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El “Lincoln” de Spielberg, Karl Marx y la Segunda Revolución Americana

Revista SinPermiso.Kevin Anderson.

El «Lincoln» de Steven Spielberg transcurre en un solo pero crucial mes de la Guerra Civil de los EE.UU., un conflicto equivalente a una segunda revolución americana. En enero de 1865, cuando faltan pocos meses para la victoria de la Unión sobre la Confederación, el presidente Abraham Lincoln decide hacer aprobar la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los EE.UU., para la abolición de la esclavitud sin condiciones y sin indemnización a los propietarios de esclavos. Se trata de un Lincoln muy diferente al candidato de 1860, que se negó a hacer campaña como abolicionista, o al presidente que aplazó la Proclamación de la Emancipación casi hasta el tercer año de la Guerra Civil, en 1863. Se trata de un Lincoln que ha crecido con los tiempos, cuyo ejército ahora incluye 200.000 soldados negros, y cuyos discursos comienzan a insinuar derechos de ciudadanía y voto para los antiguos esclavos.

América revolucionaria

 

Con un guión escrito por el destacado guionista de izquierdas Tony Kushner («Angels in America», «Homebody / Kabul»), la película de Spielberg se centra no sólo en el propio Lincoln, sino también en una figura, sin duda, revolucionaria, el abolicionista radical Thaddeus Stevens, con quien Lincoln se alió en aquellos fatídicos días de enero de 1865. Algunas de las escenas más dramáticas retratan los debates cruzados de Stevens con el congresista de Nueva York y racista patológico Fernando Wood, líder del ala anti-abolicionista del Congreso.

En otra escena, Stevens presenta a un escéptico Lincoln el programa republicano radical de una prolongada ocupación militar del sur, durante la que los antiguos esclavos alcanzarían plenos derechos políticos, incluido el de ser elegidos a los más altos cargos públicos, y las plantaciones de los antiguos propietarios de esclavos serían confiscadas y repartidas en propiedad a los antiguos esclavos (los famosos «40 acres y una mula»). Todo ello narrado fílmicamente gracias a la excelente interpretación de Daniel Day Lewis (Lincoln) y, más aún, de Tommie Lee Jones (Stevens), con una contribución también importante de Sally Field (Mary Todd Lincoln).

Al mismo tiempo, sin embargo, está presente el lado sórdido de la democracia de EE.UU., en medio de estos cambios revolucionarios, mediante la corrupta política de patronazgo utilizada para obtener los últimos votos para aprobar la enmienda y enviarla a los estados para su ratificación final.

En su conjunto, «Lincoln», ofrece una perspectiva anti-esclavista y anti-racista de la Guerra Civil de los EE.UU. más consecuente que la habitual en las películas de Hollywood. Evita el típico retrato de Hollywood del Sur como moralmente equivalente, si no superior, al del Norte. En cambio, la película se centra en la esclavitud y el racismo como el tema central de la Guerra Civil, a la vez que muestra a un líder revolucionario como Stevens favorablemente, lo que no es  usual. Es más, el fraudulento argumento del Sur sobre los «derechos de los estados» es desenmascarado, mostrando su verdadero contenido: el «derecho» de los blancos a esclavizar a millones de sus semejantes.

Dimensiones económicas y de clase de la abolición

 

Algunos sectores de la izquierda han criticado la película por no poner de relieve la lucha por la auto-emancipación de los afroamericanos, como por ejemplo en la película de 1989 «Gloria», que narra la historia de los soldados afro-americanos del 54 regimiento de Massachusetts.

Aunque esas críticas son válidas e importantes, me gustaría centrarme en otros dos temas que no aborda la película, la importancia económica de la esclavitud y su abolición, y el intercambio de correspondencia entre Karl Marx y Abraham Lincoln, que se produjo durante el mismo mes de enero de 1865, en el que se desarrolla la película. Ambos temas podrían fácilmente haber sido incorporados al guión sin alterar el ángulo desde el que la película narra estos trascendentales acontecimientos históricos, el de la confrontación entre élites políticas en lugar de las masas movilizadas. Por supuesto, las primeras influyen en las segundas, y vice-versa, pero intento hacer una crítica inmanente, que aborde la película en sus propios términos y examine algunas de las contradicciones que surgen.

La Proclamación de Emancipación de 1863 y la decimotercera enmienda de 1865 que hizo permanente la medida de guerra de 1863 eran diferentes de las leyes de emancipación promulgadas en otros estados. Por ejemplo, la política de emancipación de EE.UU. prohibía cualquier compensación económica a los anteriores propietarios de esclavos. Se diferenciaba así incluso de la pionera Ley de abolición de la esclavitud británica de 1833, que proveyó grandes sumas de indemnización. En este sentido, fue más parecida a la abolición jacobina de 1794 en Francia, anulada por Napoleón una década más tarde, pero que ayudó a desencadenar la revolución haitiana.

Por otra parte, la esclavitud era más importante para la economía de los EE.UU. que para Gran Bretaña o Francia. Los casi cuatro millones de esclavos en los EE.UU. en 1860 constituían alrededor del 13% de la población, y sufría una forma totalmente deshumanizada de capitalismo que permitía comprar y vender a los seres humanos como esclavos. A un precio promedio de 500 dólares cada uno, la“propiedad” humana de los esclavistas en EE.UU. tenia un valor aproximado de 2 mil millones de dólares, una suma astronómica en la década de 1860. Por lo tanto, la abolición de la esclavitud sin indemnización en los EE.UU. constituyó la mayor expropiación de propiedad privada capitalista hasta la revolución rusa de 1917. Se acabó de un plumazo con toda una clase social, los dueños de las plantaciones del Sur, que desde hacía siglos se habían eregido sobre una inmensa acumulación de riqueza derivada de la producción de azúcar, tabaco, algodón y otras materias primas, así como de la compra y venta de una mercancía más, los propios esclavos.

La abolición también incorporó a millones de trabajadores libres formalmente a la clase obrera de los EE.UU., aumentando la posibilidad de una unidad de clase más allá de divisiones raciales y étnicas, mucho más fácil que cuando el trabajo esclavo coexistía con el trabajo formalmente libre. Aunque sólo una pequeña parte de esa unidad interracial se lograría en la postguerra, y sólo brevemente, su necesidad sigue estando más que nunca en la agenda, en la medida en que hoy la clase obrera de los EE.UU. está integrada cada vez más por personas de color, sobre todo afroamericanos y latinos.

Aunque la película pasa por alto estas realidades económicas y de clase a favor de la dimensión política, no se le escaparon a Karl Marx. En una carta del 29 de noviembre de 1864, apenas unas semanas después de la fundación de la Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores), escribió, «hace tres años y medio, en el momento de la elección de Lincoln, la cuestión era no hacer más concesiones a los propietarios de esclavos, pero ahora la abolición de la esclavitud es el objetivo declarado y en parte ya realizado «, y agregó que «nunca una convulsión tan gigantesca ha tenido lugar tan rápidamente. Tendrá un efecto benéfico en el mundo entero» (Saul Padover, ed, Karl Marx sobre América y la Guerra Civil, New York: McGraw-Hill, 1972, p. 272).

La carta abierta de Marx a Lincoln

 

Como se mencionó anteriormente, el mes de enero de 1865, cuando Lincoln giró a la izquierda, aliándose con Stevens, fue también el mes en el que Marx y Lincoln tuvieron su intercambio público de cartas. Después de la publicación del «Discurso Inaugural» de la Primera Internacional (escrito por Marx) y sus «Reglas generales» de afiliación, ambos en noviembre de 1864, su siguiente declaración pública fue una carta abierta para felicitar a Lincoln por su victoria aplastante en las elecciones de noviembre de 1864. La carta a Lincoln fue redactado por Marx y también firmada por un gran grupo de activistas obreros y socialistas que incluía a «Karl Marx, secretario de correspondencia para Alemania».

En ese momento, la embajada de EE.UU. en Londres estaba encabezada por Charles Francis Adams, un abolicionista de Massachusetts, miembro de una de las más ilustres familias políticas de Estados Unidos. Adams conocía sin duda a algunos de los implicados en la Internacional, porque había enviado a su hijo Henry a observar e informar sobre las reuniones que los trabajadores británicos habían organizado desde 1862 para socavar los llamamientos de los políticos británicos y los principales medios de comunicación a intervenir a favor del Sur. En esas reuniones intervinieron muchos de los futuros líderes de la Internacional. Y la presencia del adinerado joven Henry Adams en esas reuniones seguramente le hizo más que visible entre los trabajadores asistentes. Además de recopilar información, la presencia del hijo del embajador también pudo tener como objeto hacer un llamamiento directo a la clase obrera británica sin contar con su gobierno.

En diciembre de 1864, la Internacional propuso que una delegación obrera de 40 miembros entregase la carta y fuese recibida por la Embajada. Si bien el Embajador Adams declinó la propuesta, la carta de la Internacional «Dirigida al presidente Lincoln» fue entregado a la Embajada, y publicada en varios periódicos ligados al movimiento obrero británico. Decía en parte:

«Felicitamos al pueblo americano por su reelección por una amplia mayoría. Si la resistencia al Poder esclavista fue la principal consigna de su primera elección, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muerte a la esclavitud!». (Esta carta, la respuesta de Lincoln, y otros textos relacionados se recogen en Robin Blackburn, Una revolución inconclusa: Karl Marx y Abraham Lincoln,Londres: Verso, 2011)

Y continuaba: «Desde el comienzo de la titánica lucha americana, los obreros de Europa han sentido instintivamente que la bandera de las barras y estrellas porta el destino de su clase».

Esta frase se refería no sólo a los profundos sentimientos antiesclavistas de las clases trabajadoras británicas de la época, y a las reuniones de masas que habían organizado en apoyo del Norte, incluso cuando los principales políticos y periódicos defendían que si apoyaban una intervención británica para romper el bloqueo de Lincoln de los puertos del Sur, el algodón fluiría de nuevo a través de los mares, y pondría fin al desempleo masivo causado por el bloqueo. La frase sobre el vínculo entre el destino de los EE.UU. y el de las clases trabajadoras de Europa se basaba también en un hecho indiscutible. La clase obrera de Gran Bretaña (y más aún en el Continente) carecía de derecho al voto, entonces censitariamente limitado a los propietarios y veía en los EE.UU. el único experimento importante de democracia política de la época. El resultado fue uno de los mejores ejemplos jamás vistos de internacionalismo proletario.

Como Marx observó durante estas movilizaciones de los trabajadores británicos al principios de la guerra: «El verdadero pueblo de Inglaterra, de Francia, de Alemania, de Europa, considera la causa de los Estados Unidos como su propia causa, la causa de la libertad, y que, a pesar de todos los sofisma pagados, consideran la tierra de los Estados Unidos como tierra libre a disposición de los millones de campesinos sin tierra de Europa, su tierra prometida, que hay que defender ahora espada en mano de las sórdidas garras esclavistas …. Los pueblos de Europa saben que la esclavocracia del Sur comenzó la guerra con la declaración de que la continuación de la esclavocracia ya no era compatible con la continuidad de la Unión. Por lo tanto, los pueblos de Europa saben que la lucha por la supervivencia de la Unión es una lucha contra la continuación de la esclavocracia – que en este contexto, la más alta forma de autogobierno popular conseguido hasta hoy está dando batalla a la mas despreciable y más desvergonzado forma de esclavitud del hombre en los anales de la historia» (Marx, «El Times de Londres y lord Palmerston, New York Tribune, 21 de octubre de 1861).

La carta de Marx a Lincoln en nombre de la Internacional también afirmaba: «Mientras los trabajadores, el verdadero poder político del Norte, permitieron que la esclavitud profanase su propia república, mientras ante el negro, dominado y vendido sin su consentimiento, presumieron de que la mayor prerrogativa del trabajador de piel blanca era venderse y elegir su propio dueño, no fueron capaces de alcanzar la verdadera libertad del trabajo, ni de apoyar a sus hermanos europeos en su lucha por la emancipación, pero esta barrera al progreso ha sido barrida por el mar rojo de la guerra civil».

La respuesta pública de Lincoln a Marx

 

El 28 de enero de 1865, para sorpresa y deleite de Marx y de otros miembros de la Internacional, la Embajada de los EE.UU. emitió una respuesta pública del Embajador Adams a la Internacional. En una carta a Engels del 10 de febrero, un satisfecho Marx le hace notar que Lincoln había elegido dirigir su importante respuesta no a los liberales británicos que le adulaban, sino a la clase obrera y a los socialistas: «El hecho de que Lincoln nos contestase con tanta cortesía y que a la «Sociedad por la Emancipación Burguesa” lo hiciera de manera tan brusca y puramente formal indignó al The Daily News de tal manera que no ha impreso la que nos había dirigido … La diferencia entre las respuesta de Lincoln a nosotros y la burguesía ha provocado tal sensación aquí que los “clubs” del West End mueven incrédulos la cabeza. Puede comprender lo gratificante que ha sido para nuestra gente».

Aunque la respuesta a la Internacional fue firmado por el embajador Adams, dejo muy claro que Lincoln había leído su carta y que Adams estaba hablando en su nombre y no sólo en el suyo: «Me han instruido informarle que el Discurso inaugural del Consejo Central de la Asociación, fue debidamente transmitida a través de esta Legación al Presidente de los Estados Unidos, y este la ha recibido».

Teniendo en cuenta los acontecimientos de enero 1865 narrados en la película, cuando Lincoln estaba en medio de la recogida de votos para la Decimotercera Enmienda, es aún más notable que se tomase tiempo para redactar semejante respuesta. Y por una confluencia extraña y conmovedora de acontecimientos, la respuesta de Lincoln a la Internacional fuese hecha pública sólo tres días antes de que la Cámara de Representantes de EE.UU. superase los obstáculos de numerosos políticos racistas y votase, el 31 de enero, ratificar la Enmienda y enviarla a los estados para su ratificación final.

La respuesta de Lincoln también se refiere a nivel general a «los amigos de la humanidad y el progreso en todo el mundo» con quienes los EE.UU. contaban, una alusión a la forma en que las asambleas de los trabajadores británicos, que carecían de derecho al voto debido a los requisitos de propiedad, habían sido tan cruciales a la hora de impedir las maniobras británicas para intervenir a favor del Sur durante los primeros años de la guerra. Esta sugerencia es más evidente en la última frase, que afirma que el gobierno de EE.UU. fue capaz de «sacar nuevos ánimos para perseverar gracias al testimonio de los obreros de Europa de que esa actitud nacional se ve favorecida con su aprobación ilustrada y sus ardientes simpatías». Es difícil recordar otro momento en el que el gobierno de EE.UU. haya agradecido públicamente a la clase obrera internacional su apoyo, y mucho menos a una organización de los trabajadores dirigida por socialistas.

Las revoluciones inconclusas: 1860 y 1960

 

Este intercambio entre Marx y Lincoln ilustra dramática el hecho de que la Guerra Civil fue una segunda revolución americana, mucho más radical que la primera, en 1776. Fue sin duda una revolución burguesa y no socialista, pero la defensa de su ala izquierda -sin éxito finalmente– de la necesidad de una transformación fundamental de la propiedad de la tierra en el Sur apuntaba a algo aun más radical. Este carácter inconcluso de la revolución, que se detuvo en la emancipación política de los antiguos esclavos, y  que luego, después de 1876, incluso en gran parte quedó sin validez, es algo que todavía pesa sobre los Estados Unidos de América hasta nuestros días.

En un inquietante paralelismo, la revolución por los derechos civiles de las décadas de 1950 y 1960, que finalmente consiguieron sobre una base más permanente lo que se había establecido muy brevemente mediante las leyes y las enmiendas constitucionales de las décadas de 1860 y 1870, también se vio obligada por las circunstancias a parar antes de la emancipación política. Ello nos deja hoy con el resultado paradójico de que los EE.UU. tiene su primer presidente afro-americano, cuando al mismo tiempo más hombres y mujeres afroamericanos que nunca en su historia se consumen casi olvidados en el mundo deshumanizado de las prisiones y cárceles de Estados Unidos.

Y la película «Lincoln», que no trata de estos temas tampoco, está en muchos aspectos también sin terminar. Incluso en sus propios términos, viendo la historia desde un ángulo que destaca los acontecimientos protagonizados por la élite política en vez de por las masas que les presionaban, no lleva hasta el final sus propias implicaciones más radicales, como por ejemplo en su retrato del programa republicano radical de Stevens. Pero es un signo de los tiempos, de las transformaciones profundas de la sociedad y la cultura de Estados Unidos, que una película comercial de Hollywood revele incluso una parte de esta página de la historia revolucionaria, que, como señaló Marx, tuvo efectos «en todo el mundo».

Kevin Andersones profesor de sociología y ciencias políticas en la UCLA y autor de Marx at the Margins: On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies (University of Chicago Press, 2010).

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