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Porqué votaré el 25 de mayo

Siempre he votado, incluso he llegado a votarme a mi mismo, en las listas en las que he participado, en un acto de onanismo político no exento de contradicciones. ¿Acaso no es la duda el reino de la libertad?

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Sí, iré a votar el domingo 25 de mayo en las elecciones europeas, muchas razones me circundan para hacerlo. Pero más allá de la razón práctica encuentro otra de índole moral, ético-política.

La democracia, siempre perfectible, ofrece en el acto de votar la intersección histórica entre la individualidad (las individualidades) y el plano de lo común. Esa interacción virtuosa nos descubre como personas fuera del ogro de la violencia y la coerción.

Ser persona requiere tres condiciones. La primera es ser (necesaria), la segunda es pensar (necesaria) y la tercera actuar (suficiente). La tercera incluye y precisa de las anteriores. Es el acto de votar una acción que nos sumerge en la sociedad con la intención de decidir, de concluir.

Claro, uno puede decidir no decidir, entiendo que ésta es una forma de no actuar, de no salir a escena, de ser espectadores.

Sólo pueden no votar quienes no son, quienes no piensan, o quienes albergan la esperanza en una acción redentora emergente, casi religiosa. Esto último es en mi opinión el significado de la abstención propugnada por el anarquismo político (colectiva) y la abstención propugnada por despecho antipolítico (individual). En la última veo cierto grado de abyección a la sociedad.

Es en el acto de votar donde podemos elegir entre ser espectador o parte de la acción.

La acción política es incómoda, el acto de votar por tanto es muy incómodo. Requiere cierto nivel reflexivo, requiere roce con nuestras propias contradicciones, requiere resolución y simplificación de complejidad. No es fácil.

Las gaviotas han entendido la democracia, el 25 de mayo formarán escuadrón con lo que les queda y lo que recauden y tomarán los colegios electorales. Es lo que vienen haciendo. Los pececillos en ese día de «tregua» tienen dos opciones, nadar como si no pasase nada para ir a ningún sitio y que todo siga igual (o seguro peor), o tomárselo con alegría, arremangarse, tirar de familia y amistades e ir a votar mirando a la izquierda, para luego poder cantar «alirón, alirón, el pueblo campeón.»

La condición para alcanzar la igualdad social es reconocer la existencia de la desigualdad social y las diferencias políticas.