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Familias sin matrimonio

Antonio Manuel| Ella fue madre soltera con 14 años. Ahora tiene 80 y hace media vida que la comparte con su hermana en un tercero sin ascensor. Murió ayer. Al entierro acudió su hijo que llevaba la otra media sin verla. Tras el funeral, se acercó a su tía y le dijo: «Vete de casa porque es mía». En el segundo vive una pareja de divorciados que decidieron no volver a casarse. Sin matrimonio no se corre el riesgo del divorcio. Eso dicen. Cada uno tiene un hijo de su anterior pareja. Esta semana cumplen diez años de convivencia. Y han roto. La casa era de ella. Pero entre los dos habían pagado la hipoteca, los muebles y los gastos que conlleva la rutina diaria. En la planta de abajo vive un hombre con dos mujeres. Todos dicen que no son de aquí pero nadie se atrevería a confesarlo en juicio. Al parecer, las dos están casadas por el rito musulmán pero sólo el matrimonio con la más joven está inscrito en el registro civil. La mayor teme por su vida para cuando él muera. Es madre de tres hijos. En el ático vive una pareja de chicas. Comenzaron compartiendo piso durante la carrera y juraron amarse por encima de las leyes de los hombres. Y así fue hasta que una de ellas descubrió su bisexualidad en una fiesta. Discutieron. Una cosa es compartir el sexo y otra la propiedad. Ahora se hablan a través de un abogado.
 

Ninguno de estos supuestos está regulado en nuestro Derecho común. Decía Unamuno que el Código Civil habla de matrimonio, no de amor. Y no es justo que así sea. Cuando menos debería hablar de convivencia y no encorsetarla en una institución que sigue siendo estrecha, a pesar de la reciente y afortuinada sentencia del Tribunal Constitucional que legitima el matrimonio igualitario. Hay más familias fuera. Y no son marginales, sino marginadas por el sistema. Unas son parejas de hecho, del mismo o diferente sexo. Otras, consecuencia de bigamias consentidas. Existen matrimonios no reconocidos por nuestras leyes que generan convivencias estables con descendencia. Y las hay sin amor de pareja que forman uniones de ayuda mutua entre familiares o amigos. Todas son situaciones convivenciales que necesitan ser reguladas, especialmente cuando se fracturan. Algunas Comunidades Autónomas con competencias civiles ya lo han hecho. Andalucía (porque no puede) y el Estado (porque no quiere), no. Y esta diferencia de trato provoca una indefensión intolerable para la parte más débil, como regla, mujeres, mayores y menores.

El matrimonio es un modelo familiar, no el único. Quienes acceden a él, se someten a su disciplina jurídica y se benefician de la presunción de convivencia. Podría morir uno de los cónyuges al día siguiente de la boda, y el otro ya recibiría el tratamiento civil correspondiente a la viudez. En la herencia, por ejemplo. Abrir esta puerta a las parejas del mismo sexo, soluciona una parte del problema. Pero siguen desamparadas las demás uniones que comparten el mismo fundamento material que el matrimonio: no el amor, sino la convivencia estable. Probarla fehacientemente debería bastar para que donde existe igualdad de razón, se reconozca igualdad de derechos.

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