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Políticas de la felicidad

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Insatisfacción difusa, malestar psicológico, desazón: he aquí el panorama desolador que presentan las ciencias sociales sobre la felicidad en los países desarrollados. ¿Porqué los países ricos no consiguen conciliar desarrollo económico y bienestar? Al contrario, el desarrollo coincide con el empobrecimiento progresivo de nuestras relaciones afectivas y sociales. Hay que introducir profundos cambios culturales y organizativos en el sistema económico y en muchos otros ámbitos de nuestra experiencia individual y colectiva, como la vida familiar, el trabajo, los medios de comunicación, la vida urbana, la escuela, la crianza de los niños y la sanidad.

Stefano Bartolini. La ciencia de la felicidad, que se ha desarrollado recientemente en el seno de las ciencias sociales, permite valorar el impacto de las políticas económicas y sociales sobre el bienestar, con profundas implicaciones para la reformulación de los programas de gobierno tradicionales. El bienestar aparece como claro candidato a fin último de la política mientras los objetivos de las políticas tradicionales (crecimiento económico, justicia social,  sostenibilidad ecológica o cohesión social), solo parecen justificables en cuanto a su impacto sobre el bienestar. Después de todo, ¿qué otro motivo hace preferir una opción política a otra?

Los estudios sobre la felicidad muestran una tendencia a largo plazo de los índices de bienestar muy preocupante en los países occidentales. No solo se ha estancado desde la Segunda Guerra Mundial, a pesar del enorme crecimiento económico, sino que ha disminuido en algunos países como EE.UU. (Easterlin 1995, Bartolini – Bilancini – Pugno 2008).

De todos modos, las investigaciones muestran que el crecimiento económico tiene un impacto muy debil sobre el bienestar en comparación con otros factores, como la calidad de las experiencias relacionales individuales, en particular las relaciones íntimas, intergeneracionales, interpersonales y laborales (Bruni – Stanca 2008, Helliwell 2007, Helliwell – Huang 2007. Becchetti – Pelloni – Rossetti 2008). Lo que sí ha quedado demostrado es la influencia del entorno económico y social sobre la calidad de estas experiencias relacionales. Por ejemplo, cómo organizamos nuestras ciudades, nuestras escuelas, el trabajo, los medios de comunicación y la sanidad. Todos ellos requieren la introducción de  políticas relacionales específicas orientadas al aumento del bienestar.

En urbanismo, lo fundamental es la organización del espacio y del transporte. Las relaciones requieren espacios peatonales de calidad, transportes no invasivos y, sobre todo, ofrecer posibilidades relacionales a los niños (Penalosa 2003, Montgomery 2010).

Por su parte la escuela actual sigue un patrón restrictivo del desarrollo de las capacidades cognitivas y debería repensarse radicalmente en el sentido del fomento de una educación emotiva y relacional, en vez de obstaculizarla como hace ahora. Ello no implica la renuncia a la formación de individuos productivos. Más bien, la escuela actual parece inadecuada para estimular el desarrollo de las capacidades creativas y relacionales que demandan las economías posindustriales. (Marks – Shah 2004).

Las investigaciones muestran que la satisfacción profesional es un componente fundamental de nuestro bienestar general y depende muy mucho de la calidad de nuestras relaciones en este ámbito, las cuales han tendido a empeorar significativamente en los últimos 25 años: más estrés, más incentivos, más competición, más presión. Todo ello no conduce a mejorar estas relaciones ni a trabajadores felices y productivos. Los muchos estudios sobre la relación entre productividad y bienestar de los trabajadores afirman que, si la gente está más satisfecha, trabaja mejor, comete menos errores y es más eficaz en la resolución de problemas. (Helliwell – Huang 2005, Diener – Seligman 2004 e Warr 1999, Borman e altri 2001; Organ – Ryan 1995; Miles e altri 2002, Barrick – Mount 1993; Deluga – Mason 2000; George 1990; George – Brief 1992, George 1995). Bienestar y productividad pueden conjugarse dejando espacio a modelos organizativos que empleen tambien motivaciones no monetarias e introduzcan innovaciones que faciliten la conciliación de la vida laboral y familiar.

La publicidad tiene un impacto muy negativo sobre nuestro bienestar, nuestro modo de pensar y nuestras relaciones, mucho más pernicioso en los niños que en los adultos (Kasser 2005; Nairn, Ormrod, Bottomley 2007; Schor 2005, Cohen – Cohen 1996; Gatersleben, Meadows, Abrahamse, Jackson 2008; Kasser – Ryan 1993). Es necesario reducir la mole de publicidad que se nos viene encima cada día, sobre todo la infantil. Habría que considerar seriamente imponerle impuestos especiales y prohibir la dirigida a la infancia.

En cuanto a la sanidad, los estudios muestran una correlación muy estrecha entre salud, bienestar y longevidad (Keyes 2004, Levy 2002, Danner – Snowdown – Friesen  2001).  Por tanto, la verdadera medicina preventiva se practica aumentando el bienestar. En otras palabras, las políticas de la felicidad deberían mitigar las presiones sobre el sistema de salud, que es la terminal del malestar social. Por otra parte se sabe que la calidad de las relaciones entre sanitario y paciente es fundamental para el éxito de los tratamientos; aunque no la fomente la organización sanitaria ni la enseñanza actual de la medicina (Williams y otros 2000).

En conclusión, los estudios sobre el bienestar parecen ofrecer un terreno muy fertil a la renovación de las agendas políticas, es decir: el bienestar como criterio razonable de organización social puede dirigir la atención a cuestiones políticas no consideradas hasta el momento. El sistema social actual no produce personas felices porque no se ha hecho para esto y se rige por otros criterios. Señalar la importancia de la calidad de las relaciones para el bienestar personal ofrece una nueva perspectiva sobre la contraposición entre Estado y mercado en los últimos dos siglos. Ahora, dicha contraposición no parece más que un espejismo, porque la parte fundamental del bienestar no la suministra ni el uno ni el otro, sino la red de relaciones sociales de los indivíduos. Estas últimas son las que influyen directamente sobre el bienestar y fomentan la cooperación productiva. Tanto el Estado como el mercado pueden contribuir a su sostenibilidad, o bien las pueden contrarrestar. Su impacto sobre ellas depende de cómo son gestionados y del equilibrio que establecen entre sí. De modo que los estudios sobre la felicidad pueden ser de gran ayuda en la toma de decisiones al respecto.

Stefano Bartolini es profesor de Economía en la Universidad de Siena. Acaba de publicar Manifesto per la felicità, come passare dalla società del  ben-avere a quella del ben-essere, Donzelli, Roma 2010


Referencias

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