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La rosa en el laberinto

 

 

Pilar González. Los partidos políticos nacen de abajo arriba. Y mueren de arriba abajo. Es ley de la naturaleza (política). Hablo de partidos como herramientas de construcción colectiva, como agrupaciones humanas emancipadoras y que pretenden la justicia social, no de grupos de intereses, que haberlos haylos, pero ahora no se trata de ellos.

En la biología de los partidos políticos, como en la de cualquier ser vivo,  hay un nacimiento u origen, un desarrollo o crecimiento y una muerte o, al menos, una extinción, por abandono de las ideas, que deja vacías y huecas las siglas y la imagen.

Así como el nacimiento se explica por el contexto y es siempre hacia adelante, en la fase de desarrollo se produce una importante diferencia con respecto a otros seres vivos: mientras que todas las especies estamos ancladas al tiempo y envejecemos desde que nacemos, los partidos pueden envejecer o rejuvenecer durante su vida útil. Pueden ir hacia adelante o hacia atrás. Pueden hacer una metamorfosis. Cuando eso ocurre se enfrentan al laberinto.

Asistimos en estos momentos a la convocatoria de primarias del PSOE y muchas personas miramos con interés y con respeto como va desarrollándose, no sólo por el proceso en sí mismo (la disputa del liderazgo y sus diferentes estilos) cuanto por la oportunidad de metamorfosis que conlleva para el conjunto de la organización.

El nivel del debate hasta ahora es demasiado simple para una cuestión tan compleja. Poco más allá del “Sí” o del “100%”: recuperar los valores de izquierda para confrontar con la derecha frente a ganar y formar mayorías para alternar o permitir el gobierno de la derecha.

La rosa, que sustituyó en los años 70 a la pluma como imagotipo del PSOE, tiene dentro de sí un laberinto. Todas las rosas. Pero, además, como en los textos de Borges, la rosa del socialismo está, a su vez, dentro de un laberinto mayor.

¿Cómo han llegado hasta aquí? La trayectoria y evolución del PSOE, en los últimos tiempos, no es ajena ni diferente a la  del conjunto de la socialdemocracia europea.

Veamos el origen de todo esto: a partir de la segunda mitad del siglo XX, la socialdemocracia fue alcanzando acuerdos con el capitalismo, en una disputa entre el poder político y el poder económico, entre el poder público y el poder privado. Ambos hablaban entonces de  ”poder a poder”. Esos acuerdos se tradujeron, en muchos casos, en beneficios para la mayoría: el trabajo tenía valor y había una redistribución de rentas en forma de servicios públicos de calidad. Fueron los años dorados del estado del bienestar y la educación y la sanidad se hicieron universales, públicas y gratuitas. Ese es un logro indiscutible de la socialdemocracia.

Pero el capitalismo hizo su propia metamorfosis antes, más rápido y más vorazmente. El mundo que se inició en 1789 terminó justo doscientos años después, en 1989, con la caída del muro de Berlín. Y fue el capitalismo quien vislumbró antes que nadie que la revolución tecnológica y el mundo sin diques de contención eran la conjunción necesaria para incrementar su propia riqueza de forma global. El poder económico que, a diferencia del poder político, fue siempre un fin en sí mismo, creció desmesuradamente, desequilibradamente, hasta convertir el mundo en un gran mercado, con economías, pero sin sociedades ni ciudadanía.

El dinosaurio del capitalismo creció y creció y planteó un conflicto con la Democracia. Y el socialismo no estaba allí como dique de contención. Antes al contrario, se convirtió en aliado o mascota del dinosaurio. Tal vez fue la costumbre de alcanzar acuerdos. Y hasta acordó la pérdida del valor del trabajo, ellos que fueron obreros,  en sucesivas reformas laborales.  Tal vez fue la ausencia de convicción sobre los límites de la riqueza. Y no entendió que “sostenibilidad y medio ambiente” no son políticas de adorno, sino garantías de supervivencia del planeta y de la especie humana. Y fue sin duda, en algunos casos, la metamorfosis de socialdemócratas en capitalistas de nuevo cuño pero con apariencia de poderosos de toda la vida. El poder de la socialdemocracia dejó de ser un medio para convertirse, también, en un fin en sí mismo.

Y la socialdemocracia aceptó y defendió la austeridad aplicada a la ciudadanía, no a las grandes corporaciones. Y aceptó salvar bancos y  dejar a la gente sin casa para vivir. Y aceptó recortar los servicios públicos y disminuir su calidad hasta el nivel ínfimo. Y aceptó limitar los derechos y libertades conquistados por la ciudadanía. Y aceptó desproteger a la Humanidad que huía de la guerra, del hambre y de todas las formas de sufrimiento.

Tantas aceptaciones del socialismo, por acción y por omisión, convirtieron al capitalismo en el dique de contención de la propia Democracia.

Y la Democracia perdió uno de sus valedores en el poder público.

Tuvo que ser de nuevo la ciudadanía, la gente, las y los de abajo, las izquierdas, las mujeres, las personas vulnerables, las y los trabajadores, quienes se erigieron en defensores de la Democracia.

Ese es el relato del laberinto en el que ahora se encuentra la socialdemocracia europea y el PSOE español. Dejó de ser yunque, libro, pluma y tintero. Ahora apenas es un puño desdibujado, a fuerza de haber dejado de luchar, y una rosa marchita.

El laberinto esconde y aprisiona, es el principio de las ruinas y el lugar donde uno se pierde. Por eso apenas nos sorprenden los currículos falsos o los discursos faltones. No nos extrañan las torpezas de esconder las urnas ni los métodos tramposos para eliminar “compañeros” (si a los adversarios y a los enemigos ya le han puesto nombre, ¿qué son entre ellos y ellas? compañeros, es un suponer). No son más que la punta sucia y visible del iceberg.

Cuando alguien está perdido dentro de un laberinto la confusión es grande. No hay puerta, ni anverso ni reverso, ni externo muro ni secreto centro.  El minotauro acecha y sólo un hilo, un frágil hilo conduce a la salida: no es la resistencia es la innovación de las ideas.

La batalla real, la importante, es la de las ideas, más allá de los nombres. La única oportunidad de rejuvenecer que tiene el PSOE es, precisamente, hacer la metamorfosis. Reinventarse a partir de unos pocos principios. Serán ellas y ellos quienes decidan cuáles. Y, esto sí nos sorprende, de las ideas no oímos nada.

Les escuchamos en medio del bosque. Somos una sociedad en escucha formada por quienes les votan y quienes no. Pero no nos hablan a nosotros, hablan sólo de ganar unas elecciones internas. Gritan dentro del laberinto pero no hablan hacia afuera del mismo. Por eso corren el riesgo del volver a convertirse en coartada del capitalismo y en epígono de sí mismos. Y, de arriba abajo, difuminarse tanto que nadie los distinga de la derecha.

Y en política no hay vacíos. Es más, hay horror vacui. Por eso los espacios se ocupan. Siempre. Por los adversarios o por los enemigos. Es ley de vida.

 

Los versos en cursiva son de Borges, Laberinto.

La fotografía es de Sofía Serra.

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