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Ante la quiebra de las construcciones sociales que sujetan el Sistema Productivo

 Elena González

Los mecanismos que hacen que cualquier estructura se reproduzca en el tiempo son los individuos que desenvuelven su existencia en esa determinada estructura, por tanto si esa estructura quiere sobrevivir en el tiempo está abocada a generar toda una serie de hábitos,  pautas e instituciones que le permitan construir socialmente una realidad en la cual los individuos se desenvuelvan y hagan suya. Los individuos son determinados por la estructura pero a través de la acción social ellos también pueden ser determinantes y modificadores de la estructura.

Enric Tello alude a Lewis Mumford y a su descripción de la tecnosfera industrial  como “complejo tecnológico”, como un sistema que tiene historia, con un origen regional y unos requerimientos materiales determinados. Dicho sistema productivo (dicha estructura) da existencia a un tipo particular de trabajador adiestrado en forma particular: hay que desarrollar ciertas aptitudes y  oponerse a otras, seleccionar ciertos aspectos de la herencia social y desarrollarlos después. ¡Listo! La tecnoesfera industrial ya ha creado las herramientas con las que reproducirse en el tiempo.

Los sistemas productivos desarrollan una cierta estructura mental acorde a sí mismos, a partir de la cual éste mismo puede desarrollarse y hacer que los individuos que se encuentran en él construyan su realidad y la DEFINAN a partir de los parámetros establecidos.

Pero en la definición social de los problemas sociales, lo que es percibido como real es real en sus consecuencias. Si por el contrario algo es ignorado o definido como irreal no por eso deja de tener consecuencias (García 2004).

Entonces: ¿Es la crisis ecológica o los límites físicos algo a aceptar en los paramétros de construcción de la realidad de este sistema productivo? ¿Acaso deja de tener consecuencias si no es percibida?

En la reproducción del sistema productivo no sólo se construyen o se seleccionan aspectos de la herencia social sino que se pone en marcha todo un mecanismo que hace más que creíble dicha construcción de la realidad.

Hemos creído que se ha reducido  la dependencia respecto a las restricciones naturales impuestas por los ambientes locales, y ésto ha sido posible “por la vía de movilizar energía exosomática para obtener recursos cada vez más lejanos, hasta hacerse dependientes de los servicios naturales del planeta entero. Es así como han podido hacerse la ilusión de que las restricciones naturales se han esfumado” (García 2004).

Las sociedades humanas son sistemas abiertos autoorganizadores o sistemas complejos adaptativos que obtienen  de su medio ambiente energía y materiales y tras procesarlos para mantener y modificar su organización interna devuelven a su medio ambiente los residuos generados en su procesamiento. Sin esas fuentes de recursos y sumideros la existencia social no es posible. 

El cambio en las sociedades corresponde al cambio cultural o cambio social, el cual permite además de la transmisión hereditaria la difusión entre coetáneos, lo que lo hace mucho más rápido que la selección natural. Esta característica es propia de las sociedades, y la existencia social tiene muchas excepciones pero ni el excepcionalismo ni el exencionalismo pueden librarnos de los efectos de las leyes de la física y la biología que también condicionan la organización y el cambio en las sociedades.

El problema se plantea ante: ¿Cómo conectar  entonces los problemas ecológicos con la perspectiva de la acción social?  Si ésta depende no de cómo sea el mundo, sino de cómo los seres humanos que actúan creen que es ¿cómo cambiar la definición social?

¿Cómo provocar cambio? el surgimiento y maduración de un nuevo complejo tecnológico suele ser un proceso conflictivo y costoso (Tello 1999). Es difícil conseguir aceptación de gran parte de la sociedad cuando se evidencia el colapso de su mundo, además de obviar los elementos constrictores que se activan para evitar una quiebra de la estructura. Para algunos es más fácil mirar a otro lado que afrontar lo que se viene encima, es común escuchar que nuestras comodidades requieren de sacrificios ecológicos o en todo caso la recurrencia a un refrán popular que no hace mucho Llamazares utilizaba en el Congreso: “para lo que me queda en el convento”…. Y la alusión a esta graciosa frasecilla no es más que la evidencia de una de  las señas de nuestro esquema mental productivista: el cortoplacismo.

El ocaso del sistema productivo da más que muestras de ser evidente, pero hemos sido instruidos para adorar la ostentosidad material y a  confundirla con bienestar. La reforma de la mente depende de la reforma educativa, pero ésta también depende de una reforma de pensamiento (Morin 2011). Y  la Escuela es (junto con la Universidad) una de las herramientas de reproducción más potentes.  El pensamiento en la sociedad industrial ha construido su mundo a partir de ciertos conceptos: clases sociales, trabajo profesional, democracia, confianza en la ciencia, etc… principios que no se sostienen (García 2004). Dónde han quedado las promesas de meritocracia, la posibilidad de progresar a través del trabajo, etc. Estamos sostenidos sobre categorías fantasmas, ¿por cuánto tiempo?

¿Qué hemos de hacer ante este escenario?, ¿Cuál ha de ser nuestra tarea? ¿lamentarnos?

Aquellos que somos conscientes de la crisis ecológica hemos de crear las estructuras y espacios alternativos necesarios  para acoger a aquellos que poco a poco superan la frustración del colapso de su esquema mental y de vida. Y aterrizan en la realidad que impone la crisis ecológica y los límites físicos. Hemos de elaborar una buena alternativa, razonada, madurada para cuando ya no haga falta ni un mínimo de capacidad de abstracción para ver lo irremediable del fin del sistema productivo en el que hemos nacido. Y mostrar que hay otras formas de hacer las cosas, que el bienestar no es un incremento cuantitativo sino cualitativo (en algunos aspectos).

Hemos de tener claro por otra parte que no es posible convencer si no existe una mínima disposición a escuchar, sobre todo porque esto no se trata de argumentos ni de lógicas sino de Poder, el blindaje a nuestra estructura mental es infranqueable sobre todo si nos hemos hecho ricos con este sistema productivo. No hemos de malgastar fuerzas predicando en el desierto sino construyendo una alternativa para cuando no tengamos que convencer ante la evidencia.

Necesitamos en palabras de Riechman otra manera de producir y consumir, vivir y trabajar menos ostentosa, una “ecologización estructural de las sociedades industriales”. 

Tenemos que construirla, necesitamos desarrollar estas pautas y hábitos y poner los cimientos de una estructura naciente ante otra que anda dando sus coletazos finales.

Ahora bien el camino, o “la Vía” en palabras de Morín (2011) no es fácil. “Como todo lo vivo, como todo lo humano, las nuevas vías están sujetas a degradaciones, envilecimientos y esclerosis. Esta conciencia también es indispensable, constantemente” 

Referencias:

García, E.  (2004) Medio Ambiente y Sociedad. Alianza Editorial, Madrid.

Morin, E. (2011) La Vía para el futuro de la humanidad. Paidós Estado y Sociedad

Mumford, L. (1994): Técnica y Civilización, Alianza Editorial, Madrid.

Riechmann y Sempere (2000). Sociología y Medio Ambiente. Síntesis sociología, Madrid.

Tello, E. (1999): “El socialismo de cada día” en: Monereo y Chaves. Para que el socialismo tenga futuro. El viejo topo. Madrid

Un comentario

  1. Excelente artículo, en la linea de la escuela de Santiago ( Maturana y Varela, que tienen un divulgador, complementador, en Frijol Capra ) El blindaje de nuestras estructuras mentales se ve especialmente en aquellos cientificos, o tal vez solo aficionados a la ciencia, que aun no se han distanciado del rigor positivista. Incrédulos a que las ciecias sociales puedan ser analizadas con el metodo cietífico.

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