Una de los personajes claves en la historia moderna europea fue el mediocre y ovejuno Mariscal Grouchy. Alcanzó su rango castrense a fuerza de sobrevivir mientras sus homólogos morían en el frente. Eso sí, obedeciendo. Acatando escrupulosamente las órdenes de su superior. Stefan Zweig lo retrató así: “No es un furibundo guerrero, vehemente y temerario como Murat, ni un estratega como Saint-Cyr o Berthier. Ni un héroe como Ney”. Era gris. Del color invisible con el que pintan las paredes de las salas expositivas para no confundir al espectador. El 17 de junio de 1815 Napoleón dirige sus tropas hacia la cumbre de Quatre-Bras contra Welington. Está en minoría. Su única esperanza pasa por evitar el regreso del vencido ejército prusiano de Blücher. A tal fin, encargó a Grouchy que lo persiguiera sin perder el contacto con los suyos. Aniquílalos y vuelve. O vuelve antes que ellos. Era la orden más importante de su vida. Y la más confusa, porque le abría una fisura de decisión y responsabilidad. Llueve. A pocos kilómetros de Waterloo, pierde el rastro de los prusianos. Comienzan los cañonazos. Los oye. Algunos de sus hombres le aconsejan regresar. Pero Grouchy, no por cobardía sino por estricta obediencia, permanece en su puesto. Napoleón perdió por su culpa. Y Europa fue otra. A cambio, Grouchy salvó un tercio del ejército francés. Con el tiempo ascendió a comandante en jefe y par de Francia.
La obediencia debida dejó de ser una eximente penal en el Tribunal de Nuremberg, para evitar que oficiales nazis quedaran impunes por los mismos crímenes que justificaban la horca de sus superiores. En consecuencia, acatar una orden manifiestamente ilegal ya no evita la cárcel. Pero acatar una orden moral o inmoral, incluso contraria a tu conciencia, siempre ayudó para medrar en cualquier ámbito de la vida. En tu casa. En tu empresa. En tu comunidad de vecinos. Especialmente en la política. Asusta que los partidos otorguen libertad de voto a sus militantes o diputados, porque patentiza que la esclavitud mental es el único combustible que alimenta las organizaciones políticas. Al disidente se le acusa de cuestionar la libertad monolítica de los demás. Se le acusa de antidemócrata por cuestionar la decisión de la mayoría. Al único libre se le aparta de la “disciplina” del partido por desmontar esta máxima senequista: no hay esclavitud más que vergonzosa que la voluntaria.
No hay quien se atreva a cuestionar las decisiones del partido. Todos, ya sean de izquierda o de derecha, beben de las mismas fuentes orgánicas que el estalinismo o el movimiento franquista. Sus filas se engordan cada vez más con disciplinados Grouchys que esperan ser nombrados “algo” como pago a su obediencia debida. Y de vida. Paradójicamente, las formaciones sin formación castrense, se desangran y pierden a sus líderes históricos convertidos en carnaza para sus propios buitres. Así es normal que la gente no vote. Y que el partido que gane las próximas elecciones sea el único que apuesta decididamente por la libertad de pensamiento: el partido de la abstención.
La obediencia debida no es un eximente hoy día, es cierto. Todos los crimenes del nazi-fascismo, del franquismo y de cualquier ismo basado en el totalitarismo y la represión no puede justificar el recurso de la obediencia debida para eximir de las responsabilidades personales, individuales. Esta claro.
Ahora bien, llevado a la vida interna de los partidos políticos democráticos habria que matizar mucho. En primer lugar, algunas de las crisis más importantes vividas por partidos politicos en España han derivado por manifestarse en su seno claramente la opinión de forma radical y contradictoria con el discurso oficial. Sería interesante leerse, aunque fuese a estas alturas,las intervecnciones de los miembros del Comite Central del PCE (fueron publicadas en M.O.) despues de la debacle electoral del 82. Hubo total claridad y libertad de exposición y, evidentemente, ello demostro la dificultad del mantenimiento en el PCE de las distintas lecturas que se daban en él. Es dificil, muy dificil, que en un partido politico con todas las imperfecciones democraticas que se quiera en su seno, si no hay una cierta disciplina de voto en la politica general aprobada en su programa politico y debatida en sus organos, pueda hacer prevalecer una política coherente ante la opinión pública y sus electores. Evidentemente, seria más que desable, que se abrieran cauces para la disidencia interna siempre que no impida el proyecto general consensuado, sobre todo en temas llamados de «conciencia» que no tienen que ser los de caracter ético, pueden ser perfectamente de politica social y económica o cualquier otra, pero pregunto, quizas con ingenuidad ¿sin ningún tipo de limite a expensas de perder un votación crucial en el Parlamento? Puede que esta pregunta nos lleve a otras: ¿la maquinaria partidaria consensúa de verdad sus propuestas politicas con sus votantes y a su vez con los representantes elegidos en el Parlamento por los ciudadanos y sometidos, al menos teóricamente, a un programa electoral que deben tratar de cumplir con honradez? ¿son los partidos politicos al uso las mejores herramientas para que el ciudadano encuentre en ellos una herramienta con la que poder colaborar y en la que poder confiar?
También habría que derivar en otros planteamientos complementarios. Obediencia debida no, claro, pero asumir en ocasiones la contradicción y el dilema de votar o actuar en contra de las convicciones más intimas
por las que uno a llegado a fin de cuentas a la política y a la militancia partidaria -o la menos así se le supone al político- porque él partido pretenda imponer o ganar una votación o modificar algún proyecto o punto programatico contemplado o no, puede evidentemente situarnos ante la disidencia y la ruptura del voto. Habilitar esas posibilidades sin rupturas ni expulsiones es una cuestión capital para profundizar en la democracia interna de las formaciones politicas y evitar un tragala indeseable. Pero es dificil y habra que imaginar que solo grandes dosis de generosidad intrapartidaria, mejoras en el funcionamiento interno de los partidos haciendolos más democraticos y permitiendo la intervención y/o colaboracion de los simpatizantes y electores, más la posibilidad de contemplar las listas abiertas y promover genuinas primarias para elegir candidatos y responsables politicos, podran frenar el rechazo hacia los partidos politicos como herramientas de participación y representación social e ideológica, y por tanto reducir la abstención. Ahora bien, no seamos ingenuos, ni es facil ni esta claro que en ese camino nos habra tambien un trayecto a recorrer plagado de interrogantes y dificultades en el funcionamiento y la articulación de la vida politica y partidaria.