Portada / Está Pasando / Fragmentos de un discurso amoroso
Este año se cumplen treinta de que una furgoneta acabara con la vida de Roland Barthes en Paris.Traemos aqui algunos fragmentos de un texto suyo tan intenso y severo que conmueve al descubrirnos . Fragmentos de un discurso amoroso

Fragmentos de un discurso amoroso

michals

 

Roland Barthes

Lo obsceno del amor

OBSCENO. Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.

[…]

Di con un intelectual enamorado: para él, “asumir” (no reprimir) la extrema tontería, la tontería desnuda de su discurso, es lo mismo que para el sujeto batailleano desnudarse en un lugar público: es la forma necesaria de lo imposible y lo soberano: una abyección tal que ningún otro discurso de la transgresión puede recuperarla y que se expone sin protección al moralismo de la antimoral. De ahí que juzgue a sus contemporáneos como otros tantos inocentes: lo son los que censuran la sentimentalidad amorosa en nombre de una nueva moral: “El sello distintivo de las almas modernas no es la mentira sino la inocencia, encarnada en el moralismo falso. Hacer en todas partes el descubrimiento de esta inocencia –es tal vez el aspecto más repulsivo de nuestro trabajo.” (NIETZSCHE, La généalogie de la morale, 208).

[…]

En la vida amorosa, la trama de los incidentes es de una increíble futilidad, y esta futilidad, unida a la mayor formalidad, es sin duda inconveniente. Cuando imagino suicidarme por una llamada telefónica que no llega, se produce una obscenidad tan grande como cuando, en Sade, el papa sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad sentimental es menos extraña, y eso es lo que la hace más abyecta; nada puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro adopta un aire ausente, mientras existen todavía tantos hombres en el mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan duramente por su liberación, etc. «.

La carga moral decidida por la sociedad para todas las transgresiones golpea todavía más hoy la pasión que el sexo. Todo el mundo comprenderá que X… tenga “enormes problemas” con su sexualidad; pero nadie se interesará en los que Y… pueda tener con su sentimentalidad: el amor es obsceno en que precisamente pone los sentimental en el lugar de lo sexual. Ese “viejo nene sentimental” (Fourier) que moriría bruscamente en estado amoroso, parecería tan obsceno como el presidente Félix Faure atacado de congestión al lado de su amante. (Nous deux –la revista- es más obscena que Sade.)

La dedicatoria

DEDICATORIA. Episodio de lenguaje que acompaña todo regalo amoroso, real o proyectado, y, más generalmente, todo gesto, efectivo o interior, por el cual el sujeto dedica alguna cosa al ser amado.

El regalo amoroso se busca, se elige y se compra dentro de la mayor excitación – excitación tal que parece ser del orden del goce. Calculo activamente si ese objeto complacerá, si no decepcionará, o si, por el contrario, pareciendo demasiado importante, no denunciará por sí mismo el delirio –o el embaucamiento en el que estoy aprisionado. El regalo amoroso es solemne; arrastrado por la metonimia voraz que regula la vida imaginaria, me transporto por entero en él. A través de ese objeto te doy mi Todo, te toco con mi falo; es por eso que estoy loco de excitación, que recorro las tiendas, que me obstino en encontrar el buen fetiche, el fetiche brillante, logrado, que se adaptará perfectamente a tu deseo.

El regalo es caricia, sensualidad: vas a tocar lo que he tocado, una tercera piel nos une. Regalo a X… una pañoleta y la lleva puesta: X… me regala el hecho de llevarla; y, por otra parte, así es como, ingenuamente, lo concibe y lo dice. A contrario: toda moral de la pureza requiere que el regalo sea desenvuelto por la mano que lo da o que lo recibe: en la ordenación budista los objetos personales, las tres vestiduras, se le ofrecen al bonzo sobre angarillas; el bonzo las acepta tocándolas con un bastón, no con la mano; así, en el futuro, todo lo que sea donado –y de lo que ha de vivir- será dispuesto sobre una tabla, en el suelo o sobre un abanico.

[…]

Es un argumento típico de la “escena” actuarle al otro lo que se le da (tiempo, energía, dinero, ingenio, otras relaciones, etc.); puesto que ello es provocar la réplica que hace funcionar toda escena: ¡Y yo! ¡y yo! ¡qué es lo que no te doy! El regalo revela entonces la prueba de fuerza de la que es instrumento: “Te daré más de lo que me das y así te dominaré” (en los grandes potlatchs amerindios se llegaba así a incendiar, a degollar esclavos).

“¡Adorable!”

[…]

Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo.
Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo Único, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa; una es universal, la otra específica. Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente) ¿Es todo él lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, qué accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechón, una manera de mover los dedos al hablar, al fumar? De todos esos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables. Adorable quiere decir: éste es mi deseo, en tanto que es único: “¡Es eso! ¡Es exactamente eso (lo que yo amo)!” Sin embargo, cuanto más experimento la especificidad de mi deseo menos la puedo nombrar; a la precisión del enfoque corresponde un temblor del nombre; la propiedad del deseo no puede producir sino una impropiedad del enunciado. De este fracaso del lenguaje no queda más que un rastro: la palabra “adorable” (la correcta traducción de “adorable” sería ipse latino: es él, es precisamente él en persona).

[…]

La carta de amor

Como deseo, la carta de amor espera su respuesta; obliga implícitamente al otro a responder, a falta de lo cual su imagen se altera, se vuelve otra. Es lo que explica con autoridad el joven Freud a su novia: “No quiero sin embargo que mis cartas queden siempre sin respuesta, y dejaría de inmediato de escribirte si no me respondes. Perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro cuando nos encontramos de nuevo y hallamos cosas diferentes a las que, sin asegurarnos de ello, habíamos imaginado.”
(Aquel que aceptara las “injusticias” de la comunicación, que continuara hablando ligeramente, tiernamente, sin que se le responda, adquiriría una gran maestría: la de la Madre.)

Lo intratable

Hay dos afirmaciones del amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, hay afirmación inmediata (psicológicamente: deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno; soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz) digo sí a todo (cegándome). Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, el valor amoroso es incesantemente amenazado de depreciación: es el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De este túnel, sin embargo, puedo salir; puedo “superar”, sin liquidar; lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición. Digo al otro (viejo o nuevo): Recomencemos.

Átopos

ÁTOPOS. El ser amado es reconocido por el sujeto amoroso como “átopos” (calificación dada a Sócrates por sus interlocutores), es decir como inclasificable, de una originalidad incesantemente imprevisible.

La atopía de Sócrates está ligada al Eros (Sócrates es cortejado por Alcibíades) y al Pez torpedo (Sócrates electriza y adormece a Menón). Es átopos el otro que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto que es precisamente el Único, la Imagen singular que ha venido milagrosamente a responder a la especificidad de mi deseo. Es la figura de mi verdad; no puede ser tomado a partir de ningún estereotipo (que es la verdad de los otros).

Sin embargo, amé o amaré muchas veces en mi vida. ¿Ocurre pues que mi deseo, por especial que sea, se aferra a un tipo? ¿Mi deseo es por lo tanto inclasificable? ¿Hay, entre todos los seres que amé, un rasgo común, uno solo, por tenue que sea (una nariz, una piel, un aire), que me permita decir: ¡he aquí mi tipo! “Es totalmente mi tipo”, “No es del todo mi tipo”: palabra de conquistador: el enamorado no es en realidad sino un conquistador más difícil, que busca toda la vida “su tipo”? ¿En qué rincón del cuerpo adversario debo leer mi verdad?

[…]

Frente a la originalidad brillante del otro no me siento jamás átopos, sino más bien clasificado (como un expediente muy conocido). A veces, sin embargo, llego a suspender el juego de las imágenes desiguales (“¡Que no pueda yo ser tan original, tan fuerte como el otro!”); intuyo que el verdadero lugar de la originalidad no es ni el otro ni yo, sino nuestra propia relación. Es la originalidad de la relación lo que es preciso conquistar. La mayor parte de las heridas me vienen del estereotipo: estoy obligado a hacerme el enamorado, como todo el mundo: a estar celoso, abandonado, frustrado, como todo el mundo. Pero cuando la relación es original, el estereotipo es conmovido, rebasado, eliminado, y los celos, por ejemplo, no tienen ya espacio en esa relación sin lugar, sin topos, sin “plano” – sin discurso.

Los celos


Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería; sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario.

Un comentario

  1. Hace ya tanto tiempo… leía estos fragmentos mientras mi cuerpo se desdibujaba entre las sensaciones del pensar, del oír… ¿Cómo fuimos —entonces— simples presas del amor? ¿Qué extrañas sensaciones nos embargaron, cuando fuimos secuestrados por esa violencia que no nos dejaba la posibilidad de escapar? Al viento, sí, al viento se desparraman una simples palabras que alcanzarán, tal vez, insha Allah, alguna otra orilla…

    Hashim

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *