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El andalucismo como revolución: un grito por la justicia y la transformación

Alejandro Serrato Delgado

El régimen del 78, ese entramado político y económico que ha moldeado la España contemporánea, se tambalea. La corrupción y sus migajas, repartidas con cuentagotas, ya no bastan para sostener las aspiraciones de un pueblo que clama por justicia, igualdad y dignidad. En este contexto, la izquierda institucional, atrapada en su propia inercia, ha demostrado ser incapaz de administrar siquiera esas migajas, mucho menos de proyectar un futuro que rompa con las cadenas del sistema. Sus recetas, ya sea por su carácter obsoleto o por su sumisión a dinámicas del pasado, no logran responder a las necesidades de Andalucía y su gente. Mientras tanto, paradójicamente, es la derecha la que adopta un discurso rupturista, desafiando al régimen desde su propia lógica, aunque sin ofrecer una verdadera alternativa para el pueblo, pero siendo referentes para una gran parte de la ciudadanía andaluza. Ante este panorama desolador, tiene que resurgir con fuerza una propuesta clara y transformadora: el andalucismo revolucionario. Una ideología profundamente arraigada en la identidad, los valores y las luchas del pueblo andaluz. Un andalucismo que no se conforma con ser simplemente un apéndice y un espacio residual  de los partidos tradicionales, sino que aspira a ser la voz de los barrios, los pueblos y del medio rural  andaluz.

Un movimiento que vuelva a poner en el centro cuestiones esenciales que han sido relegadas por la izquierda institucional: la reforma agraria, la vivienda pública o el cooperativismo y defensa de un modelo de servicios públicos que no coexista con la precariedad ni con la privatización encubierta, y la construcción de una sociedad donde la capacidad económica no determine el valor de las personas. El andalucismo revolucionario como voz del pueblo y no como espacio político de mesa camilla  ni una nostalgia del pasado. Tiene que ser un compromiso con la realidad de Andalucía, con sus gentes, sus pueblos y ciudades . Es un llamamiento a romper con las dinámicas que perpetúan la desigualdad, como la dependencia de lo privado-concertado en sectores clave como la educación o la sanidad. Este modelo privatizador  es incompatible con la vida, por lo tanto no pueden coexistir. Este andalucismo se construye desde abajo, desde los pueblos, desde la escucha activa de las necesidades de la gente, desde las asociaciones vecinales, Ampas, sindicatos… y no desde despachos alejados de la realidad. Solo así podrá convertirse en un referente para la sociedad andaluza, primero en las calles y, si logra conectar con el corazón de su pueblo, también en los espacios de poder dentro del actual régimen, para derrotarlo desde dentro y no para ser parte de el y de sus delirios y atropellos a las clases trabajadoras.

Sin embargo, el andalucismo no puede ni debe caminar solo. Su fuerza radica en su capacidad para cooperar y ensanchar los espacios progresistas, siendo una parte activa y transformadora de estos. Aislarse en guetos ideológicos o en posturas de pureza excluyente sería su condena. El andalucismo revolucionario debe ser un motor de cambio dentro de un frente amplio que luche por la justicia social, los derechos de los trabajadores y la soberanía del pueblo andaluz. Solo así podrá evitar el riesgo de convertirse en una voz marginal y garantizar que su mensaje resuene con fuerza. Esto no quiere decir que las organizaciones llamadas a caminar en espacios de lucha colectiva no puedan tener soberanía para sus propias dinámicas y toma de decisiones. Andalucía, con su historia de resistencia y lucha, tiene la oportunidad de alzar la voz. Es hora de romper con las cadenas del régimen del 78, de construir un futuro donde la tierra, la vivienda pública o los servicios públicos y la dignidad sean derechos inalienables. Es hora de un andalucismo que no solo represente, sino que transforme. Que sea del pueblo, que piense  trabajé y hable en andaluz. Que sufra como su pueblo y trabaje para el pueblo.

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