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La generación del 50 o la sed de justicia

María Zambrano y Jose Ángel ValenteMira estas manos de recordarte en tanto humano amor, en tanto barro que te reclama y no me llames después: júzgame ahora sobre el oscuro cuerpo del amor del delito.

José Ángel Valente

Continuando nuestro paseo por las enseñanzas zambranianas, es fácil comprobar cómo el sueño de su autora, la plasmación práctica de la razón poética, estaba realizado antes de que ella fuera consciente. Solo la muerte pudo separarla de ver impreso su proyecto de libro Algunos lugares de la poesía, que, como ya dijimos, fue impreso en 2007 en colaboración con el Ministerio de Cultura e introducido por Juan Fernando Ortega Muñoz.

María Zambrano no tuvo la oportunidad de estar en contacto físico con su libro, ni de acariciar sus páginas, sin embargo, su capacidad de vislumbrar, su esfuerzo y trabajo continuo fueron los encargados de elaborar las piezas del puzle que, tras su muerte, fue formado.

Una de estas piezas es el texto en el que hoy nos vamos a centrar, encontrado en una de sus carpetas y seleccionado por ella para el futuro libro que nunca llegó a ver, anotado a mano indicando “generación del 50”, y que se encuentra entre los manuscritos conservados porla Fundación María Zambrano, con la sigla M-142.

El texto, dotado de la profundidad y la brillantez propias de su autora, se centra en la idea de la servidumbre y el cautiverio de la poesía, proyectando su aplicación práctica en la obra de tres poetas para ella paradigmáticos: Gil de BiedmaJosé Ángel ValenteCarlos Barral.

Cae la poesía en servidumbre a causa de una condición específica de su vida y de su ser quizás, por la voz y el canto -explica la autora-. Y cuando se adentra en el cautiverio, porque allí la historia la encierra o porque ella anhelante de recobrarse se retira, sigue cantando.

Pero el cautiverio proviene en mayor medida, tal vez, del laberinto interior del poeta. Aquí Zambrano es intensa y clara, y considera que es causa de ello el silencio que acomete al poeta y que lo cerca, que lo embiste también como una fiera enemiga, que lo separa de la visión del horizonte, que lo deja sin cielo y sin firmamento, en definitiva envuelto por el silencio, por él paralizado.

Pero cautiva la poesía no nace a la servidumbre, ésta le está negada a todo cautivo, que siempre conservará su libertad verdadera más allá de la liberación. Y para explicar este punto es cuando María Zambrano trae a colación de forma breve, como un rayo de luz y muy didácticamente el nombre de Miguel de Cervantes, como ejemplo de poeta que aparece como delfondo de un sueño oscuro esparciendo claridad, del que bien se sabe que no por sus impecables versos.

¿Impecabilidad de la poesía? ¿Acaso ha de ser siempre la poesía impecable para que sea buena? Con Zambrano aprendemos que la impecabilidad de la poesía no reside siempre, o sin más, en la perfección. En la perfección formal se entiende, como sería el caso de temer que aconteciera en los poetas que buscan la justicia y la justeza, y que la alcanzan, como se puede ver en los poemas de Carlos Barral y en los de José Ángel Valente. Se busca en ellos la fisura, la grieta, la no conciencia. ¿Acaso en ellos la poesía no ha estado cautiva alguna vez? ¿Nunca enajenada, nunca dada a perderse, a sumirse en silencios o derramarse en lágrimas, contenida siempre dentro de la forma del poema, del cuerpo del poema?

Comenzando por la poesía de Carlos Barral, se entiende por Zambrano que es una poesía “profesa”, de vocación, de profesión de fe. “Esta justicia de luz y el agua / en las cavernas ciegas de lo vivo”. “Clave del insomne” y de la justeza de su poesía. Aparece en ella, pues el cautiverio, en las ciegas cavernas de lo vivo,donde ha de llegar la justicia, la luz y el agua. El cautiverio se manifiesta en impasible lamento sin lágrima, de la estirpe de Luis Cernuda.

Mientras que para la autora, en José Ángel Valente la justicia se da como sed y en momentos como hambre. Y la perfección de su poesía y de la que ha llegado a ser prosa llega como un fruto dado a esa sed que no se aplaca.

El trance del silencio y no de la palabra, no la ética propia de la poesía, sino su necesidad, lo localizará de manera casi exhaustiva en Gil de Biezma, surgiendo tímido en él, el canto hermano de la lágrima, la lágrima hermana del canto. Y lo parafraseará cuando el autor señalaba “y así se atestigua lo que el poeta tiene de bienaventurado”.

El toque del verdadero poeta se da para María Zambrano en estos tres autores, para ella ejemplares de la no satisfacción con o del cuerpo del poema logrado, de permanecer con sed y exigencias intactas, con intacto llanto.

Lágrima, justicia del agua y de la luz en la oscura caverna ciega de la vida, que brota oscuramente, sed acrecentada a medida que se logra, trascendencia, se muestra simplemente, casi naturalmente -piensa María Zambrano- en estos tres poetas en los que la poesía ha sufrido y se mira sufriendo, no de servidumbre, sino de cautividad, de esa cautividad de donde surge pura, inagotable, inexorable como espada toda filosofía, la libertad. La libertad, ahora.

Ana Silva

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