Rocío Cruz
Hay silencios que no nacen por elección. Hay palabras que se quedan retenidas en la garganta, no porque no ardan, sino porque la vida empuja, exige, atropella. Y cuando eres mujer trabajadora, cuando la jornada no termina al salir de tu empleo, cuando el reloj nunca perdona y el mundo reclama más de ti de lo que humanamente puedes dar, a veces hasta una de tus mayores pasiones —escribir, expresar, denunciar, recordar— queda relegada. Y sientes culpa.
No escribí cuando llegó el 25 de noviembre, el día mundial para la eliminación de la violencia contra la mujer. Me quemaba la ausencia, me dolía el silencio, porque es una fecha que no es fecha, sino herida. Cada año volvemos a poner palabras donde la sociedad todavía coloca excusas; volvemos a gritar los nombres de quienes ya no pueden gritar. Y aun así, este año no lo hice a tiempo. La vida me arrasó.
Tampoco estuve puntual para el 4 de diciembre, la jornada histórica en el Día Nacional de Andalucía, recordando a Caparrós, a su sangre joven derramada por defender la autonomía, la dignidad de un pueblo que se niega a ser menos. Una reivindicación que hoy sigue vigente y viva en quienes creemos en la igualdad, la justicia y el reconocimiento de nuestra identidad colectiva.
Pero aquí estoy.
Aunque tarde, sigo.
Porque o paras tú, o la vida te detiene por la fuerza, y he decidido hacer una pausa para escribir. Porque no quiero permitir que las batallas más esenciales —la lucha contra la violencia de género y la defensa de la libertad y la autonomía— se pierdan en el ruido de los días.
Ser mujer hoy sigue siendo resistir.
Resistir al tiempo.
Resistir a la carga.
Resistir a los prejuicios, al machismo, a la desigualdad aún enquistada.
Y resistir a la amnesia colectiva que intenta convertir el dolor histórico en efeméride vacía.
Por eso escribo, aunque sea tarde.
Porque la lucha no tiene fecha de caducidad.
Porque levantar la voz siempre llega a tiempo, mientras se haga desde el corazón.
Hoy honro a todas las mujeres que ya no están, a las que la violencia de género arrebató de sus casas, de sus hijos, de sus sueños. Honro también a todas las que siguen aquí, trabajando, criando, sanando, sobreviviendo, renaciendo cada día con una fuerza que el mundo nunca termina de reconocer.
Y honro la memoria de quienes defendieron con su vida la autonomía y la dignidad de Andalucía, recordándonos que la libertad siempre tiene un precio y que cada generación debe continuar la lucha para que nada se dé por sentado.
No pienso dejar pasar otra oportunidad de alzar la voz.
Por las que ya no pueden.
Por las que estamos.
Por las que vendrán.
Llegue cuando llegue, este grito es mío y es nuestro:
Aunque la vida me empuje, no me va a silenciar. Aquí estoy. Aquí sigo. No pienso rendirme.
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