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La reforma agraria del siglo XXI tiene que ser verde

Reforma-agraria-verdeEntrevista a Manuel González de Molina (Presidente de la Sociedad Española de Historia Agraria) *

La sostenibilidad del planeta está en cuestión. ¿Qué peso tiene la forma actual de producir alimentos en este problema?

La manera en que producimos alimentos, los distribuimos y los comemos es una de las principales causas de insustentabilidad en el mundo. Los primeros responsables somos los países desarrollados debido al alto coste energético y fuerte impacto ambiental que tiene nuestro sistema agroalimentario. Más del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero tienen su origen en la agricultura, la ganadería y en los cambios de uso del suelo agrario. El consumo de energía primaria del sistema agroalimentario español suponía en 2010 casi una tercera parte del consumo total de energía en nuestro país. Casi el 80% del agua dulce del planeta se invierte en la producción agraria, especialmente en las tierras irrigadas. En Andalucía, por ejemplo, perdemos suelo fértil debido a la manera en que manejamos nuestros olivares, con tasas superiores a las 10 toneladas por hectárea y año. Y así podríamos seguir enumerando impactos ambientales que disminuyen la capacidad futura de nuestros sistemas agrarios de proveer alimentos, materias primas y servicios ambientales

-¿Cuáles son los principales cambios que se tienen que dar en la agricultura mundial para contribuir a la mejora de esta crisis?

La primera prioridad debería ser erradicar el hambre, la desnutrición y elevar los ingresos de los agricultores, sobre todo en los países con mayor índice de pobreza, reduciendo al mismo tiempo los daños ambientales. Ello sólo es posible, según ha recomendado la FAO, mediante la generalización de formas de manejo sustentable de los agroecosistemas. Hay consenso científico y político en que con métodos agroecológicos se puede incrementar sensiblemente la producción y los rendimientos, combinando nuevas tecnologías y el conocimiento y los recursos locales.

-Y acercándonos a nuestras formas de producción de alimentos ¿cuáles serían las recetas para una agricultura más sostenible?

Dependen obviamente de cada país, pero en general podríamos decir que un sistema agroalimentario sostenible debería sentarse en al menos tres grandes cambios: un cambio hacia la agricultura ecológica con criterios agroecológicos; una reorientación parcial de la producción hacia mercados locales y de proximidad, reduciéndola la enorme factura energética de nuestro sistema agroalimentario; y la promoción de una dieta saludable, que contenga menos carne y derivados lácteos; precisamente la dieta mediterránea, la que hemos practicado hasta los años setenta del siglo pasado y que ahora la OMS define como una de las dietas más saludables del mundo.

-¿Se trata de incrementar hectáreas de producción ecológica o eso es insuficiente?

Evidentemente la agricultura ecológica debe ampliar su base territorial. De hecho ya ocupa casi un millón de hectáreas en nuestra comunidad autónoma y debería aumentar mucho más, especialmente entre las producciones más intensivas, responsables del grueso de la oferta alimentaria. No hay impedimentos técnicos de envergadura para reconvertir la producción convencional, sólo existen impedimentos institucionales y de mercado para ello, que obviamente se pueden superar con políticas públicas adecuadas. Pero esto será insuficiente si la única salida de la producción ecológica siguen siendo los mercados centroeuropeos y si no cambian los hábitos alimentarios de la gente.

-Usted ha dicho que “la manera en la que nos alimentamos los españoles es muy costosa en términos ambientales”. ¿Qué tenemos que cambiar?

Podríamos utilizar cuatro reglas sencillas para practicar un consumo alimentario responsable, que tendría un impacto benéfico tanto sobre nuestros agroecosistemas como sobre nuestros agricultores: consumir productos provenientes de agricultura ecológica; consumir preferentemente productos andaluces y, a ser posible, producidos lo más cerca de nuestros hogares; consumir menos carne y derivados lácteos, beneficiando con ello nuestra salud y dejando con ello más alimentos disponibles en los países pobres para erradicar la desnutrición y el hambre; y, finalmente, consumir productos que sean de temporada y que, por tanto, no requieran grandes cantidades de energía para ser transportados y conservados.

-¿Son los canales cortos de distribución de los alimentos –que defienden muchos agricultores- una pieza de ese cambio? ¿Y como se puede lograr que se hagan realidad en una economía tan globalizada?

Frente a los canales largos, cuyo control escapa de los agricultores y cuyos precios son poco remuneradores, los canales cortos facilitan el acceso de la población a productos de calidad, cultivados localmente, y a precios razonables, remunerando mejor a los agricultores. Producen, además, beneficios ambientales y sociales y constituyen un motor muy relevante de desarrollo rural.

-¿Hay que volver a formas agrarias tradicionales o hay que ir a una agricultura de precisión?

Lo que hay es que ir hacia un tipo de innovación tecnológica que sea barata y que pueda ser utilizada fácilmente por los agricultores. Estoy en contra de tecnologías costosas que aumenten los gastos intermedios, deprimiendo aún más la renta de los agricultores. En la agricultura tradicional es posible encontrar soluciones tecnológicas a problemas que debe enfrentar la agricultura del futuro, precisamente porque la agricultura tradicional producía sin fertilizantes químicos de síntesis ni fitosanitarios. Muchas de esas soluciones pueden ser reutilizadas hoy, evidentemente que recreadas bajo condiciones tecnológicas nuevas.

-En la polémica de los transgénicos ¿está usted a favor o en contra? ¿Por qué?

Estoy en contra, no por principio, sino porque la liberación en campo con fines comerciales de organismos modificados genéticamente puede tener consecuencias imprevistas. La legislación española, que es la más permisiva de Europa, no tiene en cuenta ninguno de los efectos que puede provocar, por ejemplo, sobre las malezas, sobre los insectos-plaga, sobre otros cultivos de la misma especie, sobre los agricultores que van a adquirir una dependencia de las casas comerciales que suministran las semillas difícil de eliminar, etc. Si no sabemos cuáles pueden ser su impacto, en este asunto debería primar el principio de precaución. No hay consenso en la comunidad científica respecto a sus efectos y por tanto debería prohibirse su uso comercial hasta que se demuestre su inocuidad.

-Desde la perspectiva de un historiador y un político ¿cuál es la reforma agraria que necesita Andalucía?

Indudablemente, Andalucía sigue necesitando una reforma agraria. La tierra sigue siendo el soporte esencial de la actividad agraria. El continuado deterioro de la renta se viene compensando parcialmente mediante subvenciones y éstas están vinculadas a la propiedad. Su pésima distribución es responsable de que un flujo muy importante de recursos públicos vaya a parar a un puñado de propietarios, desvirtuando el carácter compensatorio de las ayudas comunitarias. La consideración de la tierra como un activo inmobiliario, y las consecuentes posibilidades de especular con él, han encarecido su precio y obstaculizado el acceso de los agricultores a una explotación de dimensiones económica y ambientalmente viables. Por eso hemos de seguir hablando de la cuestión agraria como redistribución de la propiedad, haciéndola accesible a los agricultores profesionales, especialmente a las explotaciones familiares, y a los jóvenes que quieran serlo.

Ahora bien, el contexto productivo es hoy muy distinto al de 1932 o al de 1984, fechas en las que se implementaron medidas de reforma agraria en Andalucía. Tan importante es hoy garantizar el acceso a la propiedad de la tierra como el uso que se le dé, es decir cómo y con qué medios se trabaja y dónde y cómo se comercializan los productos que proporciona. La reforma agraria del siglo XXI no puede limitarse a redistribuir la tierra agrícola en manos de grandes propietarios. Además de ello, es imprescindible producir de manera sostenible, es decir sin deteriorar la base de nuestros recursos naturales (agua, suelo, biodiversidad, salubridad de los alimentos, etc.). La reforma del siglo XXI tiene que ser, pues, una reforma agraria verde.

(*) Publicada en los diarios del grupo Joly

Entrevista Glez de Molina-2

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