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7 «lecciones», desde las ciencias humanas, que nos ha dejado el 2010

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Eduardo Robredo Zugasti.30/12/2010.  

1. Los occidentales somos demasiado raros para representar a la «naturaleza humana».
De acuerdo con Henrich, Heine y Norenzayan [PDF], los trabajos científicos basados en estudiantes de universidades norteamericanas o europeas sencillamente no sirven para hacer fastuosas generalizaciones sobre el género humano. Los habitantes de las sociedades occidentales democráticas, liberales y burguesas estamos situados en un extremo del espectro humano en cuyo recorrido se aprecian diferencias significativas en aspectos tan variados como el razonamiento económico o la percepción del espacio. Cuidado por tanto con la «naturaleza humana».

2. Los niños saludables no necesitan «un padre y una madre»

Las ciencias sociales no apoyan las vehementes protestas de los líderes religiosos y sus amigos contra la paternidad y maternidad no heterosexual. Según el único estudio longitudinal sobre Familias Lesbianas en los EE.UU., publicado hasta la fecha, en la revista Pediatrics, los hijos criados por parejas lesbianas son tan saludables y sociables (de hecho, algo más saludables y sociables) como los criados por parejas heterosexuales. Las evidencias sí respaldan la idea de que los niños criados por dos padres (o por dos madres) son más saludables y menos conflictivos que los criados por familias monoparentales o desestructuradas, pero no sirven para avalar la censura dogmática contra padres o madres del mismo sexo.

3. Las adolescentes que abortan no tienen más problemas mentales

El llamado «síndrome posaborto», tan divulgado por los activistas contrarios al aborto, está fundamentado en ciencia cuestionable y en serias dificultades metodológicas que hacen que sus resultados sean imposibles de replicar, según un análisis de Julia Steinberg (Universidad de California) y Lawrence Finer (Instituto Guttmacher) publicado en Social Science and Medicine [PDF]. Este estudio apoya la idea de que la salud mental posterior al aborto no está condicionada en sí por la experiencia del aborto, sino por el estado previo de la salud mental en la mujer.

4. El maltrato animal está asociado al maltrato de seres humanos

Este mismo año un trabajo de dos criminólogos, publicado en Journal of Interpersonal Violence [PDF] confirmó la sospecha largamente sostenida de que el maltrato a los animales es una «bandera roja» del maltrato doméstico interpersonal y que, en consecuencia, parece existir una relación bastante estrecha entre la crueldad contra los animales y contra los seres humanos. Nuria Querol Viñas [PDF], especialista en crueldad contra los animales, también había alertado contra el impacto negativo que el ser testigo o partícipe de estos actos de crueldad tiene sobre el desarrollo emocional de las personas, sugiriendo líneas de intervención más tempranas y sensibilizadoras en niños y adolescentes. Resulta prácticamente inevitable deducir que este conjunto de estudios convergentes son significativos para informar los debates públicos sobre espectáculos que involucran formas de maltrato animal.

5. Los ateos saben más de religión que los creyentes. Y los científicos son bastante «místicos»

El ateísmo normalmente no se fundamenta en una ignorancia de la religión. De hecho, los no creyentes encuestados por Pew Forum on Religion and Public Life este año resultaron ser los que más conocimientos acreditaron sobre religión, por encima de todos los grupos confesionales (quienes más se acercaron fueron judíos y mormones). Por otra parte, la socióloga Elaine Ecklund, después de encuestar a más de 1700 científicos (procedentes tanto de las ciencias naturales como de las humanas, aunque con la destacada ausencia de filósofos y matemáticos) ha subrayado el carácter «espiritual» del gremio, incluso entre quienes se consideran ateos. Este trabajo está claramente orientado a mostrar que los científicos son menos hostiles a la religión de lo que se piensa, aunque sus resultados también muestran con claridad que los científicos son mucho menos confesionales, mucho más escépticos y mucho más ateos que prácticamente cualquier otro segmento de población.

6. La igualdad es buena para la salud (también de los ricos)

Un recordatorio difícil de seguir en tiempos de crisis es que las sociedades más igualitarias (y liberal-democráticas; no vale Corea del Norte) casi siempre son más saludables en términos generales. La idea es defendida por dos expertos en epidemiología social, Pickett y Wilkinson, en British Medical Journal: «los beneficios de una mayor igualdad tienden a ser mayores entre los pobres pero parecen extenderse a todo el mundo», que además invitan a los políticos y expertos para que reparen los daños sociales provocados por el aumento de las desigualdades, al menos desde la década de los 70 del año pasado. Y por sí los datos socioeconómicos y políticos no bastaran, las neurociencias también apoyan últimamente la idea de que en el ser humano existe una «aversión a la desigualdad» que podría hacer que las políticas igualitaristas nos resultaran más «naturales» y quizás más recomendables.

7. La educación científica previene contra la religión

Según un trabajo de Darren Sherkat (comentado aquí) el efecto de las creencias religiosas sobre la educación científica es palpablemente negativo en particular entre extremistas (por ejemplo, cristianos literalistas) en los EE.UU. La asociación ha sido analizada también por Tom Rees, empleando datos del World Values Survey que confirman una relación claramente negativa entre el conocimiento científico y el porcentaje de personas para las que la religión es «muy importante» (cuánta más importante es la religión para las personas, menos conocimientos científicos tienden a tener). Por más esfuerzos que los «acomodacionistas» intenten hacer para reconciliar ciencia y religión, las tendencias sociales muestran una y otra vez que la relación tiende a ser negativa a la larga.

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