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Ruedo Ibérico

la  carga

 

Luis García Montero.

La prohibición en Catalunya de las corridas de toros ha sacado a la luz lo más puro del ruedo ibérico. Entro en la taberna de mi amigo Tirapu, y me encuentro a un personaje famoso en el pueblo, con una copa de manzanilla en una mano y un puro muy mordido en la otra, afirmando que no es partidario de ningún tipo de prohibición. Algunas de sus estafas son históricas. Durante unos años consiguió ayudas de la Unión Europea para poner en marcha una piscifactoría dedicada a criar lubinas. El único inconveniente fue que el lugar marino detallado en los formularios no era de su propiedad, sino de la base naval de Rota, y nunca consultó con el almirante norteamericano la posibilidad de crear vida junto a sus barcos de guerra. Nada prohibió que pasase una temporada a la sombra.

No soy partidario de las opiniones rotundas. Me gusta más la discusión llena de matices, el mirar las cosas por un lado y por otro. Pero debo reconocer que a veces el tira y afloja llega a asombrar más que un dogma católico.

Políticos, intelectuales y tertulianos, por no coger el toro por los cuernos, por no opinar directamente sobre el asunto de los derechos de los animales y la tauromaquia, se han justificado en la idea de que ellos no son partidarios de prohibir nada. Y resulta que esta idea de barniz tolerante, no prohibir, es una verdadera agresión al progreso y a la sociedad democrática.

Madurar personalmente supone aprender a prohibirnos algunas cosas del alma y del cuerpo. Dan vergüenza torera y preferimos dejarlas ocultas en el sótano de la intimidad. Madurar socialmente supone firmar un pacto, un contrato, para vivir de acuerdo con unas leyes.

Por fortuna la ley ha ido prohibiendo cosas como la esclavitud, los abusos a menores y las violaciones. Considerando que los derechos humanos significan la limitación ética y legal de poderes injustos, deberíamos ser más precavidos a la hora de despreciar el verbo prohibir.

Público. 02/08/2010.

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