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El separatismo de los privilegiados

Rafa Rodríguez

Las manifestaciones del barrio de Salamanca en Madrid, el centro del centro, en pleno estado de alarma, para protestar contra el gobierno de coalición, alentados por la extrema derecha de Vox y del PP de Casado, Aznar y Cayetana, haciendo ostentación de sus privilegios con total desprecio por la salud pública, son el símbolo de esas élites que siempre han intentado, y la mayoría de las veces han logrado, poner al Estado al servicio de sus intereses porque, de forma directa o indirecta, han controlado al Estado español, desde un marco en el que han conjugado históricamente autoritarismo, patriarcado, ultracatolicismo, nacionalismo excluyente, monarquía, centralismo y un liberalismo de conveniencia, con el que han logrado vencer tradicionalmente en España mediante el uso de la fuerza y la represión. Enarbolan la bandera de España porque la usan como un símbolo de esa forma de entender España, como un coto propiedad de los privilegiados con exclusión de los que tienen una idea democrática de una España plural y social.

Mientras que la inmensa mayoría de la población está haciendo un enorme sacrificio para proteger la salud de todos, con situaciones muchas veces que rayan en el límite, esa minoría que entienden la patria como coartada para mantener sus posiciones de poder al servicio de ellos mismos, no entiende de normas, ni de democracia ni mucho menos de libertades. Las reglas no van con ellos porque ellos están acostumbrados a dictar las reglas. Para ellos las vidas ajenas no valen nada. No les importa mostrar sin pudor sus privilegios ni exhibir el cinismo de reivindicar libertad por quienes representan la cultura del liberticidio. Se perpetúan mediante la injusticia de un capitalismo especulativo, de empresas que viven de las ventajas que obtienen por controlar al Estado y de rentistas que viven del trabajo de los demás.

Están parapetados en esa especie de internacional de la extrema derecha que parecía que era una ola en ascenso porque había logrado conectar con sectores populares en base a agitar la frustración ante determinados privilegios ficticios que se estaban cuestionando, sumado a las penetraciones de su cuadro ideológico y sentimental de forma transversal. Ahora viven la resaca del fracaso de los gobiernos de extrema derecha para hacer frente a la pandemia, desde Trump a Bolsonaro. Ciudadanos ya está abandonando la foto de Colón porque han sido, por su política errática, los primeros en sufrir el fracaso de ese proyecto de la extrema derecha.

En esta coyuntura de retroceso del espejismo de la ideología del “yo primero y los demás no importan”, la extrema derecha ya no se disfraza de pueblo porque ha perdido sus armas de seducción, por eso en vez de conectar lo que hace es separarse, por eso exhibe inconscientemente los símbolos de su cultura de pijos y señoritos, en un alarde que más que de superioridad es de impotencia. Se separan de la comunidad cuando han comprobado que no pueden romperla, porque en esta crisis, los valores de solidaridad pueden frente a la insolidaridad.

Están furiosos ante las fuerzas progresistas y el gobierno que están desplegando un gran abanico de medidas de protección social, frente a lo que ha ocurrido en otras crisis donde el gobierno ha priorizado salvar los intereses de los privilegiados. Por resumir en una imagen, se revelan ante la amenaza de un impuesto a las grandes fortunas que vaya a financiar el ingreso mínimo vital.

Hacen mucho ruido, pero son una minoría aislada que va contracorriente de los sentimientos mayoritarios de cohesión social frente a la pandemia. Su furia es la de los perdedores no ya en la política democrática sino incluso en el control oscuro de los mecanismos de poder. Saben que para mantener sus posiciones de privilegio necesitan controlar al Estado sobre todo en periodos de crisis, que es cuando cambian las posiciones sociales, pero esta vez están perdiendo, en España, en Europa y en el mundo.

En España su método más relevante para controlar al Estado ha sido históricamente el centralismo porque, por un lado, es un método económico ya que unos pocos poderosos pueden adueñarse de un solo foco de poder y, por otro, conecta con una ideología autoritaria que despliega sus capas desde el patriarcado y el nacionalismo excluyente hasta el nacional – catolicismo, pasando por el principio de jerarquía monárquica.

Cuando los privilegiados han perdido el control del Estado, el centralismo se muestra al desnudo como una rémora democrática ya que en España la democracia va ligada a la descentralización y al Estado social como condiciones para la cohesión y la convivencia, desde la defensa de los intereses de la mayoría.

Hoy, es importante que esa minoría no nos contagie con su odio ni nos impida ver dónde están las mayorías sociales, aunque están renunciando a su visibilidad por responsabilidad colectiva. Es la hora de a avanzar en la democracia con más derechos sociales, como el ingreso mínimo vital financiado por un impuesto a las grandes fortunas, con más refuerzo de los servicios públicos y con una institucionalidad más sólida, incorporando los mecanismos de participación federal.

La lucha contra la pandemia ha mostrado la funcionalidad del Estado de la Autonomías, pero también sus limitaciones en cuanto a mecanismos de participación y codecisión. En una situación tan difícil ha sido necesaria la coordinación de un mando único, pero, al mismo tiempo, han resurgido, por propia necesidad, los mecanismos de participación multilaterales como la Conferencia de Presidentes y las Conferencias Sectoriales, sobre todo en el área de la Salud.

Vivimos una crisis sanitaria y una crisis económica, pero también subyace una grave crisis política. Un Estado más democrático, más social y más federal es la forma de ir superando la crisis política, porque devuelve el poder real a la ciudadanía, coloca en su sitio a los que quieren poner al Estado al servicio de sus privilegios y les quita argumentos a los que invocan la separación porque quieren convencernos de que el Estado español es irreformable.

 

(*) Obra de la artista plástica Cristina Garrido

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