucía no sean símbolo de abandono, sino de orgullo. Hasta entonces, el arte seguirá sobreviviendo gracias a la pasión de quienes bailan incluso cuando el suelo se desmorona bajo sus pies.
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