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Nos la jugamos en diciembre.

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Cada mes de diciembre se celebran institucionalmente, muchas veces con actos oficiales vacíos de contenido, dos temas que debieran tener especial transcendencia pero en cuanto a evaluar su real efectividad. Me refiero al Día de la Constitución (6 de diciembre) y al Día Internacional de los Derechos Humanos (10 de diciembre). Sin duda, en principio, son dos importantes efemérides democráticas. Por un lado, nuestra alta arquitectura jurídica, nuestro sistema democrático de derechos y libertades, y por otro lado, el sistema universal de derechos humanos, resultado de una evolución histórica de progresos permanentes, y que tiene como fundamento central el concepto de dignidad humana.

Como decía, lo importante es evaluar qué está pasando con los contenidos de estos importantes textos que condicionan, o deberían, nuestras vidas, nuestra sanidad, nuestra educación, nuestra protección social, nuestra vivienda, la protección de nuestro medio ambiente, en definitiva, los derechos y libertades que hacen posible el concepto central de la Democracia, el respeto a la dignidad.

Hace cuatro años, en diciembre de 2011, tomó posesión el actual gobierno de España, fruto de las elecciones generales que habían tenido lugar el 20 de noviembre. Lo que ha pasado en este cuatrienio es muy grave. El actual gobierno ha llevado a cabo un labor sistemática de vaciado del contenido y ataque a nuestro modelo de derechos y libertades, establecido en la Constitución de 1978, que tiene como uno de sus textos inspiradores a la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada el 10 de diciembre de 1948, integrada esta última por 30 preceptos que constituyen lo esencial a proteger, el contenido mínimo de un concepto de democracia y dignidad universal, que debe ser infranqueable, debe ser la bandera del poder ciudadano.

Hemos de recordar que el proceso de evolución histórica del reconocimiento y garantía de los derechos y libertades fundamentales del individuo tiene señalados hitos en el siglo XVIII, principalmente en la Declaración de Derechos del Estado de Virginia de 1776, o la emblemática Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, producto jurídico principal de la Revolución Francesa. El individuo empezaba su andadura imparable hacia la consideración de ciudadano. Partiendo de estas bases políticas y jurídicas, en los siglos XIX y XX se desarrolla un proceso de ampliación de derechos (derechos de participación democrática y derechos sociales), fundamentalmente como consecuencia de la transformación progresiva del concepto de mero Estado de Derecho hacia el más acabado y completo de Estado Democrático y de Estado Social. Y en 1948, como hemos apuntado al inicio, se aprueba la Declaración Universal de Derechos Humanos, máximo exponente del proceso de internacionalización del reconocimiento y garantía de derechos y libertades. En este texto, clave para los sistemas democráticos actuales, aparece la idea de dignidad del ser humano como fundamento de los derechos y libertades que se declaran.

Pero actualmente todas estas conquistas están en juego. En una gran parte del mundo no rige precisamente la dignidad sino la exclusión social por diferentes motivos, la guerra, la miseria, destrucción de los valores ambientales básicos del planeta, etcétera. Y en nuestro país, hemos sufrido en estos cuatro años dolorosos pasos hacia el pasado, un grave retroceso democrático y social.

En este mes de diciembre nos la jugamos. Además de celebrar el Día de la Constitución y el Día Internacional de los Derechos Humanos, tenemos otra cita con la historia. Será el domingo 20 de diciembre. Ese día tenemos en nuestras manos la posibilidad de que España inicie un nuevo camino, que se recuperen derechos y libertades perdidos con la reforma laboral o la ley mordaza, entre otras, que recuperemos la dignidad como pueblo, la soberanía como país frente a decisiones que nos han sido impuestas desde fuera, sin procesos democráticos.

Puede ser el día de inicio de un nuevo período constitucional, que aborde la profundización democrática para que el pueblo español sea soberano realmente, no sólo formalmente como hasta ahora. Está en nuestras manos, vayamos a las urnas, a llenarlas de esperanza y cambio, a llenarlas de ciudadanía con ganas de protagonizar su propia historia. Alcemos nuestra voz silenciosa a través de nuestro voto, pongamos fin a este período negro de la historia de España.

Ángel B. Gómez Puerto (Córdoba).