Javier Rodriguez Marcos. – El Pais- 11/11/2010
«Que me entierren vestido de payaso». Carlos Edmundo de Ory, que había nacido en Cádiz el 27 de abril de 1923, ha muerto de leucemia esta madrugada en su casa de Thezy-Glimont, cerca de Amiens, pero no sabemos si harán caso a ese «aerolito» suyo a la hora de enterrarlo. Ory llamaba aerolitos a sus aforismos, mezcla de chispa poética y reflexión filosófica (a veces metafísica, a veces patafísica) en la que se puede rastrear el autorretrato de un hombre que se definió a sí mismo como solipsista, apátrida y rabiosamente hereje
«Sólo lo extraño «.me es familiar», escribió. Y también: «¡Escritores, escoged!: el estilo o la Revolución». Él eligió la revolución, aunque la escribiera con mayúscula. Hijo del modernista Eduardo de Ory, Carlos Edmundo publicó Versos de pronto, su primera colección de poemas, en 1945. Ese mismo año participó en la fundación del postismo, una suerte de neosurrealismo que, a través de la revista del mismo nombre introdujo la cuña de la vanguardia en los incipientes debates literarios entre tradicionalistas y poetas sociales. El poeta gaditano tuvo a su lado a Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, pero en la misma órbita estuvieron también, al menos por un tiempo, autores como Gabino Alejandro Carriedo y Ángel Crespo.
Por entonces Carlos Edmundo de Ory vivía ya en Madrid trabajaba como bibliotecario y colaboraba en diversas revistas literarias. Eran los años en que, junto a José García Nieto, José Luis Abellán y otros gaditanos como José Manuel Caballero Bonald y Fernando Quiñones, se dejaba caer los sábados por la tertulia que Camilo José Cela abría en su casa de Ríos Rosas. Caballero Bonald retrata aquella época en el arranque del segundo tomo de sus memorias, La costumbre de vivir. Allí retrata a su paisano reconociendo «sin ninguna vanagloria y sobrada machaconería de párvulo que su obra representaba en aquel momento lo que la de Rubén Darío a principios de siglo».
Los problemas del postismo con la «autoridad competente» y, de paso, con la autoridad literaria, llevaron a su fundador a instalarse en París en 1953. Daba comienzo así un exilio que le llevaría a trabajar como profesor en Perú durante un año antes de volver a Francia. En Amiens y a partir de 1967, volvió a trabajar como bibliotecario y a fundar, tirando del hilo de la contracultura y la agitación que pondría París patas arriba poco después, el Atelier de Poésie Ouverte (A.P.O.).
Poesía abierta se llamaba precisamente el volumen que Jaume Pont preparó en 1974 con la poesía de Carlos Edmundo de Ory. Lo editó Barral cuatro años después que otro volumen preparado por Félix Grande y tres antes de que Cátedra, de la mano de Rafael de Cózar, publicara la antología Metanoia en su colección de Letras Hispánicas, la negra, una serie que todavía hoy sirve de consagración académica para los autores que incluye. En 2003, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores publicó, preparada de nuevo por Jaume Pont, una amplia selección de poemas (de 1941 a 2001) titulada Música de lobo.
El título de un libro de poemas nunca es gratuito y en este, que retomaba uno de los años setenta, menos que en ninguno, porque Ory, una vez abandonada la manada madrileña de sus primeros años, siempre fue un lobo estepario con más prestigio tal vez que lectores. En eso su destino era igual al de la poesía misma.
Barroco, romántico, simbolista y vanguardista, el autor de Energeia, Miserable ternura y Melos melancolía pertenece a la estirpe de los poetas visionarios, siempre al límite de la razón pero sin perderla del todo, consciente de la resaca que sigue a una borrachera de imágenes. «Soy el vocero del Silencio», dice en otro de sus aerolitos un autor que, por otro lado, cultivó como pocos en el siglo XX una forma tan cerrada y difícil como el soneto. «Que sea la sombra del fuego / mi Poesía», escribió en un poema titulado Poética.
«Si te gusta ser llamado poeta desde joven, cuida de vivir poco. Toda una larga vida con un pequeño mote es ridículo», dice en otro aerolito. Carlos Edmundo de Ory no ha muerto joven, aunque la gente que ama la vida -y el erotismo es constante en su obra- muera siempre demasiado pronto. Autorretrato final para todo un carácter: «Me extraña la palabra amor en el verbo amordazar».