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Los tres millones de Franco

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Gonzalo Domínguez.Público.11/09/2011.La dictadura franquista ha sido, sin lugar a dudas, la más brutal de las dictaduras en la Europa Occidental con la excepción de la Alemania nazi». Esta sentencia es el punto de partida que utilizan Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco, historiadores vinculados a la Universidad Complutense, para analizar el uso de la represión en el franquismo como elemento para mantener sometida a la sociedad española.

Durante su estudio (La obra del miedo. Violencia y sociedad en la España franquista. 1936-1950, editorial Península) analizan cada uno de los mecanismos de represión utilizados por el régimen, así como la parálisis social que permitió al franquismo languidecer en el poder durante 40 años. El miedo atenazó a los españoles y evitó, aún antes de ocurrir, cualquier movimiento contrario que pudiera producirse.

«La dictadura franquista ha sido la más brutal de las de Europa Occidental con la excepción nazi»

Franco, inspirado por los totalitarismos europeos, era perfectamente consciente de la necesidad de imponer una represión que terminara con cualquier tipo de posible reacción contra el nuevo Estado que surgía de la guerra. En 1938 confesó a la prensa británica tener fichas de dos millones de enemigos a los que castigar. Esa cifra se elevó a tres millones, según el estudio, en 1944: «Una escalofriante cifra reunida por la Oficina de Investigación y Propaganda que reunía un fichero personal donde se recogían nombres y apellidos, afiliación política y otras referencias».

El proceso de represión comenzó durante la propia Guerra Civil. En el transcurso del conflicto, el Ejército sublevado organizó con disciplina y estructura militar a todos aquellos simpatizantes civiles que se adscribieron al movimiento. Integrados unos y otros, comenzó un proceso de represión perfectamente organizado e inspirado por la orden del general Mola al comienzo de la guerra: «Debemos eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros». Totalizados los mandos y con la lista elaborada por la Oficina de Investigación, los autores rechazan la idea de las «sacas» y los «paseos», en tanto en cuanto ofrecen una sensación de descontrol que no era tal. Tenían los nombres y sabían que debían establecer una represión sistemática.

La ola de violencia que recorrió la España dominada por los rebeldes se corresponde con una estrategia perfectamente determinada. Los autores rechazan así de plano la posibilidad de que esa oleada fuera espontánea y autónoma.

El contraste con la violencia política republicana sólo es una excusa franquista

Metodología de trabajo

Los autores se oponen a acercarse a un tema tan espinoso como este utilizando el contraste con la represión política en el bando republicano. Este método de trabajo, «utilizado por historiadores franquistas y neofranquistas, en un discurso originado durante la dictadura y asumido durante la Transición» y tiene para los historiadores un origen político interesado. El estudio sobre la violencia no requiere una acumulación de hechos, sino que tiene un mayor calado historiográfico.

Siempre según los autores, argumentos del tipo «el infierno somos nosotros», tan sólo son juicios de valor carentes de calado analítico.Este tipo de comparaciones han sido impulsadas por los historiadores tamizados de ideología franquista que intentan justificar una brutalidad con otra superior, siempre en un marco de guerra o preguerra. De este modo se justifica el genocidio sistematizado. Eludir ese marco conceptual se convirtió en uno de los principales objetivos de Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco, que buscaron hacer un estudio historiográfico serio y analítico.

Uno de los elementos más curiosos en el proceso de investigación que se plasma en el libro es el de recurrir a la microhistoria para, a partir de casos particulares, llegar a conclusiones globales. El análisis de casos particulares confiere al estudio una solidez estructural cuya réplica se antoja imposible. El estudio de casos civiles también permite a los historiadores acercarse a una realidad incómoda: en un paralelismo con la historia europea, algo que parece necesario cada vez que se trata la Guerra Civil, observan la tardanza del pueblo francés en percibir la participación activa de numerosos ciudadanos en el Gobierno de Petain y en la Francia ocupada. Del mismo modo, la sociedad española debe afrontar que en ese exterminio político generalizado tomaron parte no solamente los personajes oscuros como Queipo de Llano, sino ciudadanos normales, ciudadanos que participaron en juicios sumarísimos y ejecuciones en masa que asolaron España haciendo germinar el miedo ante una reac-ción antifranquista.

Con la semilla del temor sembrada durante los tres años de enfrentamiento bélico, Franco consolidó hasta 1948 esa aprensión impulsando una represión continuada. La pervivencia legal del estado de guerra permitió a Franco juzgar a todos aquellos que se manifestaran contra el régimen a formarles consejo de guerra. Esta represión fue una de las principales armas que esgrimió Franco para infundir el miedo paralizante entre los españoles.

Durante la guerra, el Ejército sublevado mostró siempre un interés casi obsesivo por hacerse con el control de las instituciones que garantizan al estado el monopolio de la fuerza. Así, ni tan siquiera una vez terminada la contienda tuvo problemas en instaurar un control policial sobre la sociedad civil. La situación de control sobre la sociedad fue otro arma paralizante jugada con extraordinaria eficacia.

Uno de los más llamativos y espeluznantes castigos estudiados en el libro de Gómez y Marco es el de la esclavitud. La necesidad de mano de obra fue vendida por la propaganda franquista como «una posibilidad de redención». Cientos de miles de prisioneros fueron orientados hacia el trabajo forzoso apuntalando la tenaza del miedo entre los españoles.

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