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3. El fracaso de las tesis del neoliberalismo (Una introducción al Euro como moneda incompleta)

antoni-salcedoRafa Rodríguez

 

“No son los mercados los que disciplinan a los Estados, sino los Estados los que establecen las condiciones para estabilizar al sector financiero.” (Aglietta)

La respuesta a la crisis ha refutado las ideas básicas del neoliberalismo

El neoliberalismo se ha fundamentado en dos ideas básicas, interrelacionadas entre sí, que legitimaban la globalización y la desregulación del sistema financiero:

 

  1. La moneda es una mercancía especial, producida por el mercado, que sirve como equivalente general de las demás mercancías y neutral frente al conjunto de los precios relativos incluido el de los activos monetarios.
  2. Los mercados financieros son el mecanismo más eficaz para la asignación de los recursos, en especial para convertir el ahorro en inversión productiva (eficacia fuerte). El estado debe intervenir lo menos posible (y ser cuanto mas pequeño mejor) para no distorsionar al mercado porque es un elemento exterior (exógeno) y extraño al sistema económico (real business cycles) que cuando interviene lo que produce son interferencias que provocan ineficiencias en la asignación de los recursos.

Sin embargo estas tesis del neoliberalismo, que han sustentado las bases de la globalización porque han constituido la creencia generalizada entre las élites del poder económico y político, son dogmas sin conexión alguna con la realidad como ha demostrado la crisis de 2007/8 y la necesaria intervención de los estados para paliar sus efectos. Los mercados financieros no pueden estar desconectados del sistema institucional que sustenta el activo monetario (la moneda), por eso los mercados financieros necesitan reguladores y no pueden tener estabilidad sin de la intervención de los poderes públicos.

 

La moneda no es una mercancía

La moneda no es una mercancía sino un bien público, el bien común por excelencia, producido por la institución política que crea una relación social al proporcionar un sistema de pagos, un “medio común mediante el cual la colectividad que la emplea devuelve a cada uno de los miembros, en la acción de pagar, aquello que juzga haber recibido a su vez por la actividad” (Aglietta y Brand).

El dinero es el único bien económico cuya oferta no está determinada por el cálculo económico privado porque es un bien directamente social. El dinero está producido por el Estado. Frente al modelo que toma como punto de partida agentes económicos y bienes, y por lo tanto prescinde del poder político para luego introducir el dinero como un elemento neutral al proceso económico, la realidad es que la moneda es la base del sistema y no el mercado de bienes.

 

Los mercados financieros no son en realidad un mecanismo de mercado

El neoliberalismo creía ciegamente que los mercados financieros globalizados cumplían eficazmente la función básica de la asignación de los recursos, en especial los del ahorro, porque se guían por la estructura de los rendimientos y de los riesgos individuales sin consideraciones de fronteras estatales e instituciones públicas.

Pero los mercados financieros no realizan esa función porque su mecanismo básico de funcionamiento es “el deseo de hacer dinero con dinero anticipando los procesos de beneficios futuros” (Aglietta):

  1. Tal como ya anticipó Polanyi ni siquiera son mercados ya que no operan sobre bienes o servicios reales.
  2. Los precios de los activos financieros son un juego de espejos (autorreferencialidad) porque se generan a través de las propias expectativas de los mercados financieros sin conexión alguna con la realidad material. Pueden ir del 0 al infinito porque no tienen rangos que los limiten al no tener costes de producción.
  3. Los precios no son producto de la interacción entre unos ofertantes y unos demandantes, como en los mercados ordinarios donde los agentes están separados, porque en los mercados financieros todos los participantes pueden ser indistintamente compradores o vendedores (reflexibilidad).

Los estados tuvieron que intervenir para evitar la catástrofe

La crisis ha demostrado sin paliativos que la teoría neoliberal y realidad económica circulan por direcciones opuestas. La imprescindible intervención de los estados para evitar que la crisis se convirtiera en una catástrofe de dimensión inimaginable ha echado por tierra toda la construcción neoliberal: ha barrido la ilusión de que los mercados asignen eficazmente los recursos al margen de la regulación pública; que la estabilidad de los precios sea una garantía para la estabilidad macroeconómica y que exista una frontera entre la política monetaria y la política económica general.

 

Para hacer frente a la crisis que ha provocado el neoliberalismo ha sido necesaria a una intervención pública sin precedentes, ni siquiera comparable con las grandes intervenciones de Roossevelt que, ante la crisis de 1929 activó el New Deal, o de Truman que tras la II Guerra Mundial consiguió la aprobación del sistema de Bretón Wood y puso en marcha el Plan Marshall, aunque muy limitado a la política monetaria (sin reformas estructurales globales), aunque ésta ha adquirido un carácter excepcional.

 

Los principales Bancos Centrales (FED, BCE, Banco de Inglaterra o Banco de Japón) han actuado como lo que son, como prestamistas en última instancia del sistema, contradiciendo el postulado neoliberal de que los bancos centrales solo debían velar por el objetivo de inflación: han bajado los tipos de interés de referencia prácticamente a 0; aprobado programas de recapitalización de los bancos y asegurano sus pasivos; inyectado al sector privado una enorme liquidez; asegurado los canales de transmisión de la política monetaria y sobre todo han expandido sus bases monetarias (es decir, los pasivos de los Bancos Centrales formados por la moneda circulante y los depósitos de los bancos), ampliando sus balances (quantitative easing) hasta porcentajes que parecían que nunca se iban a producir: el BCE el 35% del PIB de la zona euro; la FED el 25%; el Banco del Japón el 90% y el Banco Nacional Suizo el 93%.

Los estados han actuado sobre las consecuencias pero no sobre las causas

La amplitud de esta intervención contrasta con la falta de ambición reformista de la misma. Ha sido una intervención a la defensiva sin proyecto de cambio de las causas que han originado la crisis. Por eso es importante señalar que esta intervención pública frente a la crisis ha tenido tres factor diferenciales con respecto a otros antecedentes históricos:

 

    • La magnitud de la intervención tal como hemos señalado (factor cuantitativo).
    • La extensión de la intervención que ha tenido una dimensión global (factor expansivo).
    • La orientación radicalmente diferente a las anteriores por haber estado centrada en las políticas monetarias y no en reformas estructurales (factor cualitativo).

No ha habido ni hay un proyecto alternativo que marcara una salida, por lo que la crisis nos ha conducido a una nueva etapa del capitalismo llena de incertidumbre y sin perspectiva de soluciones a los graves problemas a los que se enfrenta la humanidad (cambio climático, desigualdad, desconfianza hacia las instituciones democráticas, ralentización del crecimiento económico, hipertrofia del sector financiero, desendeudamiento de los agentes privados y endeudamiento público, etc.).Las élites que dominan el poder económico no han sido capaz de articular una alternativa reformista, ni como respuesta a la crisis ni ahora, sin que se vislumbre una estrategia de las elites económicas para afrontarlos con la amplitud e intensidad que requiere la complejidad de los problemas. El vacío que ha dejado el neoliberalismo como paradigma político dominante corre el riesgo de que se puede llenar, tal como ocurrió en los años treinta, con totalitarismo (neofascismo), pero también con un alternativa de más democracia de forma que se articule una red de instituciones democráticas federales que despliegue su ámbito desde lo local a lo global para hacer realidad un proyecto creíble de cambio que asegure la vida y la convivencia.

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