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¡Ya hasta los de FEDEA lo reconcen¡ «Tiempo de austeridad»

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 Javier Andrés. Nada es Gratis.11/07/2011

Inmersos como estamos en la búsqueda de soluciones a la crisis griega y en tratar de minimizar sus efectos sobre la economía europea, hemos de procurar no perder de vista el objetivo final de las medidas de política económica que se están aplicando, que no es otro que asegurar una salida rápida de la recesión. La recuperación económica en el mundo desarrollado está siendo de libro, y por tal me refiero al diagnóstico de Reinhart y Rogoff que muestran como las salidas de las crisis financieras son más lentas y frágiles que las de las recesiones normales. El reciente informe del Fondo Monetario Internacional, en el que se ponen al día las proyecciones del World Economic Outlook, va en esa dirección y señala que los riesgos de la economía global han aumentado. Para las economías del sur de Europa, atrapadas entre la necesidad de estimular el crecimiento y la urgencia de culminar la consolidación fiscal para combatir la crisis de deuda soberana, esas pueden ser noticias particularmente negativas. 

En las últimas semanas han arreciado las críticas no sólo a la forma vacilante en que los dirigentes europeos están abordando los problemas de Grecia sino a la política de austeridad fiscal misma, que junto al tipo de cambio fijo se ven como impedimentos a la recuperación de algunas economías de la Eurozona –el artículo reciente de Martin Wolf en FT es un buen ejemplo. Esta preocupación generalizada es lógica ya que la debilidad en la creación de empleo y especialmente el elevado desempleo juvenil pueden llevar a la economía Europea a la pérdida definitiva de relevancia en el contexto de la economía global. De hecho ya he comentado en algún otro post que el Pacto del Euro –entonces todavía Plan Merkel- ofrece un marco razonable para reconducir los desequilibrios entre las economías de la zona, pero adolece de la falta de un plan creíble de estímulo económico, no necesariamente inmediato pero sí como una tarea prioritaria cuando las finanzas se estabilicen.

En las primeras reuniones del G20 se propuso llevar a cabo una expansión coordinada en la que los países con mejores posiciones exteriores debían aumentar su demanda interna para suavizar el ajuste de aquellas economías con elevados niveles de deuda externa. En el caso de Europa esto no ha ocurrido y estamos todos embarcados en una política de consolidación fiscal, solo aliviada por el tono relajado de la política monetaria. Aunque en la compleja situación de la economía Europea es lógico que haya valoraciones para todos los gustos, en mi opinión la actual es la más parecida a la combinación adecuada de políticas a que podemos aspirar en este momento. Y los escenarios de la economía mundial descritos en el WEO aportan argumentos adicionales para que, aunque sea por razones puramente preventivas, las economías europeas traten de resolver cuanto antes su crisis fiscal.

La economía mundial no va a crecer de una forma continua y sin sobresaltos durante los próximos años. Y el problema no es sólo la Eurozona. En el plano internacional, la recuperación de la economía americana está siendo más inestable de lo previsto. Aunque algunos datos recientes parecen más positivos, el crecimiento del sector industrial en los primeros meses del año y el ritmo de creación de empleo se han debilitado. Además Estados Unidos afronta un nuevo riesgo, como es el de una necesaria consolidación fiscal que vendrá de grado o por la fuerza, si el tope sobre la emisión de deuda pública no se suaviza rápidamente. A esta preocupación se añade el riesgo que supone el creciente sobrecalentamiento de las economías emergentes que acumulan cada vez más síntomas de inestabilidad en indicadores tradicionalmente asociados a ciclos de crédito y burbujas en los precios de los activos. Así, tenemos noticias de una inflación creciente, que está obligando a muchos bancos centrales a aumentar sustancialmente los tipos de interés y de un crecimiento desbocado del crédito -a tasas anuales del 20 y el 30 por ciento- que, aunque partía de niveles bajos con relación al PIB, se está acercando peligrosamente valores como los que hemos conocido por estos pagos. Todo ello acompañado de crecientes flujos de capital, en parte favorecidos por las políticas de liquidez de los bancos centrales de los países desarrollados y por las dudas sobre la deuda soberana en estos, que están llevando a los países receptores a replantear la conveniencia de establecer nuevos controles de capital para evitar crisis como las de los ochenta y noventa.

Esto refuerza la idea de que la estrategia de consolidación fiscal en Europa en la más prudente, y no únicamente como una forma de generar confianza en los mercados –que no es poco- sino porque la situación de deuda que hoy es preocupante puede empeorar muy rápidamente si esta acumulación de desequilibrios acaba dando lugar a una ralentización de la actividad económica mundial. No hay países de un tamaño significativo cuya posición fiscal esté exenta de problemas inmediatos o potenciales y que por tanto puedan ejercer el papel motor que recomendaba el G20. Los países de la periferia europea, con elevadas primas de riesgo y en procesos de rescate, por razones obvias. Los países emergentes, por otra parte, aun sin problemas de crecimiento están empezando a notar la necesidad de enfriar sus economías. Incluso las principales economías europeas como Francia y Alemania, que parecen a salvo de la crisis de deuda soberana, tienen unos niveles de deuda pública muy elevados. Además estos países tienen que protegerse contra los riesgos para sus sistemas bancarios de la previsible reestructuración de la deuda griega y la no descartable de algún otro país europeo, de los efectos de una crisis fiscal en EEUU e incluso de los riesgos asociados a sus posiciones en los países emergentes si la situación financiera en estos evoluciona a peor.

Y hay más razones. En la actual situación de incertidumbre aumenta el atractivo de la deuda pública como activo de refugio para muchas entidades bancarias en dificultades, lo que supone un lastre añadido para la recuperación del crédito al sector privado. Por otra parte hay argumentos fundados para suponer que los multiplicadores fiscales son bastante bajos en una crisis financiera cuando los consumidores tienen fuertes incentivos a ahorrar, los que no están endeudados en previsión de impuestos futuros y los que lo están para reducir su endeudamiento –en un próximo post volveré sobre este punto con argumentos un poco más formales. Pero es que además las consolidaciones fiscales no se pueden retrasar porque requieren bastante tiempo para ser efectivas. En un trabajo reciente Alcidi y Gros muestran que las economías europeas han sido capaces de reducir significativamente su déficit en el pasado, pero estas consolidaciones han requerido varios años – un promedio de cinco- y durante el proceso la ratio deuda pública sobre PIB no ha dejado de crecer de forma sustancial. Es decir, incluso si continuamos con los ritmos de consolidación en marcha saldremos de esta recesión con mayores niveles de deuda que con los que entramos, pero si no lo hacemos la senda de deuda puede convertirse en insostenible.

Todo esto también aplica lógicamente a España. Tenemos que ganar rápidamente margen de maniobra en previsión de un frenazo en el crecimiento mundial. Hay escenarios más positivos en los que estos riesgos no tienen por qué materializarse. Pero para que no nos ocurra como en 2007, cuando minimizamos lo que se nos venía encima, es conveniente seguir muy de cerca los riesgos potenciales a los que se enfrenta la recuperación económica internacional, que ha de ser una de las fuentes importantes de nuestro crecimiento a corto y medio plazo. La consolidación es una prioridad. Otra cuestión distinta es el margen que nos queda para seguir recortando el gasto corriente y la inversión pública. Si no se recupera rápidamente la actividad, habrá que optar por medidas de ahorro de carácter estructural controlando las obligaciones adquiridas en todo lo relativo al envejecimiento de la población y, seguramente en algún momento, echar mano del incremento de algún impuesto con potencial recaudatorio –como el IVA por ejemplo. Mientras tanto la recuperación de la actividad económica queda a merced del impulso que pueda proporcionar la política monetaria todavía expansiva y muy fundamentalmente de las medidas de ahorro de costes y de eficiencia que permitan ganar competitividad exterior e interior y que son cada vez más necesarias. Es la única forma de salir de esta situación al tiempo que mejoramos los fundamentos de nuestra economía para afrontar mejor la próxima recesión.

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