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Esconder la mentira nunca ha sido tan fácil

Manuela Martínez | Y convertirla en verdad, tampoco. O al menos a mí me lo parece. Debe ser que la crisis política, social y de valores, que ha emergido en estos años de dura crisis económica, o mejor aún, de nefasta gestión política de la crisis, ha devenido en un contexto propicio para mentir sin que se note o para “construir la realidad” que interesa en cada momento, con el objetivo de desviar la atención de la ciudadanía hacia temas que el poder considere inocuos a sus intereses.

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Todo vale, o eso parece, para que la ciudadanía moleste poco y concentre sus odios hacia donde interesa al poder.  Mientras estamos entretenidos con la carnaza que ponen a nuestro alcance a través de los medios de comunicación, y ahora también de las redes sociales, ellos continúan la fiesta, felicitándose por lo bien que lo hacen y por cómo se mantienen en el poder a pesar de ser los principales responsables de las penalidades y miserias, desgracias y agresiones, e infortunios y mezquindades que sufren los ciudadanos, parafraseando a Álex Grijelmo (“El significado de ‘esfuerzo’”, publicado hoy en El País).

Un artículo que recomiendo, no sólo porque me ha recordado a El País que fue, sino porque expone con claridad el juego del lenguaje con el que el poder político intenta dominar nuestra percepción de la realidad.

Nos advierte Grijelmo que los políticos suelen utilizar términos con gran poder de seducción, como “esfuerzo” o “austeridad”, ya sea para atribuirse méritos propios o para hacer creer a la ciudadanía que ha elegido voluntariamente autoflagelarse, renunciando a derechos y libertades, asumiendo “reformas estructurales” y recortes en servicios públicos esenciales.

Para muestra un botón: “Los españoles pueden estar tranquilos porque con su esfuerzo han apoyado las reformas”, Rajoy dixit.

O sea, que los que han perdido su casa, han sido despedidos casi gratis, se han quedado sin convenio, ya no perciben ninguna prestación, le han retirado la tarjeta sanitaria, han tenido que abandonar los estudios por falta de becas o elevadas tasas, han visto recortado su salario o su pensión, han tenido que marcharse del país para encontrar un empleo,  han pasado a ser  trabajadores pobres con contratos precarios o en la economía sumergida…  se han esforzado voluntariamente para sufrir tanto. Y lo han hecho para apoyar las reformas del gobierno de Rajoy.  Ahí queda eso.

Siguiendo la lógica de Rajoy, imagino que los que intentan entrar en nuestro país jugándose la vida en las vallas de Melilla, no sufren, sino que se “esfuerzan” mucho para apoyar la modificación de la Ley de Extranjería promovida en su día por el Gobierno del PP. Modificación que, recordemos,  pretendía dar apariencia de legalidad a una conducta criticada por los organismos internacionales, que es contraria a normas ratificadas por España y que solo contribuye a dejar en la indefensión sobre todo a las víctimas de esta norma pero también a quienes están obligados a aplicarlas.

Pero manipular la realidad o construirla a conveniencia, no es un producto nacional, es un arte que domina el poder aquí y allá. De ahí que no me sorprenda que haya muchos ciudadanos europeos partidarios de dejar caer a Grecia sin importarles el sufrimiento que esa caída pudiera producir en el pueblo griego ni las consecuencias para toda Europa. Triste pero cierto.

Por eso, cuando leo en El País Semanal, la entrevista de Violeta Demonte, reconocida lingüista actualmente en activo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas,  me quedo con su definición de los tiempos que vivimos en cinco palabras:

Desigualdad, que es tremenda; banalidad, en la transmisión de la información y en el uso de los medios de comunicación; mentira, en el lenguaje de los políticos particularmente (pero no sólo, añadiría); descuido, en el uso rico y preciso de la lengua; y empatía (ausencia de), falta de capacidad para aproximarse y sentir cómo sufren los demás.

Y a pesar de todo, soy una optimista empedernida.

@Manuela_MJ