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Entrevista a Ubaldo Garcia Torrente, arquitecto

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Diario de Sevilla.29/01/2012.Es un brillante reinventor de casas particulares y promociones de viviendas en inmuebles antiguos, a la vez que un protagonista de amplio recorrido internacional en el debate sobre los medios y los fines de la arquitectura, intercambiando experiencias para atender las necesidades de una sociedad que no habita edificios ‘galácticos’ con ínfulas de icono.

Sus trabajos en casas que no son señoriales, obviamente la mayor parte de la tipología del caserío hispalense, son un referente de cómo hacer atractivas unas viviendas sabiendo aprovechar elementos del pasado pero sin incurrir en el tipismo. Como la Casa Castillo, en el Barrio León. O un conjunto de apartamentos en la Plaza del Lucero. O la Casa Zayas, en el Albaicín granadino. Reparte su tiempo y trabajo sobre todo entre Sevilla y Granada. En ambas ciudades tiene estudio y colaboradores, formando tándem con su hermana Marisol. En Granada da clases desde hace 14 años en la Escuela de Arquitectura. Coordinó de 1993 a 2001 el programa de cooperación arquitectónica entre Andalucía y Ciudad de México. A partir de ahí, muchas líneas de cooperación con países de América Latina, a través del Gobierno español o del andaluz. Ha dirigido en Larache y Fez (Marruecos) seminarios para el desarrollo de proyectos. Ha explicado su obra y su pensamiento en multitud de ciudades de cuatro continentes. Por ejemplo, en Sao Paulo, de donde regresó hace escasos días en uno de los talleres donde se involucra con colegas y con vecinos, ya sean de barrios céntricos o de favelas, para intercambiar experiencias y forjar ideas que serán construidas por otros.

-¿Dónde nace su motivación por la arquitectura?

-Me gustaba ir a las obras y ver a los albañiles trabajando. Y con 10 años empecé a hacer cabañas con mi amigo Juan Luis Yáñez (que ahora es propietario de la tienda Acero Puro, también galería de arte, junto a la Puerta Real). Me marcó esa sensación de construir y esperar a que lloviera para ver si aquello funcionaba. Con 13 años empezamos a hacer planos de casas, con sus escalas y cuadrículas. Me gustaba la relación del ser humano con el espacio. Y mis obras están relacionadas con el germen de aquellas cabañas que otros chavales del barrio nos destruían.

-¿Cómo encajaron esas fantasías cuando empezó a a estudiar la carrera de Arquitectura?

-Convergen muchas cosas contradictorias en la vida de cualquier persona. De adolescente, había descubierto las casas norteamericanas a través de revistas, de películas como las de Doris Day, de series de televisión como Con ocho basta. Un mundo muy atrayente, el de los suburbios americanos. Lógicamente, en la facultad, muchos profesores me abren los ojos y me marcan una disciplina. La tendencia predominante era la del italiano Aldo Rossi, y en mí se produjo un choque entre la diversión colorista y esa arquitectura reflexiva, de tonos duros. Me costó tiempo saber aunar conceptos, incorporarlos a lo que yo veía en mis viajes a Madrid y París. Esa crisis me ha servido, entre otras cosas, para que muchos años después, en mis clases en Granada no intento adoctrinar a los alumnos, sino sacar de cada uno lo mejor que lleva dentro, sin imponerles yo la última moda o tendencia.

-¿Qué ciudad está resolviendo mejor la tensión entre tradición y actualidad, Sevilla o Granada?

-Cada vez me interesa más lo que se hace en Granada. Estamos intentando organizar allí una Noche Blanca de la Arquitectura. Siendo una ciudad con una historia tan potente, cuenta con buenos profesionales que están haciendo arquitectura contemporanea de primera línea. Hay alumnos nuestros que ya están ganando premios Europan. Los grandes avances se están logrando en ciudades europeas pequeñas como Granada.

-En Sevilla destaca por su recuperación y replanteamiento de casas antiguas para que sigan habitadas. ¿Cuál es su punto de partida para intervenir en una casa?

-Yo no trato de dejar ninguna huella mía. Trato de reprogramar ciertas cosas para que la gente sea feliz, y además utilizo esa expresión muy claramente. Creo en el derecho de la gente a la felicidad. No hago la casa para mí, sino que sirva a los demás a lo largo del tiempo. Lo que más me interesa es que la casa desaparezca cuando ellos estén dentro. La casa es un lugar donde se tiene que manifestar lo que es su ocupante, no lo que yo creo que es. Que sea el verdadero protagonista y la arquitectura pase a un segundo o tercer lugar. Claro que en cada detalle hay una mirada atenta y reflexiva por mi parte. Pero muchas de esas casas son reciclajes y, por lo tanto, están dispuestas para que alguien venga después y borre cosas, añada las suyas y que siga reciclándose. Yo soy un eslabón más en la cadena que debe alargarse mucho, porque yo creo mucho en el reciclaje en esas reformas. Es, por ahora, lo más ecológico que tenemos. Si me encuentro maderas, las utilizo. Y si hay hierros los utilizo. Igual con los restos cerámicos. Y uso tejas, aunque hubo una época en la que decían que tejas antiguas en tejados inclinados era como no ser moderno. Yo siempre he utilizado lo que había y me ha importado muy poco si era moderno o no era moderno. A mí me importaba más la economía, la luz, el espacio, que eso que llamamos modernidad atribuido a las formas. La forma es un resultado y no es un objetivo.

-¿Pesa mucho tener que ser moderno?

-Eso se ha acabado ya. Y afortunadamente. En este momento hay que pararse y empezar a reflexionar sobre qué es verdaderamente ser moderno. En Sevilla y en la arquitectura. Y no tiene nada que ver la forma. La forma es secundaria. Parece que también eres moderno si utilizas mucho vidrio, mucha tecnología… Pero es al contrario. Hoy ya no nos podemos permitir ese tipo de cosas. Y hay que empezar a trabajar con cosas mucho más sutiles, mucho más duraderas y pensando mucho más en el usuario y no en tu firma. Tu firma tiene que pasar a segundo lugar.

-¿Qué le aconseja a sus alumnos?

-Que el material más importante en la arquitectura es la honestidad. Y ha brillado por su ausencia. Prefiero infinitamente más un arquitecto honesto a un arquitecto brillante. Y la sociedad está demandando eso. Llevo diciéndolo muchos años: la arquitectura es un fin social que debe resolver cuestiones básicas. El fin no es la vanagloria del arquitecto. Es una profesión que tiene que atender socialmente a los demás, así de claro.

-¿Cuál es la arquitectura a tener en cuenta?

-En las grandes ciudades se hacen edificios fantásticos a cargo de las estrellas de la arquitectura. Pero la gran labor de la arquitectura está ahora en la regeneración de los barrios, por ejemplo. Esa arquitectura callada da unos frutos mejores. Esa labor silenciosa es la que de verdad puede cambiar el mundo. La rutilante muchas veces puede empeorarlo. Es infinitamente más importante que los habitantes de los barrios vivan mejor y sean capaces de regenerar sus vidas.

-¿El arquitecto ha de aprender sociología?

-La arquitectura es el resultado, no la forma. La verdadera modernidad está en investigar sobre la sociedad y que en nuestras obras esté subyacente todo ese conocimiento. La ciudad induce a que mires donde quieren que lo hagas. Pero uno tiene mirar también hacia otros lugares, a veces muy duros pero que son importantísimos para esa reflexión. Cuando trabajamos en cualquier lugar del mundo, no planteamos edificios de oficinas en no sé qué lugar, sino dar nuevas visiones a los paisajes contemporáneos y a los lugares contemporáneos. Ahí es donde está el futuro.

-¿Sevilla también está fracturada socialmente como esas capitales superpobladas?

-De Sevilla me gusta que no hay una Sevilla, sino varias Sevillas superpuestas en capas. Desde la que aparece en los programas televisivos del corazón, a la Sevilla de los barrios, o la que se configuran los turistas. Aquí se mezclan unos estratos con otros y eso la hace más interesante para mí, por la interacción. Los sevillanos se siguen mezclando porque se continúa viviendo en la calle. He estado en muchos países de América Latina, y allí los pudientes viven encerrados, con escoltas armados con metralletas. En Sevilla, en cambio, hay calles del centro compartidas por la clase acomodada y por los sin techo.

-¿Qué opina de conservar las fachadas y vaciar los interiores?

-Hay que conservar cada vez más. Tirar lo menos posible a la basura, y reaprovechar todo lo que se pueda. Es la verdadera actitud honesta y ecológica con el planeta. Se creía que sólo debían mantenerse las casas-palacio. Y no es así. También deben ser recuperados edificios de los cincuenta, de los sesenta, de los setenta. Hasta incluso, mal que me pese, de los ochenta.

-¿Y las infraviviendas? En Los Pajaritos se quieren derribar para construir de nueva planta.

-Cada barrio tiene una problemática distinta. Hay que estudiarla a fondo. En principio, soy partidario de conservar. Hemos trabajado mucho en infraviviendas y somos capaces de convertirlas en viviendas de gran dignidad. Tengamos en cuenta que los centros históricos se están convirtiendo en parques temáticos del turismo, y la vida de las ciudades se ha trasladado a la periferia. Lo importante no es conservar los ladrillos, sino la población en su zona de arraigo, todo su caudal de antropología social, aunque haya algunos lunares negros. Si hemos sido capaces de sanear un centro histórico cuando la tendencia era destruirlos, cómo no vamos a ser capaces de reutilizar estos barrios y devolverles la dignidad a sus vecinos. Hay arquitectos jóvenes bien formados en estos temas, donde la Junta de Andalucía ha hecho una labor muy buena durante muchos años.

-¿Qué opina del cambio en la Plaza de la Encarnación?

-El Metropol Parasol me ha decepcionado. Es banal, a la moda de lo que se hace en Europa para monumentalizar un espacio. Como toda moda, pasará de moda. Pero ocurrió el 15M y se produjo algo sensacional: los ciudadanos hicieron suyo ese espacio para tener un punto de relación en la ciudad. Ya me dejó de importar la forma, lo valioso era el diálogo con gentes que no conocías. Desapareció de allí el 15M y, por el momento, la ciudad no ha sido capaz de utilizar ese espacio con similar potencia. Ya lo encontrará, los sevillanos son de espíritu callejero. En Navidad me ha parecido bochornoso el numerito de los dromedarios. Quiero quedarme con el rol de la plaza como lugar de encuentro social, con el poder de convocatoria de lo público. Aunque con tantas cervecerías, puede quedar convertida en otra Plaza del Salvador. La Encarnación debe estar abocada a algo más importante como ágora. Irá ganando fuerza el espacio y perdiéndola el edificio.

-Difícil lo tienen los sevillanos para convertirlo en su ágora porque la gestión ha sido privatizada en favor de Sacyr.

-Con lo que podían aprovecharlo tantos jóvenes del movimiento rapero, que tienen que reunirse en descampados. Una ciudad que se hipoteca y, además de hipotecarse, ni siquiera tenemos el bien. Son las contradicciones del momento en el que vivimos, tan dramático pero, al mismo tiempo, con tantas posibilidades de futuro. El Metropol Parasol ha sido en Sevilla el canto del cisne del gigantismo con dinero público. Y la Torre Pelli es el canto del cisne del gigantismo con dinero privado. Ya se ha acabado el buscar sin éxito un efecto Guggenheim. Eso no funciona en todas partes. Es el momento para que todo el mundo se dedique a pensar y repensar.

-Si una persona llega a Sevilla, ¿qué le recomendaría descubrir más allá de lo evidente?

-Que se siente en un café a escuchar a la gente. Que coja taxis y oiga a los taxistas. Poco más. Esta ciudad se tiene que ir descubriendo a través de movimientos lentos. La grandeza de Sevilla es la calle y su gente. A partir de ahí, lo descubrirá todo. En cambio, el turista de autocar no se entera de nada. Aquí se tiene la ventaja de que, a poco que intentes una conversación con alguien, te responde, y le haces sentirse a gusto. Es una ciudad para descubrirla porque muchos de sus encantos son ocultos

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