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Cuando la solidaridad empieza mirando hacia otro lado

Lourdes Maria Couñago Mora

Escuchamos la palabra “solidaridad” y surgen dos pensamientos paralelos. Uno va unido al orgullo del acto en sí. El otro nos lleva a lo irremediablemente efímero de cualquier movilización de esa índole. Pero un tercer elemento emocional marca su territorio en nuestro etnocentrismo de grupo solidario: la crítica, a veces rabiosa, contra aquellos que no comparten nuestra devoción y que, además, suelen girar su cara y su alma en sentido contrario, Como los tres monos del Templo Toshugu, no ver, no oír, no hablar.

Sin embargo, por esas cosas de la vida, “solidaridad” y “mirar hacia otro lado” están caminando unidos y de la mano. Increíble pero cierto.

Algunos vigilantes de seguridad privada que prestan su servicio en centros comerciales empiezan a volverse ciegos, sordos y mudos ante un nuevo tipo de delincuencia que se está convirtiendo en protagonista: el de las personas que roban para comer. Un ejemplo es el de un conocido que trabaja como responsable de seguridad en un centro comercial.

Mencionarle como jefe de seguridad de un gran centro comercial, y que alguien haga referencia al macho de la cabra, es todo una. Sin impunidad ni remordimiento increpa a los padres de niños a los que han pillado “in fraganti” con las manos en algún artículo electrónico, video juego, película en dvd, cd musical, zapatillas de deporte carísimas…….culpándoles de la mala educación de sus hijos, pequeños delincuentes que serán carne de prisión en breve. Aguanta estoicamente los llantos de chicas adolescentes que se han encaprichado de tal o cual prenda de ropa, o que quizá solo quieren demostrar su indiferencia ante el delito, y avisa a las fuerzas y cuerpos de seguridad con el fin de darles un escarmiento a esas muchachas que él denomina “niñatas”. Controla con las cámaras a todo aquel que considera mínimamente sospechoso y no se le escapa, convirtiéndose en el terror de los delincuentes y en la alegría de la empresa contratante.

Hasta que su torre empezó a desmembrarse desde los cimientos, esos que se basan en el dolor ajeno. Llegó en forma de aquel jubilado que robó comida para poder mantener a su incrementada familia, cinco miembros más a los que alimentar con su exigua pensión. Le pudo el rol de cabeza de familia, ese que lleva interiorizado como a fuego. Le habló como padre, como abuelo, de la crisis que había hecho volver a los que antes se fueron. No le engañó, repetiría su acción tantas veces como su conciencia de patriarca se lo pidiera, ahí o en cualquier otro sitio. Se miraron a los ojos, solo un instante. Y le dejó marchar.

Como hizo con aquella mujer que iba siempre con su hijo y metía en la mochila del colegio todo aquello que pudiera servir para alimentar a él y a los otros cinco que tenía en casa. Porque lo poco que ganaba limpiando se le iba en el alquiler y sacaba adelante a su prole, sola, abandonada, antes maltratada por un hombre y ahora por una sociedad hipócrita que habla de altruismo solidario pero es la primera en denunciar a quien guarda pan en la mochila de un niño, que ya ha aprendido cómo detectar que alguien viene y moverse para no ser visto.

Estamos aposentados en un neoliberalismo brutal y globalizado donde los Estados han perdido su soberanía y ésta ha pasado a manos de los mercados. Y se convierte en un rodar cuesta abajo por la pésima gestión de un gobierno anterior que se calificaba “de izquierdas” y un gobierno actual que basa sus reformas en el estrangulamiento masivo de las economías familiares. Y con la impunidad que le da su resultado electoral, nuevas monarquías absolutistas legitimadas por las urnas. Precariedad laboral provocada por tantos años de conexión entre la bonanza económica y la construcción desmedida, la temporalidad del empleo, que en Andalucía sigue unido al sector servicios, el descenso del poder adquisitivo de la ciudadanía, la carga de unas hipotecas ahora insostenibles, la tasa de desempleo cebándose en jóvenes y en mujeres (legitimando injustamente la desigualdad de género), el amplio sector de jubilados que se han convertido en el soporte económico familiar en un momento en que las pensiones no se incrementan la mismo nivel que el IPC………panorama dantesco que impele al hurto de comida a jubilados, pensionistas, desempleados, jóvenes sin recursos, el vecino de al lado, el que pasea a su perro por el parque, el que lleva a su hijo al colegio, el que se queda quieto de repente, en la calle, en medio de la nada, envuelto en la angustia de su circunstancia.

¿Qué ocurriría con esos vigilantes de seguridad si fuera descubierta su nueva forma de ser solidarios? Saben que su puesto de trabajo peligra, que pueden ser sancionados, despedidos, incluso denunciados, su práctica es encubrimiento de un delito, aunque sea menor. Sin embargo están abriendo un camino sembrado de conciencia social y responsabilidad humana. Porque hoy son otros. Pero mañana puede tocarles a ellos. O a mí. O a ti.

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