M.ª Pau Moriana Bonilla (*)
El pasado sábado 19 de abril, Esperanza Gómez y Raúl Cobo, personas coordinadoras de Movimiento Sumar Andalucía, nos sorprendieron con la publicación en elDiario.es de un curioso artículo titulado «Unidad a la andaluza», ni más ni menos. Como estábamos aún en Semana Santa, decidieron regalarnos su particular sermón, cargado de un cinismo que haría temblar incluso al más impúdico de los curas. En dicho sermón, se vertieron toda una serie de falsedades contra, básicamente, todo actor político de la izquierda transformadora que no sea ellas mismas.
Como militante de esa izquierda transformadora andaluza, no puedo sino atender a mi obligación moral de defender ya no a las organizaciones en las que participo, sino algo mucho más elemental: de defender la verdad.
Me vais a permitir, eso sí, que ocasionalmente abandone mi habitual tono constructivo para pasar a uno más combativo. Esto se me hace inevitable ante la gravedad de algunas de las acusaciones y falacias utilizadas. Además, hablo desde la posición de quien puede hacerlo únicamente en su nombre sin perjudicar a nadie por el camino. Quiero pensar que más de una persona militante de Movimiento Sumar habría agradecido a las autoras del citado artículo que hubieran tenido en cuenta ese detalle. Sea como fuere, mi crítica irá dirigida únicamente hacia ellas dos, bien en tanto que autoras del artículo, bien en tanto que coordinadoras andaluzas de su formación política. En ningún caso pretendo atacar a la militancia de dicha formación.
Sin más dilación, pues, voy a tratar de desmontar esa combinación de cinismo electoralista y errejonismo (valga el pleonasmo) que entraña este artículo. Lo haré a partir de sus tres tesis centrales, cuya refutación, además, me permitirá introducir tres ideas, tres elementos que considero fundamentales para construir esa unidad a la andaluza de la que sus señorías hablan con cierta sorna, pero que yo me tomo muy en serio. Luego introduciré también un cuarto elemento, sobre la nula necesidad de pronunciamientos como este en el momento en que nos encontramos.
La primera tesis defendida en este artículo es la de que la unidad es un mal, ya que, supuestamente, implica diluir proyectos. Es, en el mejor de los casos según esta teoría, un mal necesario ante un escenario electoral poco halagüeño. Y digo en el mejor de los casos porque, como veremos en el siguiente punto, a veces incluso ellas mismas niegan eso que aquí afirman, pero dejemos las contradicciones para más adelante. Digamos que en este punto su teoría se resume en el siguiente pasaje:
Cuando uno milita en una fuerza política lo hace con la esperanza de ganar, de lograr el máximo apoyo en las urnas para su propio partido. Las coaliciones, las confluencias, rara vez cristalizan en un proyecto propio y asentado, que trascienda al de las fuerzas que lo componen y no es ningún secreto que suelen hacerse ante el miedo a un mal resultado electoral. Apelar a la generosidad, al entendimiento, está muy bien. Pero también lo está el defender con pasión el proyecto de país que uno tiene.
Pues bien, este planteamiento tiene varios problemas, fundamentalmente dos: uno de tipo político (comprensión meramente electoralista de la unidad), y otro de tipo lógico (falacia unidad vs. proyecto). Voy a empezar por este segundo, que es más fácil de desmontar. Sus señorías afirman que es imposible defender tu proyecto desde la unidad. Tienes que escoger lo uno o lo otro, a o b. Y yo me pregunto: ¿es que acaso no puede la unidad ser una parte fundamental de ese proyecto? Digo más: ¿no puede acaso ser precisamente una de sus señas de identidad? Hay organizaciones como IU (donde milito) cuya historia misma sería incomprensible sin esa idea de unidad como proyecto y no como problema. Y hay organizaciones hermanas como IdPA que, sin renunciar a su proyecto andalucista, también entienden la necesidad de la unidad para llevarlo a cabo. Esto ha permitido, incluso, que desde la militancia de base, tanto gente de organizaciones (fundamentalmente esas dos) como militantes sin carné, en la provincia de Sevilla, desde el frustrado intento de construcción del primer SUMAR, estemos gestando una plataforma unitaria como lo es el Frente Amplio, en cuyo nombre no pretendo hablar, pero donde tengo el honor de participar. Eso sí que es unidad a la andaluza o, como poco, a la sevillana. Y claro, cuando entiendes la unidad de ese modo, como una parte fundamental de tu proyecto, esa concepción electoralista del mal necesario se cae por su propio peso, sin que una tenga que decir nada más.
En una cosa sí tienen razón sus señorías: no debemos confundir el medio con el fin (acusación que vierten justo antes del párrafo citado). La unidad por sí sola, sin nada que la sustente, carece de sentido alguno. Eso mismo es lo que a muchas nos ha llevado a hacer frente a los chantajes que hemos sufrido, paradójicamente, por parte del errejonismo que sus señorías representan, en pos de esa unidad orgánica. Y por eso fracasó ese primer SUMAR, porque aquella unidad insustancial carecía de fundamento que la sustentase. Ahora bien, esto solo demuestra que la unidad no debe ser el único fin. Lo que sí puede ser, y lo es para muchas, es parte del fin. Y por supuesto, también es el medio para alcanzar dicho fin. Entonces, no es que quienes defendemos la unidad confundamos el fin con el medio, es que para nosotras la unidad es a la vez fin y medio.
Pasemos ahora a la segunda tesis, la de que la unidad nos lastra. Dicen sus señorías:
Es cierto que existe una creencia generalizada de que el sistema electoral castiga la fragmentación. Pero esa afirmación descansa sobre la presunción de que todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que nos votarían por separado, lo harían también si fuéramos en coalición. Y eso, es mucho suponer.
Parece que ha quedado borrado del recuerdo el millón de votos que Unidas Podemos perdió cuando Izquierda Unida y Podemos decidieron concurrir juntos a las elecciones generales del 2016, tras la disolución automática de las Cortes por falta de acuerdo para la investidura tras los comicios del 20 de diciembre de 2015. Y sí, han leído bien. Un millón de votos menos en apenas seis meses.
Al margen del marco electoralista en el que siguen ahondando, y sobre el que no diré mucho más porque creo que ya ha quedado suficientemente evidenciado, aquí ya entramos en las primeras contradicciones, tanto a nivel textual como contextual. En el plano discursivo, lo que antes era una visión tacticista de la unidad desde un marco puramente electoralista, ahora pasa a ser un absoluto desprecio hacia la misma, también desde ese mismo marco. «¿Por qué entonces ese fetiche de la unidad de la izquierda que no se da en la derecha?», se llegan a preguntar con cierto desdén justo después del pasaje citado. Sobre esto diré dos cosas: la primera es que, en efecto, el sistema electoral está hecho para beneficiar al bipartidismo, por lo que ya de entrada nos perjudica a la izquierda, pero si encima propiciamos la división de voto, aún más. Evidentemente el de los votos no es un juego de suma cero, y se puede dar la posibilidad de que se reciban más votos por separado que unidas (no necesariamente más escaños). Ahora bien, esto depende de demasiados factores contextuales (por ejemplo, la desmovilización y la tendencia al voto útil ante una repetición electoral), y es bastante deshonesto culpar a la unidad por ello. ¿Y qué pasa con la derecha? Bueno, pues ahí va lo segundo que quiero decir: la derecha, en realidad, aunque parezca dividida en siglas y logos, actúa y vota unida. Cuando el PP estaba denostado, sus votos moderados pasaron a C’s y los radicales a Vox; cuando C’s dejó de ser útil, sus votantes lo abandonaron y volvieron en masa al PP. Y Vox no perjudica en exceso al PP porque ha sabido apelar a un perfil distinto de votante que no es necesariamente de clase alta; nos perjudica casi más a nosotras. Por lo tanto, no se trata de que en la izquierda hayamos decidido obsesionarnos con la unidad, sino que, por si no fuera suficiente con formar parte de nuestros principios y valores, la necesitamos además incluso desde un punto de vista práctico (el único que parece interesar a sus señorías).
Pero es que si además tenemos en cuenta la historia reciente, esta actitud se vuelve más sorprendente todavía. Hace no tanto, desde Podemos, y sobre todo desde ciertos sectores reacios a la unidad con SUMAR, se esgrimían estos mismos argumentos; y eran precisamente las gentes que formaban parte de lo que acabaría siendo Movimiento Sumar quienes, entre otras, trataban de desmontarlos (no sin razón). ¿Quiénes fetichizaban la unidad entonces? Sin ánimo de sonar excesivamente leninista —no sea que se escandalicen sus señorías—, me parece a mí que este viraje es puro oportunismo. Eso o que los sectarismos de uno y otro signo al final se acaban pareciendo. Si me preguntaran a mí, diría que hay un poco de ambas cosas.
Bien, pasemos ahora a la tercera tesis, y esta es la más peligrosa de todas. Al parecer, resulta que no ganamos porque somos demasiado de izquierda. Dicen sus señorías:
¿Por qué entonces ese fetiche de la unidad de la izquierda que no se da en la derecha? Para empezar, creemos, que parte de una premisa muy poco ambiciosa: la asunción de que hay muy pocos votos en disputa y siempre en el mismo sitio, el rincón de la izquierda, la izquierda a la izquierda del PSOE. Como los votos en ese extremo son escasos en términos de porcentaje, la división acaba castigando. Y claro, es tan pequeño el espacio que algunas fuerzas correrían el riesgo de quedarse sin representación, perdiéndose esos votos.
Y no se repara en que, para alcanzar el poder, para lograr mayores apoyos, hay que salir del rincón. Cuando una fuerza tiene vocación de mayoría, cuando le habla al votante que comulga con sus políticas aunque no lleve todas y cada una de nuestras banderas, el rincón se nos queda pequeño. Y eso es lo que pasa con el frente amplio, con la coalición de todos, con la unidad de la izquierda. Que, sin quererlo, nos arrastra a ese rincón pequeño, donde los votos en disputa son tan pocos que se nos hace inalcanzable el gobierno. Que nos convierte en marginales. Y acaba produciéndose esa profecía autocumplida: que si no vamos juntos, no conseguimos casi nada.
¿No os suena esto al primer Pablo Iglesias, el que todavía era amigo de Errejón? Porque aún recuerdo aquel discurso suyo en el que nos animaba a eso mismo, a dejarnos de banderas rojas y hablar de «la gente». Y lo recuerdo con cariño, de hecho, porque por aquel entonces yo estaba empezando a politizarme, y aquel señor con coleta que era tan listo y hablaba tan bien cautivó mi sáfico corazón. Pero ¿qué pasó? Pues que un año o dos después de aquello se celebraba el Pacto de los Botellines. «Por más que la historia nos quite la razón», dicen sus señorías unas líneas más arriba. Efectivamente, la historia os quita la razón… ¡a vosotras!
La cita que acabáis de leer no es otra cosa que el mantra errejonista de la transversalidad, que, como acabo de demostrar, la historia ya se ha encargado de desmentir. Dicen sus señorías que con la unidad de la izquierda se nos hace inalcanzable el Gobierno. Esto a nivel andaluz a lo mejor hasta cuela —en realidad no mucho—, pero es difícilmente sostenible a nivel estatal. ¿Qué fue Unidas Podemos y cómo llegamos a tener cinco ministras (entre ellas Yolanda Díaz, a la que quiero pensar que sus señorías respetan y admiran)? Es más, ¿qué se supone que fue SUMAR y cómo es posible que consiguiéramos mantener esos cinco ministerios? Preguntas que me hago y que me gustaría formularles a sus señorías.
Pero es que además, el errejonismo es desmontable no solo en términos históricos, sino también en términos ético-políticos. O sea, su planteamiento es que si somos demasiado de izquierda jamás ganaremos; y que, por tanto, para ganar debemos dejar de ser tan de izquierda. Bien, y entonces, ¿para qué ganar? Si la unidad por la unidad no puede ser un fin, menos aún puede serlo ganar por ganar. ¿Dónde queda en este planteamiento esa defensa del proyecto propio?
Por cierto, hablando de proyecto propio, aquí hay otra gran contradicción que sería bueno que sus señorías aclararan. ¿Entonces a la izquierda unitaria se nos pretende acusar de subordinar nuestro proyecto a la unidad o incluso sacrificarlo por esta, o de ser demasiado puristas? Porque las dos cosas a la vez son difícilmente compatibles entre sí.
Por otro lado, no puedo evitar preguntarme lo siguiente: si la unidad no es de la izquierda, ¿de qué es? Porque claro, si sus señorías están pensando en una unidad basada en la nada, es normal que la rechacen; pero entonces el problema no es nuestro, sino suyo por haberla vaciado de significado antes de siquiera existir conceptualmente.
Y ahora, después de todo esto, viene la gran pregunta: Y todo esto, ¿para qué? Todas estas acusaciones, todos estos ataques, todo este desprecio por la unidad e incluso por la identidad misma de la izquierda… ¿para qué? Pues ya os lo digo yo: para nada. Estoy casi segura —porque si no le falta algo al errejonismo es inteligencia— de que las coordinadoras de Movimiento Sumar Andalucía son plenamente conscientes de que su partido va a continuar en Por Andalucía y de que en las próximas andaluzas seguirán yendo bajo esta marca, porque concurrir en solitario sería inviable.
Lo que hacen sus señorías con pronunciamientos como este es muy peligroso, porque ponen en cuestión la legitimidad de una coalición de la que siguen y seguirán participando, de una marca de la que se seguirán beneficiando. Esa deslegitimación, por cierto, es la misma que el sector «crítico» (léase sectario) de Podemos en la sucia campaña de sus últimas primarias andaluzas. Otra vez los sectarismos coinciden, con la diferencia de que el del sector hooligan de Podemos era al menos un poco más coherente. Tampoco mucho (su cabecilla, Susana Hornillo, fue elegida concejala precisamente gracias a esa unidad contra la que clamaba), pero al menos abogaba por salirse de la coalición. Pero lo de cuestionar la legitimidad de un proyecto sabiendo que te vas a quedar en él es bastante más cobarde, a la par que peligroso.
Y no es que diga yo que cuestionan su legitimidad, es que ellas mismas se encargan de dejarlo claro desde el principio. Así comienza su artículo: «Ahora que tanto se habla de la unidad de la izquierda, son muchos y muchas las que ponen en valor Por Andalucía, una confluencia cerrada en el último minuto, y que consiguió un 7,7% de apoyos del electorado, cinco escaños en un Parlamento de 109. Un resultado, sin duda, modesto». Eso se llama cuestionar la legitimidad de origen. Y no, no me vale la tan repetida excusa de la autocrítica. Se puede ser autocrítica con lo que se ha hecho sin deslegitimarlo. Que Por Andalucía empezó de aquella manera no lo duda nadie; que funciona bastante bien pese a que aún falte mucho por construir desde la base, tampoco debería dudarlo nadie.
Por cierto, ese trabajo de base que aún queda por hacer es el que intenta llevar a cabo, al menos a nivel provincial, el Frente Amplio. Algunas aún seguimos esperando que llegue el día en que la dirección andaluza de Movimiento Sumar decida reconocer a dicha plataforma como interlocutor válido, cosa que ya han hecho otras organizaciones. Y no diré más por no poner a nadie en ningún compromiso, pero espero que sus señorías tengan a bien no tirar más de la lengua a una militancia que cualquier día puede cansarse de ciertos juegos y empezar a revelar cosas. De momento, hasta aquí puedo leer.
En definitiva, no sé si este artículo se debe a una torpeza de sus señorías, o a una posible estrategia oculta de sabotaje de Por Andalucía desde dentro —gente del entorno anti-Podemos ha acusado a dicho partido de haber usado una estrategia similar con SUMAR, así que, de ser así, estaríamos de nuevo ante otra similitud entre sectarismos de uno y otro signo—. Tampoco sé si quiero saber a cuál de las dos causas se debe, porque no sé cuál de ellas es más peligrosa.
Aun así, pese a todas las piedras que algunas se empeñan en poner en el camino, y pese a todas las provocaciones con las que intentan desalentarnos, hay quienes estamos dispuestas a seguir luchando por construir la tan necesaria unidad. Estamos plenamente convencidas de que algún día, tarde o temprano, lo lograremos.
(*) La imagen que acompaña a este artículo es de una obra de la pintora Helen Frankenthaler