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¿Es necesaria la democracia para el capitalismo? (primera parte)

Rafa Rodríguez (*)

  1. Introducción

Tal vez una de las cuestiones más importante, y al mismo tiempo más complejas, para la comprensión del funcionamiento del sistema social es la relación entre el capitalismo y la democracia, más aún en estos momentos en el que la oligarquía está promoviendo ataques al funcionamiento normal de la democracia en distintos ámbitos, desde la propagación bulos, falsas noticias, negacionismo, lawfare y manipulación de redes sociales hasta intentos directos de golpes de Estado (Trump, Bolsonaro) o minar las instituciones desde el poder (Hungría, Italia).

Por ello, nos hacemos las siguientes preguntas a las que intentaremos responder en estos artículos: ¿es necesaria la democracia para el capitalismo?, ¿cómo es posible que en un Estado democrático la oligarquía imponga sus intereses frente a la gran mayoría?, ¿existe algún tipo de pauta en la relación entre capitalismo y democracia en función de las distintas etapas que se han ido sucediendo?, ¿estamos hoy en una disyuntiva entre democracia plena y barbarie?

2.La base de la dinámica social y política

La apropiación del excedente y su acumulación es la base de cualquier poder económico y generalmente político, porque el poder económico genera oligarquías, quienes detentan directamente el poder político como en las sociedades precapitalistas, o por el contrario tratan de transformar su poder económico indirectamente en poder político como en las sociedades capitalistas, para defender sus posiciones de privilegio y, por lo tanto, la desigualdad estructural, tanto social como territorial, lo que produce el conflicto que atraviesa la historia de la humanidad.

La forma de apropiación del excedente, y la naturaleza del poder político asociada a esta, ha cambiado radicalmente desde las sociedades precapitalistas a la sociedad capitalista y, por lo tanto, también la naturaleza de la relación entre el poder económico y el poder político.

“el surgimiento del Estado contemporáneo en los siglos XVII y XVIII supuso la transformación más radical de la larga historia de la oligarquía, al ser la primera vez en que los oligarcas fueron desarmados y dejaron de gobernar directamente. La idea de que la defensa de la propiedad podía ser garantizada de forma estable por un Estado, en lugar de por los propios oligarcas, no se había puesto a prueba y generó una considerable ansiedad.”[1]

3. La apropiación del excedente en los regímenes precapitalistas

En las formaciones sociales precapitalistas la apropiación del excedente se realizaba mediante formas extraeconómicas, es decir se obtenía mediante la coacción directa de quienes tenían el poder político, judicial y militar, utilizando básicamente la represión, la violencia y el control social de las iglesias.

Las bases productivas y el poder político, militar y jurisdiccional, estaban integrados en unidades que constituían entre sí un sistema desconcentrado y jerarquizado. La forma de dominación era en sí misma una forma de producción que limitaba el desarrollo de las fuerzas productivas y sus mecanismos de distribución. La rígida estructura de desigualdad entre los grupos sociales requería la desigualdad en la situación no solo social sino también en la situación jurídica de las personas.

La soberanía del monarca consistía solo en señalarse como el primero en la pirámide jerárquica entre los poderes (Bodín) y era sobre todo soberanía externa: capacidad de firmar tratados, declarar la guerra y hacer la paz.

4. Breve concepto de capitalismo

El capitalismo, que comienza con la revolución agrícola e industrial en la Inglaterra del siglo XVIII, supuso un cambio fundamental en las relaciones sociales de producción, en el concepto de propiedad y en la forma de explotación, incrementando la productividad del trabajo y transformando la riqueza acumulada en capital.

En nuestro tiempo el capital es el principio de la constitución económica de la sociedad capitalista[2], sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción y la oposición entre los poseedores de capital y de la fuerza del trabajo, en el contexto de una economía de producción monetaria con un sistema de mercado.

La extracción del excedente, de la plusvalía (de la ganancia como manifestación de la plusvalía), y su acumulación, se realiza ahora en las relaciones económicas entre propietarios y trabajadores, a través del mercado y no mediante relaciones extraeconómicas de naturaleza política, judicial y militar como sucedía en las sociedades precapitalistas.

Para que la extracción del excedente se realice mediante relaciones económicas es imprescindible que el poder político se concentre y se unifique, separándose de las relaciones de producción. Necesita en definitiva al Estado moderno[3] (en adelante Estado) como una institución segregada de la sociedad civil (economía privada e instituciones civiles con poder efectivo, pero sin poder político), que concentra todo el poder en un ámbito territorial delimitado, la nación.

5. El Estado como condición para la existencia del capitalismo

El Estado crea las condiciones necesarias para generar un entorno jurídico en el que los individuos con ciudadanía sean civilmente iguales, con personalidad jurídica propia, lo que les permite ser propietarios y realizar contratos y, por lo tanto, tienen la “libertad” y la capacidad para vender su fuerza de trabajo, como propietarios de la misma, relacionándose contractualmente con los dueños de los medios de producción, que la compran mediante un contrato de trabajo, extrayendo el beneficio a través de mecanismos de naturaleza exclusivamente económicos. Al segregar el poder político que estaba desconcentrado en las unidades de producción, el Estado construye la sociedad civil. Sin Estado la sociedad civil no existe.

Este Estado para legitimarse se basó en la ficción jurídica de que los integrantes de cada nación realizan un pacto para constituirse en un Estado, mediante un proceso constituyente que contiene el consenso básico de su funcionamiento (Constitución), pero que en realidad es un bucle originario: la nación (poder constituyente soberano) constituye al Estado (poder constituido con soberanía delegada) pero la nación tiene ese poder constituyente porque el Estado de facto le ha otorgado ese poder.

El Estado cumple, en relación con el capital, funciones básicas para la existencia y realización de éste:

a) Monopoliza el poder político para garantizar la igualdad civil de los varones libres con ciudadanía, de forma que hasta los varones libres con ciudadanía desposeídos de cualquier tipo de propiedad tienen capacidad jurídica, como sujetos civilmente libres e iguales, para vender a través de un contrato, su peculiarísima propiedad, su fuerza de trabajo[4]. Ahora la compulsión no es política, como en las sociedades precapitalistas, sino económica.

b) Garantizar los derechos de propiedad y el funcionamiento de los mercados, “por medio de mecanismos definidos jurídicamente y legitimados políticamente”[5].

c) La producción y gestión monetaria y el aseguramiento del sistema financiero.

6. El capitalismo nace excluyendo la democracia en la construcción del Estado

Estos objetivos se consiguen con el Estado liberal que es radicalmente distinto del Estado democrático. El Estado liberal, a diferencia del Estado democrático, se basa en el sufragio censitario y excluye el sufragio universal.

En él sólo una parte minoritaria de su población nacional tiene derecho al voto. Están excluidos del voto y de los derechos políticos quienes no tenían un nivel determinado de renta y los trabajadores en general. Las mujeres y los esclavos no solo no tenían derechos políticos, sino tampoco derechos civiles. Sólo una minoría de propietarios, varones, libres, blancos y cristianos, tenían derechos políticos y podían ejercer el derecho al voto.

Para el liberalismo doctrinario europeo de la primera mitad del siglo XIX, la democracia significaba la anarquía y la revolución, “La democracia política -la liquidación del sufragio censitario y la universalización del derecho al voto- significaba para ellos, exactamente igual que en el mundo antiguo, el control del poder político por parte del pueblo llano”[6]. Doménech hace aquí referencia al mundo antiguo en alusión a la influencia que tuvo la “Política” de Aristóteles quién asimilaba democracia al gobierno de los pobres y temía que, en lugar de establecer un gobierno justo, utilizaran el “botín de su victoria” contra los ricos, “estableciendo una tiranía”.

La nueva oligarquía que se forma tras el surgimiento del capitalismo quería un Estado liberal, es decir con limitada igualdad formal civil, pero con una enorme desigualdad en la participación política, reservada a los segmentos afines al capitalismo, y combatía con toda su fuerza que la limitada igualdad formal civil pudiera transformarse en plena igualdad civil y política, es decir, en un Estado democrático, porque temía, al igual que Aristóteles, que el poder de la mayoría (de los pobres) desembocara también en la igualdad social.

7. La larga lucha de los sectores excluidos de la participación política y de los derechos civiles ha ido conquistando poco a poco la igualdad política y civil en parte de los Estados

El Estado liberal, al implicar cierta igualdad civil, llevaba en sí mismo el germen de la igualdad. Esta fue la fuerza que lograron expandir, en algunos Estados, los excluidos para transformar el Estado liberal en Estado democrático, que se caracteriza frente al estado liberal por la universalización de los derechos civiles y políticos.

Si la construcción del Estado soberano implicaba la igualdad civil, ¿por qué no la igualdad política, la liquidación del sufragio censitario y la universalización del derecho de voto? La raíz igualitaria del Estado moderno favorecía las reivindicaciones de participación e igualdad política, unidas a las reivindicaciones de igualdad social, ya que aquellas, además de un fin en sí misma, eran el instrumento que proporcionaba poder para la conquista de las reivindicaciones sociales y laborales por lo que, tal como describe Antoni Doménech (2019) “a finales de los sesenta del siglo XIX, no solo el socialismo político se presentaba doctrinalmente como heredero del republicanismo democrático, sino que la tradición republicana, más o menos conscientemente asumida, era el suelo compartido, el denominador común de las más diversas tendencias del movimiento obrero real en Europa y en América” (p. 160).

8. La transformación del Estado liberal en Estado democrático ha sido una conquista lograda por las movilizaciones de todos los sectores excluidos del voto en el Estado liberal, con enorme resistencia por parte de las oligarquías económicas

La movilización de los sectores excluidos, sometidos a situaciones de desigualdad o injusticia, logró impulsar con éxito en muchos Estados, durante los siglos XIX, XX y lo que llevamos de siglo XXI, procesos democratizadores, conquistando derechos a través de su plasmación en la legislación, tanto constitucional como ordinaria.

Las mujeres tuvieron que luchar contra una triple desigualdad: la civil, la política y la laboral, porque en el Estado liberal seguían sometidas al páter familia, en una relación de dominación y dependencia. Incluso con las leyes napoleónicas, la mujer casada siguió siendo parte de la personalidad jurídica del varón y, por lo mismo, posesión de este, sometidas a la “ley de familia”.

El derecho al voto, el derecho que crea derechos, significó la plena ciudadanía por la generalización de la libertad civil y la igualdad política pero no el fin de las relaciones sociales de dependencia, incluidas las patriarcales.

El Estado democrático, frente a lo que fue el Estado liberal, es un Estado representativo de los intereses generales, un espacio político autónomo, aunque limitado a su jurisdicción nacional, liderado por los sectores sociales que consiguen representar transitoriamente esos intereses generales a través de los gobiernos.

Es el marco para encauzar la conflictividad que producen las contradicciones existentes, por las distintas posiciones de desigualdad estructural de los grupos y clases sociales en la sociedad civil, mediante la acción política, de forma que se convierte en el garante de la vida social, de la convivencia pacífica y la estabilidad, al proporcionar reglas de juego para la ocupación temporal del poder, a través de los gobiernos elegidos por sufragio universal.

La política es el poder de los que no tienen la fuerza de la violencia y puede permitir la autonomía del poder ciudadano frente a los poderes económicos locales y globales.

Sin embargo, las ideas de igualdad, libertad, estabilidad y encauzamiento pacífico del antagonismo social están en oposición a la desigualdad, limitación de la libertad e inestabilidad que implica la estructura social y económica del capitalismo, porque en los planos económico y social persisten la desigualdad estructural con todas sus derivaciones en los ámbitos sexuales, raciales y territoriales.

 

NOTAS

[1] Winters, J.A. Oligarquía. Arpa. 2024, p. 67 y 68.

[2] Javier Pérez Royo. La desigualdad lo corroe todo. Diario.es.

[3] Estado en sentido propio, ya que las formas anteriores de poder político con una “soberanía fragmentada” no pueden considerarse Estados tal como hoy lo entendemos.

[4] Antoni Doménech. El eclipse de la fraternidad. Akal. 2019, p. 56.

[5] Ellen Meiksins Wood. El origen del capitalismo. Siglo XXI. 2021. P. 194.

[6] Antoni Doménech. 2019, p. 135.

 

(*) La imagen representa una obra de Pepa Caballero (Granada, 17/12/1943 – Málaga, 2012) pintora andaluza de arte abstracto y la única mujer miembro del Colectivo Palmo de Málaga, del que fue cofundadora, un grupo cuyo lenguaje vanguardista se alejaba de los planteamientos convencionales y comerciales.

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