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La reinvención del espacio andalucista en esta nueva época: el ecoandalucismo (2)

Rafa Rodríguez

Andalucía es un ámbito de convivencia que se sustenta en tres bases:

  1. Somos una formación social diferenciada y en un proceso de cambio acelerado (hemos pasado en poco tiempo de ser una sociedad agraria a ser una sociedad urbana y de servicios con escasa base industrial), con una cultura propia y singular que se manifiesta sobre todo en formas de convivencia amables, directas y abiertas, aunque lastradas por los altos niveles de paro y pobreza que nos sitúa muy por debajo de nuestras posibilidades reales porque estamos en una posición de desigualdad en contraste con nuestras capacidades y potencialidades (diferencial de paro, industria, tecnología, pobreza, precariedad, etc.).
  2. Somos un sujeto constitucional dotado de autonomía pero dentro de una estructura estatal no federal. La actual estructura territorial del Estado lejos de acercar a los territorios está acentuando la desigualdad territorial, entre otros factores, a causa de la ausencia en el Estado de instituciones de articulación federal. Esta carencia ha convertido a las Comunidades Autónomas en compartimentos estancos, y, paradójicamente ha otorgado una gran autonomía al Estado central, lo que se ha traducido en la ausencia de incentivos para poner en marcha políticas estatales reales de cohesión territorial.
  3. Tenemos un sentimiento de pertenencia del que nos sentimos orgullosos y que genera un entorno de solidaridad sobre la base de intereses comunes ligados a valores universales, ya que no se construye frente a nadie sino en cooperación con los demás.

Sobre estos vectores, cultural, social, económico, institucional y comunitario, tenemos el proyecto de construir políticamente el pueblo andaluz como sujeto del espacio político andalucista para un proyecto democrático de emancipación.

El andalucismo histórico construyó un proyecto, en torno al liderazgo de Blas Infante, de identificación histórica y cultural y de lucha por la autonomía política, que frustró el golpe de estado fascista, que también asesinó a Blas Infante.

Durante la transición, por vez primera hubo un partido político andalucista (el PSA, luego transformado en PA) que fue determinante para conquistar una autonomía de primera al plantear el objetivo de la vía del 151, sobre las bases políticas y simbólicas del andalucismo histórico.

Sobre estos dos impulsos ganamos el autogobierno. El PA desapareció porque fue incapaz de renovar la funcionalidad del espacio político andalucista y además mantuvo una enorme ambigüedad sobre su adscripción al bloque social progresista.

Hoy vivimos en una nueva época, la época de la crisis de la globalización, caracterizada por la aceleración del cambio tecnológico, la concentración del capital global y la ausencia de proyecto reformista, la destrucción ambiental, la desigualdad y la violencia de género, la precarización del trabajo, la desigualdad territorial, los masivos movimientos migratorios y el avance del neofascismo sobre la base del miedo, el nacionalismo excluyente, el antifeminismo, el negacionismo y la xenofobia.

En este contexto, los resultados de las elecciones andaluzas del 2D 2018, el posterior pacto de la vergüenza entre las derechas (PP y Ciudadanos) con Vox, la elección de Moreno como nuevo presidente de la Junta de Andalucía y el gobierno de coalición PP – Ciudadanos, ha puesto fin a un ciclo, determinado por los gobiernos del PSOE en la Junta y ha supuesto un nuevo tiempo caracterizado por la incertidumbre sobre nuestro futuro por la situación de emergencia democrática en la que hemos entrado.

Hoy, Andalucía, necesita un nuevo proyecto político para vencer al gobierno del tripartito, conquistar la igualdad y retomar su papel protagonista en la reestructuración del poder territorial en España, para afrontar los grandes retos de la crisis de la globalización. Este proyecto político necesita la reinvención del espacio andalucista adaptado a las nuevas necesidades que tiene Andalucía en esta nueva época y como condición necesaria activar la conciencia de pueblo que, como cualquier sujeto político colectivo, no es una realidad dada sino una construcción en el imaginario colectivo para una funcionalidad política. Un pueblo que se inserta en el bloque social progresista y que es portador de una nueva cultura política, radicalmente democrática y universalista, solidaria, igualitaria, feminista y ecologista.

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