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8 de Marzo, el pan y las rosas.

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El pan, si, pero también las rosas, reclamaban hace un siglo las cosas obreras de un país, Estados Unidos, cuyo nuevo presidente llegó a la Casa Blanca machacando a las mujeres, a las rosas y al pan, como en muchos otros confines de la tierra.
Pan y rosas para todas ellas. Y que nosotros podamos compartirlas.
Con las madres nuestras de cada día. Con las diosas blancas y las de todos los colores.
Con las amas que aman y el amor que acunan.
Con las esclavas que ciñen cadenas de oro y las soberanas absolutas de su propio destino.
Con las que reclamaron el voto y ahora siguen exigiendo democracia, salario justo y que las respuestas dejen de estar sólo en el viento.
Con las obreras y con las reinas, entre pancartas de sueños y palacios de pesadilla.
Con las brujas y con las hadas, con las mariposas que nunca olvidarán cuando fueron orugas.
Con las que conocen las rutas hacia el monte de Venus y desconfían de Diana tanto como de Marte.
Con aquellas que padecen el poder y se rebelan.

Con aquellas que ejercen el poder y, al menos, dudan.
Con las que contemplan al mundo detrás de un velo o de una celosía, detrás de las cortinas de la guarida del ogro, detrás de la historia pero al frente de la vida.
Con las que ejercen el don sagrado de la tierra, el milagro cotidiano del nacimiento, los hijos y las ideas engendrados con rabia y con ternura.
Con las que buscaron la ciencia más allá de la superchería y la fe en los seres humanos por encima de cualquier otra religión.
Con las que rezan y las que gritan. Con las que huyen y las que saltan, las que muerden o susurran, la que cualquier día hacen las maletas para escapar de la guerra, del dolor o del aburrimiento.
Con las que cantan las cuarenta o las que se quedan con la copla.
Con las que tejen relaciones como si fueran cobertores de esperanza.
Con las que no desmayan, ni tiran la toalla ni justifican siempre a los canallas.
Con las débiles que no saben que son fuertes y con las fuertes que conocen su lado más débil.
Con las que barruntan el trébol de cuatro hojas o vaticinan maleficios.
Con las nómadas o con las que son árboles mágicos. Con las que escapan a ciegas del infierno o las que son una habitación con vistas al edén.
Con ellas. Con las nuestras. Con las iguales y las desiguales. Todos suyos. Hoy, sí, pero también cualquier día. Con los ojos llenos de panes y de rosas.»

Miguel Téllez.

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