Portada / Democracia / Mercado libre versus mercado natural

Mercado libre versus mercado natural

Free Market

AMT.
En post anteriores ya hemos discutido que el cambio que se tiene que hacer para llegar a una sociedad viable y sostenible es más social que técnico. Tenemos un sistema económico que conduce inevitablemente al despilfarro de recursos y al consumo sin límites, y aunque debemos hacer frente a una adaptación, a un descenso energético inevitable, para poder saber cuánta energía necesitamos de verdad debemos contar primero con un sistema económico que no nos lleve inevitablemente a una colisión con los límites del planeta. La regulación del mercado es, por tanto, aspecto clave en esta discusión, ya que en función de cómo orientemos los intercambios de bienes y servicios obtendremos un sistema inflacionario (o de crecimiento infinito como el actual, indeseable) o estacionario (en el que no hay crecimiento).

Estos tiempos revueltos, en los que de repente mucha gente en este otrora opulento Occidente se plantea cambiarlo todo en un intento inútil de volver a la «senda del crecimiento», son caldo de cultivo para que algunos actores interesados intenten vender una vez más viejas recetas. Por su facilidad de acceso a los medios de comunicación cabe destacar la multitud de voceros, surgidos del mundo de la economía, que repiten a machamartillo que la organización social ideal es la que viene dada por el libre mercado (atención: no sólo para las relaciones económicas, sino para casi todas las relaciones humanas). Desde las posiciones más suaves de los ordoliberales (que defienden un Estado que evite la formación de monopolios por ser considerados destructivos) hasta los más ultras austríacos (para los cuales prácticamente cualquier actuación del Estado y casi su mera existencia son un problema), el libre mercado es una pieza angular en sus construcciones. Pero, ¿qué es eso del libre mercado?

De acuerdo con la wikipedia, «Se puede definir el mercado libre como el sistema en el que el precio de los bienes o servicios es acordado por el consentimiento entre los vendedores y los consumidores, mediante las leyes de la oferta y la demanda. Requiere para su implementación de la existencia de la libre competencia, lo que a su vez requiere que entre los participantes de una transacción comercial no haya coerción, ni fraude, etc, o, más en general, que todas las transacciones sean voluntarias». Por supuesto hay infinidad de salvedades y disquisiciones que hacer aquí (en el artículo de la wikipedia encontrarán unas cuantas) pero para empezar la discusión ya tenemos bastante.

Desde el punto de vista de la mecánica estadística, un mercado con estas características, en el que todos los agentes son libres e iguales en su acceso, parece el paradigma de sistema autoorganizado. Los sistemas que se autoorganizan son frecuentes en la Naturaleza y son los que consiguen la mayor eficiencia bajo restricciones en la disponibilidad de recursos, porque entre otras cosas carecen de sistemas de supervisión centralizados, que son siempre costosos e ineficientes. Así pues todo parece indicar que el libre mercado es la forma ideal de organización y aquello a lo que debemos aspirar y defender.

Sin embargo, resulta fácil argumentar que nuestro sistema ni se parece ni se puede parecer nunca a esta idealización del libre mercado. Tomemos un ejemplo simple de un mercado natural autoorganizado: una comunidad rural, sin gran intercambio con el mundo exterior. En esta comunidad todos los agricultores comienzan con idéntica cantidad de tierras de semejante calidad e igual cantidad de grano. Durante años cultivan las tierras obteniendo rendimientos semejantes: grandes, los años de buenas cosechas, y magros, los años de malas. Un día, un agricultor más observador que los demás, una mente inquieta, un emprendedor, se da cuenta de que un sabio del pueblo es bastante bueno prediciendo como será la siguiente estación antes de la cosecha, si fría o cálida, si húmeda o seca. Decide arriesgarse y mientras todo el mundo planta maíz él planta trigo. La estación viene seca y fría, como decía el sabio, y su trigo medra bastante más que el maíz; el agricultor es capaz, gracias a su perspicacia, de copar una fracción mayor de lo habitual del mercado local con su grano. Así lo hace durante unas cuantas estaciones y su fortuna y patrimonio va creciendo en consonancia. Pero un año otros agricultores, alertados por su repetido éxito, empiezan a observar qué cultiva para imitar su elección, y ese año nuestro astuto agricultor no consigue sacar una mayor tajada de la cosecha, sino la misma que antaño, la que por mera proporción le corresponde. Para el año siguiente, nuestro emprendedor agricultor valla toda su propiedad, para que nadie vea lo que siembra y cómo lo cultiva, pero se da cuenta de que con eso no hay bastante: si los otros agricultores se dan cuenta de que consulta con el sabio meteorólogo, ellos también lo harán y perderá la ventaja competitiva. Así que nuestro singular protagonista decide hablar con el sabio: le dará una opulenta remuneración si le revela a él y sólo a él la predicción de la próxima estación. El sabio está atravesando una situación de penuria, su techo tiene goteras y se ha hundido en algunos sitios y a penas tiene para comer. Total, que firman un contrato para garantizar esta exclusividad durante los siguientes 20 años, con unas penalizaciones muy fuertes para cualquiera de las dos partes que incumpla; el sabio arregla su techo y compra comida mientras que nuestro emprendedor se frota las manos, satisfecho.

Al cabo de pocos años, nuestro agricultor produce tanto grano que puede bajar los precios y aún así aumentar su ganancia; de este modo poco a poco arruina a los otros agricultores, a los cuales compra sus tierras y les permite explotarlas, a cambio de un alquiler, usando su sistema. Algunos agricultores protestan diciendo que está abusando de los buenos consejos que le da el sabio y que no puede limitarles el acceso a su saber; él les responde que son libres de ir a consultar a sabios de pueblos vecinos. En realidad, después de decir esto nuestro amigo va corriendo a ver a todos los sabios de la comarca y se asegura de firmar contratos de exclusividad con todos ellos; ahora controla muchas tierras, incluso más allá de su pueblo, y se lo puede permitir. El emprendedor se codea ahora con la crema de la sociedad y no son raras sus comidas y convites con el alcalde, el juez, el cura, el comandante,…

Pero hete aquí que el resto de agricultores de la comarca se organizan, contratan un abogado y consiguen ponerle un pleito al emprendedor agrícola, por abuso de posición dominante y ocultación de información vital para la comunidad. Nuestro hombre está acorralado y no sabe bien qué hacer. Su amigo el juez le dice que se tranquilice: conoce un abogado muy bueno de la ciudad que le defenderá. El emprendedor se gasta su buen dinero, el picapleitos de la ciudad resulta ser una verdadera estrella y no sólo gana el juicio sino que consigue que se carguen las costas a la otra parte; el consorcio de agricultores se arruina con el desastre judicial y al poco tendrán que venderle sus tierras. Esa misma noche nuestro exitoso empresario agrícola celebra una gran fiesta en honor de su abogado, a la cual acuden el juez, el alcalde…

A partir de ahí todo va rodado. Algunas veces surgen querellas, por el acceso al agua, por el control del ganado (nuestro hombre es ahora un gran empresario agropecuario), pero el poder político y judicial se pone normalmente de su lado, ya que ahora da trabajo a media comarca y no pueden permitirse que sus explotaciones se detengan, so pena de hundir a la mitad de población en el paro y la miseria. En realidad, después de un pequeño revés en que la Administración no se puso de su lado, nuestro hombre aprendió que destinando un poco de dinero a tener contento al Alcalde y otros representantes de la Administración las cosas funcionan como un reloj, ya sin más contratiempos.

Lo que hemos descrito es un mercado que ha evolucionado de manera espontánea, pero no precisamente de manera ideal sino en la dirección de crear un oligopolio (en realidad monopolio en este ejemplo simple). Los más firmes defensores del libre mercado argumentarán que siempre puede surgir un pequeño agricultor que consiga hacer una innovación aún mejor que las del emprendedor que hemos comentado y arrebatarle una cuota de mercado importante; sin embargo, viendo la experiencia del mundo real está claro que esta posibilidad es pequeña y que además el agricultor dominante, en cuanto detecte la amenaza, usará su capacidad de influencia sobre el poder político y judicial para asfixiar al nuevo actor antes de que la competencia sea real. Y si no, fíjense: ¿cuantos grupos alimentarios controlan hoy el mercado en el mundo occidental? ¿cuántos holdings de productos de aseo creen que hay y qué cuota de mercado controlan? En cualquier actividad de producción masificada que quieran buscar verán que el 90% o más del mercado se lo reparten dos o tres grandes firmas. Así que el ejemplo simple que he puesto no es tan poco realista y representa bien lo que acaba pasando habitualmente en la práctica. En realidad, los liberales con corazón más humano reconocen que una de las funciones importantes del Estado es la de establecer leyes anti-monopolio y similares. Leyes por lo demás inútiles, porque una vez que esas corporaciones han crecido mucho manipulan al poder político con amenazas («me llevaré las fábricas, ya se lo explicarás a tus votantes») o con dinero («este sobre para tus gastos, ya sabes»).

Lo interesante de mi simple y simplista ejemplo es plantearse qué hubiera ocurrido si nuestro avispado agricultor hubiera sido un buen hombre y hubiera compartido su descubrimiento en pro de su comunidad. Entonces, toda la comunidad hubiera prosperado, se acabarían las hambrunas y habría seguramente suficientes excedentes como para que el sabio pudiera vivir decentemente, y también para la vieja viuda de la casa del río, y para la familia con siete retoños, etc. La comunidad sería más igualitaria y compartiendo su prosperidad con otras toda la región medraría, se abrirían centros de estudios para mejorar la comprensión del clima, del suelo, de los sistemas de regadío, se mejorarían las leyes, las herramientas, etc. A nadie se le escapa que esta utopía de prosperidad compartida es bastante menos creíble que el primer escenario en el que el que consigue la ventaja se aprovecha de ella, aunque se a costa de hundir en el fango a los demás. Tal comportamiento competitivo, propio de un depredador, es una muestra más de que aún estamos dominados por la parte reptiliana de nuestro córtex. En suma: no hemos evolucionado lo suficiente y no hemos conseguido ser una especie plenamente sensible y racional, para nuestra desgracia.

Una nota curiosa: verán que, una vez más, para ejemplificar los problemas de nuestro sistema económico y social echo mano de una sociedad rural, bastante diferente de nuestra sociedad urbanizada e hipertecnificada. Ello es así porque este tipo de sociedades representan situaciones más sencillas y permiten explicar ciertos conceptos de manera divulgativa, sin tener que recurrir a la jerga propia del léxico economista. Sin embargo, se tiene que ser cauto de no hacer demasiada extrapolación a partir de unos sistemas cuyas características no siempre se corresponden con las de nuestro sistema en realidad. Y lo comento porque observo que una buena parte de la teoría económica clásica se basa en ejemplos agropecuarios, lo cual es un tanto peligroso cuando de ella se hacen deducciones lógicas que se toman como válidas en general (por ejemplo, el principio de infinita sustitubilidad, según el cual el mercado siempre encuentra reemplazos eficaces para los bienes que se agotan). En particular, muchas de las premisas que dominan los fundamentos del paradigma económico dominante se basan implícitamente en sistemas como el agrario, cuyos bienes puede ser escasos pero son de naturaleza renovable, y encima asumiendo que las tasa de explotación nunca llegan a ser tan altas como para comprometer la capacidad de regeneración del sistema. Todo lo cual puede ser acertado para describir una pequeña comunidad en desarrollo, pero es mortalmente erróneo a la hora de describir nuestra sociedad, y es lo que lleva a aberraciones como construir un sistema basado en el crecimiento infinito (y que encima cuando lo criticas aún te lo discuten con porfía).

Un mercado sin ningún tipo de regulación no es un libre mercado sino un mercado natural. El mercado natural es autoorganizado, esto es cierto, pero en él surgen asimetrías que rompen la premisa básica del libre mercado (todo el mundo tiene igual acceso a él). Un mercado natural se asemeja mucho a un ecosistema, en el que se forma una pirámide o cadena trófica, con los grandes depredadores en el vértice superior y una amplia base de herbívoros en su parte inferior. Tal organización es robusta y puede mantenerse durante el tiempo; de hecho, las estructuras sociales que teníamos antes de la Revolución Industrial tienen cierta similitud con este tipo de organización piramidal. La extrapolación no es ni mucho menos perfecta, puesto que incluso la sociedad feudal es más compleja que el ejemplo tonto que hoy hemos discutido; pero hay ciertos rasgos en común. En particular, la escasa movilidad social: es muy difícil que surja del campesinado un nuevo señor que ascienda hasta la cúpula. Fíjense que digo difícil, no imposible; un pequeño porcentaje lo conseguirá, y por cierto que ese 6% de movilidad social que hay hoy en los EE.UU. es lo que luego se publicita a bombo y platillo como si la excepción fuese la norma.

El libre mercado para el intercambio de bienes sería, probablemente, una buena forma de organización económica. Lo que sucede es que es un ideal inalcanzable, una quimera que puede verificar todas las maravillosas propiedades que uno quiera en su imposibilidad. Por otro lado, el mercado natural sí que es una manera realista y real de organización, no sólo económica. El mercado natural, con su organización piramidal, es, de manera obvia, una manera no igualitaria e injusta de organizarse. Es estable porque se resiste a los cambios, porque no permite una estructura más homogénea y a quien se rebela lo aplasta o lo absorbe como un nuevo señor, integrado en el sistema. Cuando los grandes gurús económicos pontifican desde sus tribunas que lo que necesitamos es más libre mercado y menos regulación del Estado, no se confundan, no están reclamando el libre mercado -por más que ellos digan- sino el mercado natural. Éso es lo que se defiende.

Todo lo hasta aquí discutido es cosa conocida de viejo, de hace muchas décadas, y debatido en una extensa literatura económica, aunque por algún motivo periódicamente se tiene tendencia a ignorar todo este conocimiento. Si quieren saber más sobre el comportamiento del mercado y sus problemas, hay una lista larga de fallos del mercado tratados de manera amena y divulgativa en el blog de mi hermano mayor, Acorazado Aurora (los posts en concreto forman la serie «Citizen K», pongan esas palabras en el buscador)

Sé que con este ensayo no me ganaré amigos precisamente. Algunos reaccionarán furibundamente al leerlo, y es posible que escriban largas notas para poner de manifiesto «mi gran ignorancia de conceptos económicos básicos», «la tergiversación de verdades económicas consolidadas» y toda suerte de hipérboles y figuras retóricas que apuntalarán (en el mejor de los casos) con estadísticas sesgadas del tipo «En EE.UU. de las 100 primeras fortunas de 1.900 sólo sobreviven 3 en 2.000, fruto de una gran movilidad social», cuando si uno rasca un poco se entera de que los apellidos han cambiado, pero el linaje familiar de la mayoría de esas 100 primeras fortunas continúa (sólo perturbado por la emergencia de unos pocos nuevos magnates, como Bill Gates). Fíjense en algunos de los más furiosos detractores, de los que más eco social tienen ¿Representan al pueblo o al poder económico? Ricos ropajes, viajes en primera, lujosos restaurantes…

Publicado en: http://crashoil.blogspot.com.es/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *