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Clandestinidad, no gracias

Manuela Martínez / Cuando escuché que el Consejo de Ministros había aprobado el Anteproyecto de la reforma del aborto me quedé petrificada. Mientras las redes sociales ardían contra Gallardón y la única promesa electoral cumplida por el gobierno del Partido Popular, yo no podía dejar de recordar una historia que marcó mi vida en aquel invierno madrileño del 80 y que suena a capítulo de Cuéntame.

mujeres al poder

Tenía 19 años, era muy alegre y divertida, se llamaba María. Una buena amiga con la que se podía contar siempre, en los buenos y los malos momentos. A todos nos extrañó mucho no verla aparecer en los lugares en los que solíamos encontrarnos.   ¿Se habrá marchado a su pueblo? ¿Estará enferma? ¿Le habrá surgido algún imprevisto?… Al tercer día, la vimos llegar con Jorge, que la miraba con nerviosismo mientras se frotaba las manos para entrar en calor. No parecía ella. Tenía la tez agrisada, ojeras y una tristeza interior difícil de ocultar. Saltaba a la vista: María tenía un problema.

Su problema era el mismo que el de muchas mujeres sin recursos que, por un motivo u otro, no podían o no querían ser madres: Interrumpir el embarazo era delito.

Reunimos entre todos el dinero necesario para que fuese atendida por una mujer que se dedicaba a practicar abortos en la clandestinidad. Y a punto estuvo de perder la vida, a consecuencia de una infección provocada por el instrumental utilizado durante la intervención. Más de un mes luchando entre la vida y la muerte… varios años para superar el trauma que le provocó el aborto clandestino.

A las niñas de papá no les pasaba eso. Ellas se marchaban de fin de semana a Londres, de compras con su mamá, y volvían como si tal cosa, dejando el problema en el Reino Unido, sin necesidad de arriesgar su libertad y su vida.  

Entonces comprendí que el debate entre abortistas o antiabortistas carecía de sentido. Que lo que estaba en juego era el respeto a la libertad de la mujer para decidir sobre su propia vida, sobre su derecho a interrumpir un embarazo no deseado y retomar el control de su proyecto vital.

Cuando se legalizó el aborto yo ya no vivía en Madrid y hacía un par de años que le había perdido la pista a María, pero no pude evitar acordarme de ella y de tantas mujeres que habían vivido historias parecidas. Nuestras hijas, pensé, no tendrán que sufrir semejante humillación. Serán las dueñas de su cuerpo y suyo será el derecho a decidir, si quieren parir o no.

Pero Gallardón nos ha vuelto a recordar que los derechos que habíamos conquistado las mujeres son reversibles cuando el poder está en manos de la derecha ultra católica, amiga de Rouco.

Resulta indignante que quienes no respetan nuestra libertad y argumentan a favor de la reforma del aborto, son los mismos que se oponen a la educación sexual o al control de natalidad; los mismos que no se plantean la corresponsabilidad y exigen a las mujeres abandonar su desarrollo personal para dedicarse al cuidado de sus hijos o familiares dependientes.

Pero hete aquí que, tras la alarma social generada, con movilizaciones y detenciones de mujeres incluidas, nos enteramos de que el anunciado anteproyecto de la reforma del aborto no se aprobó en el Consejo de Ministros, sino que se trataba de un informe presentado por el Ministro de Justicia sobre dicho anteproyecto. Lo explica estupendamente Mar Esquembre Cerdá, en su artículo “Gallardón miente una vez más”.

Estaremos muy pendientes porque lo que Gallardón nos plantea con su reforma es volver a la clandestinidad. Y como dijo Pérez Reverte en dos tuits:

“Madre sólo puede ser quien desea serlo y está en situación de serlo. Imponer maternidad forzosa en nombre de la moral católica es infamia”

“Y ante una infamia (yo la considero como tal) es vil guardar silencio, y es digno rebelarse y combatirla. Allá cada cual con lo que hace”.

Apuesto por rebelarme y combatirla ¿tú qué dices?

@Manuela_MJ

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