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Realidad y traición

Antonio Manuel

Lo contrario a la realidad no es sólo la mentira. La realidad es poliédrica y por eso admite tantos antónimos. Frente a la realidad de lo que se tiene, el deseo de lo que se espera. Frente a la realidad de lo visible, la fantasía de lo imaginable. Frente a la realidad de la esencia, la hipocresía de lo aparente. Frente a la realidad de lo imposible, la utopía.

Hace años que perdí mi primer “Viaje alrededor de la luna” de Julio Verne. Una quimera cuando fue escrita. Y para mí, un tesoro. No sólo porque fue regalo de mis padres. Especialmente, porque tenía subrayadas mil coincidencias con lo ocurrido un siglo después al 186… Las olvidé todas, menos ésta: el capítulo XI termina con la palabra Apolo y se llama “Fantasía y realidad”. Como si fueran la misma cosa.

La transición democrática sirvió para negociar entre unos pocos un modelo geopolítico de Estado: España sería bipartidista y asimétrica. Por un lado, la ley electoral garantizaba a medio plazo la desaparición de las terceras opciones a nivel estatal. Y por otro, la propia Constitución privilegiaba a País Vasco y Cataluña (más Galicia de rebote) sobre el resto de comunidades autónomas. Pero tres anomalías convirtieron esta fantasía posible en una realidad indeseable: la alcaldía comunista de Córdoba, el levantamiento popular de Andalucía y el andalucismo. Desde entonces, se ha luchado a muerte contra ellas. Y a fe que lo han logrado. Y en menos tiempo que en pisar la luna.

Para Cernuda, el deseo habita en las antípodas de la realidad. Y aunque aceptó la inutilidad de su poesía para cambiar un átomo del mundo que lo rechazaba, mantuvo como actitud ética la creencia íntima en conseguirlo. Somos muchos los que tendemos a confundir la realidad con el deseo. Seres corazonados, nos llamaba Miguel Hernández. Rojos. Y no del color de la palidez enfermiza que surge de mezclar el rosa con el blanco. Muchos comunistas confundieron la evidente realidad del pacto, con el deseo jacobino de mantener unas siglas en ruinas a toda costa. Y la realidad es que IU es el PCE por más que unos cuántos deseen otra cosa. Y el PCE, sin el apoyo del PSOE, apenas nada.

Decía Clemenceau que un traidor es aquel que abandona su partido para irse a otro, y un iluminado el traidor que deja su partido para venirse al nuestro. Rosa Aguilar no cumple con ninguna de las dos condiciones. Porque no puede ir donde ya estaba, ni ver la luz que ya veía. Sencillamente, ha cumplido el trato. El PSOE dejará de ser el tercer partido en Córdoba. Y ella se apuntará los éxitos urbanísticos de la ciudad, saliendo indemne en cualquier caso de la decisión sobre 2016. Su marcha coincide con la desaparición parlamentaria del andalucismo, entre otras razones, por enfrentarse al partido que confirma la constitucionalidad de la nación catalana y negocia con ella su financiación a escondidas. Es verdad que la traición es una realidad que deroga la hipocresía. Pero Rosa Aguilar no ha sido la hipócrita, sino el PCE consintiendo la fantasía y confundiendo el deseo con la realidad. Para seguir en la luna.

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