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Magna mariolatría

Juan Antonio Aguilera Mochón | El 18 de mayo se celebró en Granada la llamada “Magna Mariana”, multitudinario festival religioso en el que se juntaron 33 ‘Vírgenes’, todas ellas consideradas “madres de Jesucristo”, pero con diversos nombres: de las Angustias, de la Victoria, de la Antigua, etc.

Virgenes

¿Qué significados tiene este acontecimiento, qué representan esas ‘Vírgenes’? Aquí quiero sólo ofrecer algunas pistas.

Lo más llamativo y chocante es que, siendo representaciones de la misma mujer, no sólo reciban nombres diferentes, sino que popularmente se consideren, de hecho, como “personas” distintas. Los devotos de la Macarena la ven como una mujer diferente, y más guapa, que la Esperanza de Triana, mientras que para los rocieros no hay comparación con la suya… No hace falta insistir en el sinsentido de estas percepciones, y no han faltado quienes señalen la raíz pagana de estas adoraciones, teóricamente rechazadas por la Iglesia católica, que sólo reconoce para la Virgen la veneración conocida como “hiperdulía” (la “dulía” corresponde a los santos), pero que, de hecho, acepta y fomenta estas desmedidas manifestaciones marianas. De hecho, el fervor católico popular sería mucho menor sin la mariolatría, pues conmueve a muchos la idea de una “madre” amorosa capaz de protegerlos mediante la realización de milagros (resulta secundario que se diga que quien realmente los ejecuta es Dios). Y el tener una “madre común” constituye un elemento de cohesión formidable, que da cuenta del tribalismo mariano que se observa a distintos niveles (desde las ‘Vírgenes’ más o menos locales, hasta ‘la Virgen’ común).

En segundo lugar, hay que resaltar el que de esta especie de “diosa-madre” lo más relevante –reflejado en el nombre– no es que sea madre, sino que además sea ‘virgen’. Es un doble carácter imposible, absurdo, pero que, sorprendentemente, no sólo resulta creíble, sino que la contradicción precisamente se toma como manifestación de un poder divino. No entraré aquí en el carácter poco original de esta consideración, habida cuenta de los bien conocidos antecedentes paganos. Lo que quiero enfatizar es la potencia alienadora de ese mito. La Virgen se ofrece como modelo ideal, inalcanzable, de mujer. No se pretende con este modelo que todas las mujeres católicas (ni siquiera la mayoría) sean toda su vida vírgenes “de verdad”. Lo que se pretende que se imite es lo esencial y posible: además de la virginidad extramarital, el abandono del deseo sexual incluso en el matrimonio, y la sumisión. La consecución de ese objetivo la hemos vivido en España especialmente durante el franquismo: mujeres aún vivas, pero sobre todo madres, tías, abuelas… de los españoles actuales sufrieron una represión sexual atroz… a la vez (lógicamente, aunque con una lógica lamentable) que eran las mayores devotas de las Vírgenes. Esa represión fue brutal: la mujer que gozaba del sexo más de la cuenta (una cuenta paupérrima) era considerada ni más ni menos que una puta: en primer lugar, por sus propios maridos. Pero también por el resto de mujeres, y por esos espantosos seres granhermanianos: los curas confesores.

Creo que es hora, por eso, de desenmascarar la mariolatría, desvelando el carácter alienante, deshumanizante, y profundamente antifemenino, de la Virgen, de las Vírgenes. No sólo han servido para dañar la integridad sexual de las mujeres, también han perjudicado subsidiariamente a los hombres, y a las relaciones entre unas y otros. La mariolatría ha sido un arma eficaz y nada inocente en beneficio del machismo. Para ese desemascaramiento, no está mal comenzar por decir en voz alta lo que casi todos sabemos: que la virginidad de la Virgen es falsa. Afirmar esa virginidad como hecho real supone contradecir a la ciencia y a la razón de una manera radical. Como ocurre, por cierto, con la afirmación de la resurrección de Jesús, de la transubstaciación eucarística, y del resto de milagros.

No hace falta que diga que, evidentemente, cualquiera tiene derecho a creer (y a no creer) en las Vírgenes o en lo que quiera o pueda, y a manifestar estas creencias, y a asociarse en torno a ellas… Y el Estado debe proteger estos derechos. Lo que no debe el Estado es sostener, promover, favorecer… a creencia particular alguna, como ocurre en España, de manera desaforada, con las creencias católicas, y de hecho ha ocurrido con la Magna Mariana: a través del apoyo económico del Ayuntamiento y la Diputación de Granada, y de la presencia de autoridades civiles y militares en actos estrictamente religiosos. Pero lo peor, lo que me parece más intolerable por abusivo, es que se adoctrine a los niños en creencias no sólo falsas, sino perjudiciales para su desarrollo. Y es inadmisible que eso se haga incluso en la escuela pública: en la asignatura de religión, ahora tan reforzada.

Juan Antonio Aguilera Mochón es miembro de Granada Laica

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